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sábado, 5 de octubre de 2013

La derrota de nuestros padres, un bien necesario.

Octubre es un mes de recuerdos, de honor y gloria. Algunos de nuestros héroes más admirados pasaron a ocupar su lugar definitivo en la historia de la humanidad, a través del sacrificio máximo.

Esta reflexión no pretende hacer apología de su valor y consecuencia, sino que, en una suerte de paradoja, busca dirigir la mirada sobre quienes, desde nuestra terrena banalidad los observamos,
allá lejanos e inalcanzables en el panteón de la revolución.

Y si bien el recuerdo es uno de los factores que nos impulsa; y el rescate de la memoria de lucha de nuestra clase es una de las tareas relevantes del momento, la verdad es que la más importante de las actividades, incluso más que el recuerdo, es la conquista y la derrota de nuestros héroes, su emulación y superación.

Y no la superación en la muerte ni en el sacrificio, sino que sobre todas las cosas, su superación y derrota en la victoria contra el enemigo. Que aquellos, a pesar de sus fantásticos atributos y virtudes, no alcanzaron en forma definitiva.

Por lo tanto, toda esta admiración que se vierte año a año durante el octubre revolucionario, y toda la energía que se convierte en trabajo, en actividades y conmemoraciones, debemos necesariamente transformarla en el único y verdadero homenaje: la emulación y superación de nuestros héroes en la construcción de organización social para la lucha, en la construcción del partido revolucionario y en el desarrollo de los combates que templarán el acero de nuestras convicciones, de nuestra estrategia y de nuestra táctica, y nos conducirán hacia la victoria definitiva.

Nuestros héroes, y su epopeya particular, no están ahí para el estudio y admiración del erudito ni del ignorante. Están ahí para marcar la cota mínima, hacia donde nuestros esfuerzos de transformación deben dirigirse, son apenas la primera posta que debemos tomar, el primer testimonio que alcanzaremos y que nos tocará dejar mucho más allá.

El deber de todo revolucionario es superar a sus predecesores, es aportar lo nuevo, haciendo síntesis de las experiencias de luchas anteriores y de las condiciones históricas actuales. Un revolucionario que observa obnubilado a los héroes y las organizaciones que estos construyeron, que se siente impotente ante aquella gesta enorme e inalcanzable, no es en realidad un revolucionario, es un conservador. Es por esto, que la emulación de quienes son ejemplos para nosotros, jamás debe estar exenta de la mirada crítica, con respeto, y sin embargo siempre el norte debe estar impregnado de la necesidad de construir el nuevo simiente que dará cuenta de los cambios históricos y las condiciones concretas; sobre cuyo caudaloso clímax superaremos a nuestros padres.

¡Viva Cecilia Magni!
¡Viva Raúl Pellegrin!
¡Viva Miguel Enríquez!
¡Viva Enrnesto Guevara!

¡Con vuestro ejemplo haremos la revolución!

Aquiles Torres

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