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miércoles, 22 de mayo de 2013

Crónica para una Inteligencia desesperada. Viejas y nuevas prácticas de la metodología represiva

No es un misterio que el Estado despliega una serie de mecanismos represivos y de control social para mantener el establishment. Una de sus formas es la Inteligencia, aspecto que en guerras y conflictos modernos se vuelve clave para adelantarse a los movimientos y planes del enemigo. Recopilan información y la evalúan. Sistematizan las fuerzas y clasifican a los eventuales sujetos y/o grupos peligrosos, violando “su” misma legalidad burguesa, derechos civiles y garantías individuales, del mero seguimiento o monitoreo se llega al amedrentamiento. La Inteligencia policial y militar trabaja 24 horas al día para garantizar la “democracia” que “tanto les costó recuperar” en Chile, condición para que entre otras cosas, estas tierras siga siendo fecunda para la inversión transnacional y la explotación humana y de nuestros recursos naturales. Basados en el precepto del monopolio de la violencia y del estado de derecho, el Estado a través de sus fuerzas vela por contener la movilización social, ya que desde un paradigma neofascista se observa como peligroso no sólo por las implicancias económicas, sino porque revelaría las fisuras del ‘espíritu’ nacional, develando las diferencias de clases y sus contradicciones. Esto último se derrumba como un castillo de arena ya que la mera existencia de estas “fuerzas de Inteligencia” ratifica que el Estado y su publicitario imaginario que repite desde el presidente hacia abajo, que todos somos chilenos, como una gran comunidad de “hermanos” y que resolvemos nuestras diferencias de manera pacífica y democrática es una falacia. Ellos saben que esto es una guerra. ¿La sociedad civil se percatará de esta guerra soterrada, donde ya existen muertos, heridos torturados, infiltración, delación, ataque, defensa y repliegue? Actualmente se está configurando un nuevo escenario represivo, donde si bien se continúan con algunos rasgos de la metodología represiva del siglo XX, observamos nuevas prácticas que violan derechos y evidencia la desesperación del Estado por la progresiva y firme movilización social.

La contrainsurgencia mutara de las antiguas golpizas a los viejos dirigentes sindicales en los años 20’ y 30’, propinadas por matones a sueldo de los patrones, a una muy bien elaborada Doctrina de Seguridad Nacional y al terrorismo de Estado, muy conocido en América Latina, materializada por las fuerzas armadas, a sueldo eso sí, de naciones enteras. El comunismo, en ese contexto, se visualizaba como desintegrador de los Estados nacionales, por tanto todo individuo que adscribiera al marxismo, o fuera cercano a las ideas de izquierda era visto como un enemigo interno, un traidor, un antipatriota, un subversivo, por tanto, no era ni chileno, ni peruano, era comunista, negándoles inclusive su humanidad, lo que a su vez permitía justificar y extremar los mecanismos represivos, violando derechos humanos recientemente establecidos en la comunidad internacional. 

Recogiendo información de las experiencias del imperialismo francés que tuvo que retirarse de la indochina y de Argelia, y su posicionamiento geopolítico de “Defensa Hemisférica” frente a la amenaza del “marxismo internacional”, Estados Unidos le dio cuerpo metodológico a la represión y lo institucionalizó. Surgiendo incluso una escuela, la Escuela de las Américas, situada primero en Panamá y actualmente en Estados Unidos, fue un lugar donde la oficialidad de las fuerzas armadas del continente realizaba cursos donde se adiestraba a los militares en tareas represivas, como la tortura, infiltración y asesinato.

Desde los 60’, con un cuerpo teórico, con experiencias previas, una escuela y los ejecutores entrenados, una trama de sangre y fuego teñirá de rojo nuestra región, con un final trágico y archirreconocido: Terrorismo de Estado y Genocidio.

¿Cuál es el nuevo escenario? ¿Cuál es la nueva metodología? En la actualidad ya no existen los importantes aparatos o estructuras político-militares de Izquierda, esos cuadros profesionales entrenados en algún país del bloque socialista y que se foguearon en Centroamérica, es una imagen del pasado, un mito heroico que algunos miran por el retrovisor de la historia y señalan que “todo tiempo pasado fue mejor”. La Izquierda atomizada y fragmentada se enfrenta a un contexto particular de reactivación de algunos movimientos sociales, donde quizás en el más significativo, el movimiento mapuche, en que poco y nada ha influido la Izquierda de manera directa. Ante la debilidad se apuesta desde algunos sectores a la movilización de masas; copando espacios públicos, paros y tomas, con ocasionales enfrentamientos con Carabineros; son los focos de violencia política más comunes. Los manifestantes dirigen su accionar hacia la estética de la ciudad burguesa, los símbolos de poder económico y contra las fuerzas especiales.

La represión masiva básicamente tiende a ser de la siguiente manera: Limitar el avance de las marchas por las avenidas principales, alejarlas de los edificios estatales y de los barrios residenciales acomodados. Su mera presencia con todo el poder de fuego que eso implica tiende a provocar, a intimidar, antes que disuadir. Mantienen una distancia cercana, carros policiales, lanza aguas, lanza gases, fuerzas especiales cada vez con mayores implementos técnicos pretenden intimidar y provocar. Repetimos, una acción disuasiva enfocada a los grupos que violentamente actúan está lejos de la realidad, los disparos con balines de pintura o acero, el chorro del carro del guanaco y el gaseo del zorrillo pueden ser muchas cosas, pero focalizados en su accionar no lo son. Piedras y botellas no se comparan con toda la caballería blindada y el poder represivo a cargo de las fuerzas especiales, en suma, es totalmente desproporcionado. Más que de defensa, pareciera de ataque. Casi las mismas formas represivas del pasado revestidas de modernidad.

El marco donde se desarrolla esta batalla desigual tiende a ser llevada en campos abiertos, en el centro capitalino. Grandes avenidas y parques, donde la visión de las fuerzas represivas es mayor, y donde el choque militarizado, al estilo hoplita tiene mayor eficacia. Y si a eso le agregamos el carácter panóptico que está tomando el centro de la capital, donde estamos rodeados de cámaras de seguridad, con vigías en las alturas de los edificios que informan al comando central donde dirigir o replegar las fuerzas, el panorama es bastante poco auspicioso. En las encerronas fácilmente capturan a una gran cantidad de manifestantes, muchos de los cuales se ven envueltos fortuitamente en ese escenario quijotesco y terminan siendo subidos al bus policial, más conocido como ‘carnicero’, golpeados, manoseados y gaseados a poca distancia.

Reglón aparte es la labor de la Inteligencia, que no sólo graba y fotografía a los manifestantes sin criterio, todos por igual terminan en los archivos policiales. Inserta miembros en las marchas, en asambleas y como hace poco nos enteramos con estupor en colectivos de fotógrafos. Miles de fojas policiales con fotografías tienen un denominador común, todos son sospechosos de ser el enemigo. Buscando generar desconfianza y desazón en diferentes espacios, y por sobre todo miedo. ¿Quién podría poner en duda que esa primera piedra no la lanzó un infiltrado para justificar la represión masiva?

En lo individual, ¿A quién se reprime? Aquí nos encontramos con una particularidad de estos tiempos, los muertos de nuestra democracia y los torturados no son los grandes dirigentes del pasado. Son anónimos para la política nacional. Si vemos uno de los casos más grotescos de esta última semana, Cesar Reyes no era ni vocero ni representante de su Liceo, pero si un activo joven que participaba del Preuniversitario Oscar Fuentes y de algunas experiencias organizativas de su colegio. Él es parte de esa fracción de jóvenes populares que se moviliza decididamente por la demanda de ‘Educación Gratuita’, que no pertenece a partidos políticos y que para las formas anquilosadas no es nadie importante, pero en el nuevo escenario de reconfiguración, él es representativo de los miles que salimos a las calles. Ante su detención arbitraria y vejatoria la solidaridad no se hizo esperar, y esa misma generación de anónimos fue a acompañarlo a la audiencia, de un día para otro, jóvenes de los liceos Barros Borgoño, Darío Salas y Aplicación, entre otros, atiborraron el centro de justicia, más de 3 mil secundarios le fueron a decir al Estado que Cesar no estaba solo y que nunca más impunidad. Son los mismos que están en esa primera fila, de esa lucha desigual frente a un enemigo superior. Son los que no tienen nada que perder, porque su futuro pende del hilo bancario de un crédito.

Creo que es necesario hacer pública y denunciar esta situación, el peligro que los cadáveres se comiencen a apilar en las veredas como en comienzos de los 90’ no es una exageración. Cisternas, Cariqueo, Lemun, Catrileo, entro otros, son mis testigos contemporáneos. Caso aparte es la muerte de Juan Pablo Jiménez, dirigente sindical que fue asesinado en su puesto de trabajo, que continua en la impunidad.

Secuestrar a un menor de edad, torturarlo, amenazarlo de muerte y obligarlo a abrir su Facebook para que señale a sus contactos y compañeros es grave e impresentable. El método de la PDI, que casualmente rima con CNI, no está lejos de la ficción. Si antes en dictadura sacaban a los prisioneros horas en automóvil para que delataran a sus compañeros, ahora lo hacen adecuándose al mundo contemporáneo, donde como sabemos, las redes sociales juegan un papel fundamental para convocar y aglutinar a los manifestantes. Pareciera que la Inteligencia estuviese desesperada, que no logra comprender que los jóvenes no tienen una estructura jerárquica, vertical, que no es el centralismo democrático que prima en las relaciones orgánicas y políticos, encolerizados no pueden entender que las lógicas de esta generación es distinta. Mientras se esmeran en configurar asociaciones ilícitas, organigramas, la movilización basada en la lateralidad política y la horizontalidad orgánica, en diáspora por el territorio continúa brotando como un germen. Esa desesperación es peligrosa puesto que esa consternación, pueden generarse “excesos” o se les puede “pasar la mano”, eufemismo que utiliza el discurso oficial.

A la movilización social difícilmente la podrán detener estos nefastos mecanismos represivos, obsoletos y bestiales. Generaran lo contrario, fortalecerá la convicción, se ampliará el respaldo y posiblemente imprima mayor radicalidad. Liceos en toma, comunidades mapuches, centros sociales y okupas cada vez son más difíciles de amedrentar, ganan apoyo y muchas de las articulaciones existentes comienzan solidarizando luego de una arremetida represiva. Para que todo esto pare no sólo tendrán que apresar a los dirigentes o voceros, tendrán que meternos a todos en las mazmorras. Estas nuevas y viejas prácticas no develan nuestro miedo, sino el de ellos, los poderosos, que no pueden comprender que somos la generación que lo perdió y que vamos por todo.


José Antonio Palma

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