Antonio Ramón Ramón al ser detenido luego del ajusticiamiento
El ajusticiamiento contra quien dio la orden de asesinar en la Matanza de Santa María de Iquique: el general Roberto Silva Renard
Fue un 14 de diciembre de 1914, cuando Antonio Ramón Ramón, obrero anarquista, intentó en un acto de justicia y venganza, acabar con la vida y ajusticiar al general Roberto Silva Renard, “el gran asesino de obreros” como era conocido. Solo y desde la imperiosa necesidad de que se hiciese justicia contra quien fue el principal responsable de dar la orden de disparar en la gran matanza de la Escuela Santa María en Iquique, el 21 de diciembre de 1907, es que Ramón Ramón urdió y esperó por largo tiempo el encuentro justiciero con el general asesino.
Tardó casi 7 años para realizar la venganza, la venganza de un General que de forma prácticamente orgullosa señaló haber sido parte esencial de la carnicería. ¿El motivo para la acción de Antonio Ramón Ramón? venganza personal y justicia, ambas cosas como objetivo y fuerzas indisolubles. Fue en la matanza de Santa María de Iquique donde Antonio Ramón perdió a su medio hermano, Mauricio Vaca. Pero no solo fue venganza, tenía un profundo sentido político, el cual era ajusticiar a un asesino del pueblo, un genocida. En los tiempos de la propaganda por el hecho, era decir con el puñal con que Ramón Ramón atacó a Silva Renard que “al pueblo no se le asesina”.
Fueron siete años de espera, pero también siete años en que la justicia calló, en que las autoridades callaron, en que el Estado amparó y defendió al general asesino, al cual más que ser condenado, fue siempre amparado por las autoridades. Y es que Silva Renard no solo participó en la matanza de Iquique, sino también en la de Santiago en 1905, y amparó como fiscal la matanza de Valparaíso de 1903. Roberto Silva Renard, en otras palabras, siempre fue leal a la clase dominante y reprimió sistemáticamente y de forma violenta al pueblo cada vez que pudo, siempre al amparo de un Estado que velaba (y sigue velando) por los intereses de los poderosos. Siempre impune y favorito de quienes el servía, jamás tuvo que enfrentar los actos crueles que este realizó.
Por ello, Ramón Ramón quiso ser la justicia que nunca llegó, porque la justicia simplemente no existía. Por eso, con puñal en mano, y luego de identificar al general asesino, quiso hacer justicia, quiso ajusticiar al traidor del pueblo. Fue en la calle Viel, donde a las cercanías hoy están los Tribunales que aun le niegan la justicia al pueblo. Las puñaladas poco certeras, o la duda en la forma hicieron que Antonio Ramón Ramón no lograra su cometido. No se puede decir, eso sí, que Silva Renard quedó impune, las puñaladas no fueron en vano y deterioraron la salud del asesino de obreros. Hubo en esas puñaladas mucho más justicia que todo el silencio de los tribunales en aquellos años.
Antonio Ramón Ramón, por su lado, tuvo que afrontar la justicia, aquella justicia clasista que protege a los que están en el poder y condena a los pobres y desposeídos. No se sabe si fue expulsado del país años después, o si murió en la cárcel. Pero algo de la memoria popular, y no tan solo la anarquista, guarda su nombre y su figura como alguien que aunque en solitario y a modo personal, buscó ajusticiar a quién de otro modo hubiese pasado el resto de su vida en impunidad, al amparo del Estado cómplice y la clase explotadora.
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