Fíjate bien, hermano/a, que una cosa son los dolores a los que nos tienen acostumbrados los que tienen el sartén por el mango, como le dicen, la corrupción sabida y la por saber, las reformas en miniatura y dentro de los marcos del liberalismo de escaparate internacional en Chile. Fíjate en la actual administración del Estado policíaco-empresarial, la militarización contra las demandas justicieras del pueblo Mapuche, la criminalización a los jóvenes en general y a los más empobrecidos en particular; esta mansedumbre fundada en el miedo, este miedo sordo originado por las deudas que obligan a hacerse de cualquier trabajo por precario que sea; el robo y el saqueo de las Administradoras privadas de Fondos de Pensión (AFP) y de las multinacionales financieras, mineras, de la agro-industria, de las forestales. Sopesa a la izquierdita nuestra que se corre cada vez más a la derecha consciente o inconscientemente y cómo se multiplica un racismo de bases imaginarias entre los santiaguinos de a pie en contra de los peruanos y los morenos y los indígenas y los miserables y los migrantes de afuera y de adentro, como si no existieran espejos. De tanto ver el arsenal de cartelones gigantes con modelos corregidos/as computacionalmente imponiendo el endeudamiento por cualquier cosa, ya la zona gris de los santiaguinos/as que se siente “clase media” no sólo saliva por acumular mercadería inútil, sino que también se cree los propios modelos estilizados artificialmente por la informática. Eso sí, existe otro endeudamiento doméstico: el que ese mismo sector social adopta, pero esta vez para llegar a fin de mes. Doble maldición: la deuda impagable producida por el fetichismo de la mercancía, y la causada porque los salarios no alcanzan para satisfacer las necesidades básicas.
Fíjate que el sistema político dominante funciona como un solo cuerpo matizado, un solo proyecto estratégico y los mismos intereses de un racimo contado de privilegiados que además son parientes, se casan entre ellos mismos, en esta suerte de incesto con fines económicos y de poder, y que si sus personajes son mirados se les pueden adivinar las colas de chancho mal disimuladas, y si se miran de lejos tienen sabor a mafia de última fila. Por supuesto que no faltará quien me acuse tal vez con qué etiqueta ideológica por hacer una especie de tabla rasa frente al duopolio –que la reforma al binominal no modifica, sino que reconsolida por razones de financiación de las campañas-. Te digo entonces que las diferencias al interior del partido único se parecen demasiado a las que hay entre los “demócratas” y los “republicanos” del sistema político norteamericano. En términos “valórico-culturales” unos son más liberales y otros más conservadores. Pero esa disputa vieja en Chile y Occidente en ningún caso contradice los intereses de la hegemonía del capital financiero planetario, el subsidio estatal al capital concentrado, transnacionalizado y prácticamente monopólico en Chile, y menos tiene que ver con los intereses históricos del pueblo trabajador (entendido de manera ampliada) o la liberación de la mujer o el reconocimiento de la soberanía y territorios del pueblo Mapuche, o las comunidades que sufren la escacez de agua debido a la industria agro-minera y energética, entre tantos/as castigos y castigados/as de aquí y de allá.
Ese mismo descrédito y ausencia de legitimidad del sistema político –cuya misión es mantener la gobernabilidad para goce de los inversionistas y mala vida de la mayoría- se ha intensificado por la corrupción que en Chile los de arriba siempre han intentado lavar con elegancia. Esa “tradición” oficial fue destruida en tiempo récord mediante los casos Penta y Dávalos (hijo de la presidenta Bachelet). Esto es, si ya los partidos políticos del orden y del capital padecían el repudio general de la población, con los últimos acontecimientos terminaron de pulverizarse los pies a tiros de sus propias armas. No hubo confabulación “terrorista”, anarquista o musulmana. Ellos/as mismos fabricaron la soga, las condiciones y el crimen. Y ni hablar de la evasión tributaria y bien guardada en la sucursal del monstruo de la banca, el HSBC en Suiza, por los archimillonarios Andrónico Luksic, José Yuraszeck, Ricardo Abumohor, Álvaro Saieh y José Miguel Gálmez, entre otros sujetos nacidos en Chile. La república de la impunidad enseña su dentadura desvestida de brillo.
Mala cosa. Paisito venido a depresión, segundo en cantidad de suicidios del continente, salud mental resuelta en medicamentación fabulosa, alcoholismo y drogas. Economía dependiente y financiarizada, con los precios del cobre y los minerales cayendo inexorablemente ante la crisis capitalista mundial que no finaliza. Es cierto que el capitalismo vive de sus crisis. Así desbarata sobreproducción y elimina competencia. Sin embargo, las dimensiones de la que está en curso desde hace casi ocho años se desploman sobre la totalidad de las relaciones sociales y de sus expresiones como un sistema conjunto que revela la novedad inhumana de una era.
Mira que ahora, al igual que hace tantos años, la televisión, el sistema escolar y el de la educación superior, la señalética ideológica del poder, etcétera, nos tiene bien solos y distraídos, alineados y alienados, y no te muevas que hay castigo por sospecha de todas la policías y de todos los servicios de inteligencia del Estado. Santiago tiene cámaras de vigilancia y vigilantes por donde se camine –y la paranoia nunca ha sido mi fuerte-, pero las más efectivas son las cámaras de vigilancia que lleva gran parte de la población dentro de la cabeza. Porque, claro, no es posible que la mitad de la gente esté vigilando a la otra mitad.
En esta parte me dirás que si no me gusta cómo van las cuestiones en Chile, mejor empaque; o que soy un resentido social (que no es lo mismo que un re-sensible social) o un terrorista encubierto, un agente boliviano, un árabe o un africano de los que aparecen allá tan lejos en los noticieros donde siempre triunfan los milicos norteamericanos, tan bien adiestrados e indestructibles y civilizadores y demócratas e imperio elegido por Dios, qué duda cabe.
En los bordes y abajo se hace lo que se puede. Evidentemente, lo que se puede no alcanza todavía ni para cambiar una coma del código laboral antipopular. Lo que sí es cierto, es que, independientemente de las limitaciones de los que vamos por ahí procurando colaborar con transformar la vida para que un día se terminen las clases sociales, y la libertad ya no haya que gritarla en las paredes ni pagarla con muerte, el capitalismo chileno recibe los golpes de la caída de las inversiones postergadas o pendientes según sus propios indicadores.
Fíjate que las cosas no pintan lindo en Chile. Y anda previniéndote no sólo de la radiación solar de este verano. Piensa en qué tenida vas a usar cuando, otra vez, tengamos que llenar las calles y costas y cordilleras y plazas del país para hacer la fuerza nuestra, la que palpita nerviosa e incierta, la que sacude la indolencia, apura la solidaridad y destrona el egoísmo.
Andrés Figueroa Cornejo
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