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sábado, 8 de marzo de 2014

Queremos derechos, no flores

Caminata del Silencio


Nosotras las furiosas, las que estamos hartas de vernos en las páginas rojas como la enésima víctima de un ‘amante’ marido celoso, las que sabemos que cada derecho que tenemos es la herencia de las luchadoras que conmemoramos, estaremos en la calle.

La banalización del Día Internacional de la Mujer es un fenómeno tan extendido y manifiesto que nos hace dudar de su eficacia. El 8 de marzo como un hito de memoria social,  tiene como antecedentes  el reconocimiento de la lucha de las mujeres trabajadoras por el mejoramiento de sus condiciones de vida y por la demanda de ciudadanía plena en sus respectivas sociedades. Fue la alemana Clara Zetkin quien,  durante un Congreso de la Internacional Socialista en 1910, promovió  la instauración de esta fecha como homenaje a las mujeres que venían denunciando su marginación de la promesa moderna de libertad, igualdad y fraternidad, costándoles por ello en muchos casos hasta la vida.
A lo largo del siglo 20 esta efeméride fue densificando su significado en la misma medida que el feminismo contemporáneo hizo aportes sustantivos a la crítica social y las mujeres se movilizaron en todo el mundo  por transformaciones revolucionarias develando el carácter político de las relaciones desiguales entre mujeres y hombres. Tal como ha ocurrido con la progresión de los derechos humanos, las mujeres organizadas reivindicamos derechos políticos cuando no teníamos derecho a voto, y desde entonces seguimos exigiendo derechos sobre nuestros cuerpos, a una vida sin violencia, a cuotas de poder equitativas y sobre todo a la construcción de un sistema que valorice y dignifique a los seres humanos sin distinciones arbitrarias.
Pero la conmemoración de esta revolución de largo aliento y por cierto inconclusa, es a menudo  distorsionada por la mercantilización de toda práctica que se masifica y  utilizada como un día de oportunidades publicitarias. Así, mientras el movimiento feminista agite sus banderas denunciando la pobre respuesta del Estado chileno frente a la violencia machista, en las oficinas públicas se repartirá flores a las funcionarias. Mientras las mujeres organizadas planteamos la urgencia de viabilizar el aborto en condiciones sanitarias seguras, la industria del entretenimiento radial y televisivo enviará saludos edulcorados en especial a “la mujer-madre”. Mientras nuestras líderes  promueven la democratización del sistema político garantizando la plena representación  de las mujeres, los parlamentarios saludarán a sus pocas colegas con bombones. Mientras las trabajadoras de sueldo mínimo cumplen un turno abusivo, los supermercados halagan a las ‘damas’ en su día con ofertas especiales.
Dirán que exagero, porque la banalidad es una herramienta poderosa para vaciarnos de capacidad crítica. Es tan sedante y complaciente. “La banalidad no es la tonta inocente que ella aparenta ser, sino una solapada y feroz colaboradora del mal” dice Grinor Rojo en su ensayo sobre “Las paradojas de la banalidad” (LOM, 2010).
Pero aún nos queda la calle. Nosotras las furiosas, las que estamos hartas de vernos en las páginas rojas como la enésima víctima de un ‘amante’ marido celoso, las que sabemos que cada derecho que tenemos es la herencia de las luchadoras que conmemoramos, estaremos en la calle.  Luchando, porque los derechos que ejerzan nuestras hijas y nietas serán solo los que seamos capaces de heredarles.
FUENTE: EL DINAMO

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