“Y bien: concedo que al final ganaron la batalla,
Que falta conocer el resultado de la guerra.
Pero confieso que yo no extravié un grano de polen
Puesto que de esta tierra no me podrán apartar.”
Patricio Manns
Dos
veces antes, Hugo Marchant Moya intentó ingresar a Chile. Pero el 2006 y
el 2009 las campañas se organizaron muy lejos del país y con un
insignificante apoyo interno. En cambio, el miércoles 30 de noviembre de
2011, Hugo -ex combatiente de la resistencia política y militar contra
la dictadura, ex militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR), y parte del último destacamento al que había sido reducida esa
agrupación por la Central Nacional de Informaciones (CNI) en el primer
tercio de la década de los 80’ del anterior siglo- se encontró en el
aeropuerto chileno con la posibilidad real de entrar a su territorio
natal.
A comienzos de los gobiernos civiles de la Concertación
que coincidieron matemáticamente con los albores de los 90’, a los
presos políticos “implicados en casos emblemáticos” en la lucha
antidictatorial (como el atentado frustrado a Pinochet) se les trocó los
consejos de guerra por penas de extrañamiento. De alrededor de 30
antiguos prisioneros políticos, restan 8 en el exilio y Hugo Marchant
informa que ‘entre el 2012 al 2014 vamos a quedar 4: Jorge Palma Donoso,
Carlos Araneda Miranda, Carlos García Herrera y yo, que tengo hora para
el 2017’.
Hugo (58 años, casado, 4 hijos, dos de su mujer y
dos en común, Javiera y Juan Manuel), participó en el ajusticiamiento y
muerte del general e Intendente de Santiago del gobierno militar, Carol
Urzúa, en la mañana del 30 de agosto de 1983. El 11 y 12 de ese mismo
mes se había realizado la cuarta protesta nacional contra la junta
castrense. Sólo en la capital fueron asesinadas 29 personas, hubo más de
200 mil heridos y un millar de detenidos, sin anotar los allanamientos
masivos, con tortura incluida, a poblaciones populares. Por su
investidura pública como jefe de la jurisdicción de la comuna de
Santiago, Carol Urzúa talló como uno de los responsables políticos del
crimen y la represión. Marchant sería detenido e iniciado su periplo de
terror a una semana de la ejecución de Urzúa. De la captura de Hugo, su
tortura de espanto, su consejo militar y castigo de fusilamiento, su
celda por 10 años, y su destierro dictado por la administración
concertacionista del demócratacristiano y furioso alentador del golpe de
Estado de 1973, Patricio Aylwin, han transcurrido más de 28 años.
Sin embargo, en esta ocasión, Hugo relata que ‘cuando llegué a la
cabina de Policía Internacional en el aeropuerto, pasé mi pasaporte
finlandés. Noté lo que había aparecido en la pantalla del computador por
el rostro que puso el funcionario y su inmediato llamado a un
comisario. Él me comunicó que tenía prohibición de ingresar a Chile. Yo
le replique que ya lo sabía y que mi presencia era y es parte de una
campaña porque estoy cumpliendo una condena injusta en el extranjero.
Los abogados que están con mi causa –Alberto Espinoza y Alejandra
Arriaza- solicitaron que me dejaran un día en el aeropuerto, mientras la
comisión de derechos humanos del parlamento hacía la solicitud al
Ministerio del Interior para que me permitieran el ingreso a Chile. Sólo
pedían 24 horas para que el juzgado correspondiente tomara resolución.
Desde el Ministerio y por orden explícita de Sebastián Piñera se dio una
rotunda negativa y se extendió el mandato de que debía devolverme por
donde llegué. Mi pasaporte fue entregado al vuelo que me retornó a
Buenos Aires el 1 de diciembre. En la capital argentina compré de nuevo
pasaje para Chile, y en cuanto pisé otra vez el aeropuerto en Santiago,
me comunicaron que el juez me había suspendido la pena de extrañamiento y
otorgado el permiso de ingreso por razones humanitarias, como consta en
el oficio número 392 / 2011 de la Corte de Apelaciones, firmado por el
Ministro de Fuero, Joaquín Billard Acuña. Pero la policía me metió en el
mismo avión de regreso a la Argentina. Las autoridades del aeropuerto
esgrimieron que el decreto por el caso Carol Urzúa debía contar con el
permiso del Presidente de la República. Y aquí estoy en Buenos Aires,
contigo, a un costado del Obelisco.’
‘MI CABEZA NUNCA SALIÓ DE CHILE’
Mientras la mañana bonaerense del domingo 4 de diciembre pone el sol en
clave vertical, Hugo Marchant explica que las campañas previas contra
el destierro ‘no tuvieron efectos prácticos. Además coexistían lecturas
encontradas respecto de sus contenidos. Algunos compañeros planteaban
que la Concertación nos había traicionado y por tanto, tenía una deuda
con nosotros. Yo en cambio, postulaba que las banderas de los Derechos
Humanos pertenecen al campo popular, es decir, la Concertación no podía
traicionar algo que no era parte de su naturaleza política. Todo lo que
hemos logrado ha sido resultado de la lucha; nunca ha sido por “buena
voluntad” de las clases dominantes. En esas dos campañas quedé en
minoría.’
-¿Y esta última campaña?
‘La
organizamos con mi compañera, Silvia Aedo. Como el movimiento
estudiantil está en pie de lucha, pensamos agregarnos con nuestras
reivindicaciones. Compramos los pasajes en Finlandia hace tres meses y
se creó en el camino con muchos el Comité Fin al Destierro Ahora. De más está decir que los recursos son escasísimos.’
-¿Qué pensabas hacer durante el eventual permiso para estar en Chile?
‘Ir a encontrarme inmediatamente con Guillermo Rodríguez, “El Ronco” (http://www.rebelion.org/ noticia.php?id=64759),
para conversar. Salir a caminar y visitar viejos amigos con mi hija.
Participar de alguna movilización social, mirar las caras, escuchar a la
gente. En fin, abandonar al ermitaño que dejé en Finlandia.’
-¿Qué lectura haces de lo acontecido hasta hoy?
‘Que cuando el Estado carece de fundamentos impone la represión. Como ocurre contra los movimientos sociales y populares.”
-¿Y ahora qué?
“La
cancha está bien rayada. Los abogados no han detenido su labor. El
viernes 2 de diciembre interpusieron un recurso de amparo a mi favor. Mi
batalla por retornar a Chile no ha terminado.”
-¿Por qué alguien que lleva casi 20 años fuera de Chile en un país tan desarrollado como Finlandia todavía busca retornar?
‘A mí la dictadura no me derrotó. Yo me siento tan revolucionario como
toda la vida. Y estoy retratado en los libros que ha escrito Guillermo
Rodríguez. Finlandia me recibió en noviembre de 1992 con los brazos
abiertos, pero allí yo he vivido como un ermitaño. Primero trabajé
paleando nieve y en la actualidad me desempeño como gestor inmobiliario.
Estudié sin terminar, Ingeniería en Automatización e Informática, pero
nunca logré hacer la práctica profesional por mis antecedentes. Pero más
allá de la calidad de vida que ofrece Finlandia, hacer lo que uno
quiere no tiene precio. Mi vida no tiene sentido si no participo de la
lucha política de mi pueblo. Mi cabeza nunca salió de Chile.”
“HUGO, NOSOTROS CONFIAMOS HARTO EN TI”
Mientras el periodista paladea una gaseosa, Hugo enciende un cigarrillo
de humo sin raíz y piloteando su máquina del tiempo recuerda que ‘Desde
los tres años de edad yo viví en la población La Palmilla de la comuna
de Conchalí (zona norte de Santiago pobre) con mi familia. Esos terrenos
entonces eran viñedos. Mi madre compró un sitio ahí. Ella trabajaba de
obrera en una fábrica de calzado, y se le pasaba pensando en voz alta.
Era muy activa en la población, en la junta de vecinos. Mi padre en su
juventud fue militante del Partido Comunista. Corría comienzos de los
60’ y en mi casa se hablaba mucho de política. Mi madre siempre fue
allendista. Yo trabajaba con ella en un taller que había donde vivíamos.
En la secundaria, a los 13 años, fui elegido presidente de curso en el
Liceo de Hombres Nº 12, muy cerca de la Municipalidad de Conchalí.
Entonces era nuevo el establecimiento. Por mi parte no tenía ningún
apuro de militar en algún partido político; no entendía las discusiones
de los muchachos más grandes y mis ideas tampoco encajaban mucho. Yo
pensaba que los cambios debían ser profundos. Me acuerdo que mi hermana
trabajaba de empleada doméstica en la calle Vitacura (avenida de
adinerados) y me impactaba mucho cómo vivía la gente rica. Me costaba
comprender que mi madre laborara de 12 a 14 horas diarias en la fábrica,
que mi padre también trabajara en la construcción, mientras en casa
apenas teníamos para comer. Carecíamos de alcantarillado, el piso era de
tierra y el techo de fonola. Sacábamos el agua de un ramal. ¡Y además
había gente todavía mucho más pobre que nosotros: personas, niños,
jóvenes, que nos pedían a nosotros para comer!’
Hugo aplasta el
cigarrillo con el zapato y relata que ‘cuando tenía 8 años, mi madre
llegó una noche de la fábrica mientras mi hermana la esperaba con una
taza de agua caliente, y se echó a llorar, contándole a mi hermana que
“Don Jesús”, el jefe de producción de la fábrica le propuso que yo
pudiera comenzar a ir a la empresa donde me instalarían un tablero de
diseñador y pasarme lápices, porque era posible que hubiera heredado las
habilidades manuales de ella. “No quiero para ninguno de mis hijos el
trabajo miserable que tengo”, dijo. A mí se me grabó ese episodio.’
También evoca que ‘en la época de la guerrilla boliviana (años 60’)
escuché por radio la lectura de la carta de un joven chileno dedicada a
su novia para ser publicada en caso de que muriera en esa decisión. Me
impactó mucho que un muchacho de Chile partiera a pelear de esa forma a
otro país y hubiera caído en combate. Yo tenía 14 años de edad. Comencé a
madurar la convicción de que yo no sería del Partido Socialista ni del
Comunista, grandes organizaciones que no habían logrado realizar
transformaciones de fondo en la sociedad. Entonces la revista Punto
Final imprimía en sus ediciones “El mini-manual del guerrillero urbano”,
del brasilero Carlos Marighella. Por primera vez tengo noticias de la
existencia del MIR; que se hablaba de la lucha por el poder, que estaba
Cuba, Vietnam, el barrio alto, mi población. Cuando apareció el Frente
de Estudiantes Revolucionarios en 1971 (FER, brazo estudiantil de masas y
parapartidario del MIR) en mi liceo, me incorporé de inmediato. Había
algo que me chocaba en el FER, eso sí. El muchacho encargado, súper
infantilmente, andaba uniformado con un abrigo azul marino, bototos,
pelo largo, lentes oscuros y una pistola inútil. Él decía que era un
militante “clandestino”’, y agrega que ‘Yo leía la documentación del MIR
y me sentía interpretado por ella. Entonces había que ser
“simpatizante” primero que militante. El joven “clandestino”, frente a
mis solicitudes de ingreso, me informó que antes que todo había que
“asumir tareas”. Yo estaba dispuesto, claro. En mi liceo campeaba la
Democracia Cristiana y venían las elecciones de la Federación de
Estudiantes Secundarios (Feses). Por la noche un pequeño grupo
empapelamos el establecimiento. El director del liceo me envió a buscar
al día siguiente. Mientras esperaba mi expulsión, recibí a cambio un
“última vez” y la colocación de paneles de propaganda por agrupación al
interior del recinto escolar. Asimismo, participé en un par de asambleas
pro MIR para los jóvenes de liceo. A una de ellas asistió Nelson
Gutiérrez (fallecido por una dolencia hepática y diabetes el 11 de
octubre de 2008 en Concepción, Chile). Quedé tremendamente impresionado
ante un análisis de la situación política que hizo. ¡Era primera vez que
le entendía a alguien y me sentía plenamente identificado! En otra
oportunidad oí hablar a Bautista van Schouwen (líder del MIR, detenido
el 13 de diciembre de 1973, según El Mercurio, y posteriormente
desaparecido) y quedé con la boca abierta. En fin, terminó 1971 y yo aún
no podía ser militante del MIR. Salí ese año del liceo e hice el
servicio militar.’
-¿Para qué?
‘Quería conocer
las fuerzas armadas por dentro, en especial, con la Unidad Popular en el
gobierno. Lo hice en la Infantería de Marina. Los primeros 4 meses
permanecí de recluta en el Fuerte Borgoño en Talcahuano, donde pocos
años después torturarían a los marinos democráticos. Los dos comandantes
de compañía que estaban en mi época, el capitán Koeller y el teniente
Cáceres, luego serían los señores del horror. Fui de los conscriptos
mejor calificados de toda la compañía, y hasta me condecoraron. Elegí
irme el último año del servicio militar a Iquique (Norte Grande). En el
regimiento era fuerte la discusión política. Nació una gran simpatía con
los sargentos y los cabos, en especial con el Sargento 1º Flores.
Cierta vez nos dijo “¿Ustedes creen que esa cagada de uniforme y fusiles
es para ir a pelear contra los bolivianos y peruanos? No huevones. Es
para hacer lo mismo que el ejército contra los mineros en la matanza de
la Escuela Santa María en 1907, donde asesinaron a mi abuelo.” Como yo
siempre tuve facilidades para las matemáticas y había que enseñar a la
tropa, y, por supuesto, era un muchacho de izquierda, hicimos rápida
amistad con el Sargento Flores. Dentro de la suboficialidad el grueso
era allendista, mientras que en la oficialidad pasaba lo contrario. En
1972 la burguesía y el imperialismo organizaron el paro de octubre para
desestabilizar a la UP. Días antes, el Sargento Flores me aclaró que
toda la preparación militar oficial fue echa para atacar al pueblo y que
“si nos envían a la calle, la salida es sin regreso”. La Infantería de
Marina operaba en unidades pequeñas y sobre objetivos concretos. Un cabo
democrático, dependiente del entramado antigolpista diseñado por el
Sargento Flores, y con quien saldría en la patrulla llegada la ocasión,
me instruyó sobre la manera de reducir a los soldados “obedientes” del
mando oficial. Todo el paro de octubre estuvimos en disposición
combativa. El 72 acabó mi servicio militar y en la despedida, Flores me
dijo “Hugo, nosotros confiamos harto en ti. Pórtate bien”. Nunca más
supe de toda esa gente.”
‘EL PODER POPULAR ERA LA LUCHA DE CLASES DESPLEGADA HASTA DENTRO DE LOS PARTIDOS’
El mediodía rebota en el Obelisco cuando Hugo narra que ‘De vuelta a
Santiago las cosas habían cambiado notablemente. En mi población
funcionaba el Comité de Abastecimiento Directo. Todas las señoras
estaban muy bien organizadas y a mí me habían reservado el cargo de
delegado. En La Palmilla estaban todos juntos y revueltos: comunistas,
socialistas, lo que hubiera, creando poder popular. Vecinos que jamás
había visto mover un dedo u opinar sobre algo, ahora se encontraban
activos y politizados.’
-¿Cuál era la contradicción esencial en el campo popular en ese momento?
‘Hablo de lo que mejor conocí. De las poblaciones La Palmilla, La
Pincoya, Juanita Aguirre. Los sectores más avanzados estaban empeñados
en construir poder popular, formular sus propias organizaciones de
poder. Y por otro lado, algunos sectores del PC, el PS, el MAPU, el MIR y
la Democracia Cristiana estaban asociados excepcionalmente allí, unidos
en el discurso contra el poder popular y con el apoyo obsecuente,
acrítico, al gobierno de la UP. Los partidos estaban cruzados por esta
discusión en su interior. Era la lucha de clases desplegada dentro de
los partidos.’
-¿Qué rol asumiste en tu territorio?
‘Se realizó una asamblea en la población dirigida por militantes del
PC, el PS, MIR, MAPU y DC. Ellos sostenían que, en materia de
distribución de mercadería, había que sostener una buena relación con
los comerciantes porque de lo contrario llegaría el fascismo. La
asamblea estaba cocinada, claro. Yo solamente podía hablar con el
compromiso de apoyar la mesa que conducía el encuentro. Como estaba la
DC, se había eliminado la palabra “compañero” de las intervenciones.
Entonces decidí subirme a un mueble, pedir la palabra y defender las
posiciones que consideraba más justas, como la promoción del poder
popular. Desde entonces los vecinos comenzaron a invitarme a todas las
asambleas, mientras comenzaron a llegar militantes del Ejército de
Liberación Nacional (ELN), anarquistas, expulsados del MIR, etc. El
objetivo era prepararnos para resistir el golpe de Estado que era
inminente. ¿Pero cómo conseguir armas si no teníamos recursos? En medio
de esa dinámica, se dio el “tanquetazo” el 29 de junio de 1973 (ensayo y
toma de temperatura de las FFAA para realizar el golpe poco después).
Allí, casi por accidente, participé en mi primera acción operativa. La
idea era partir al barrio rico de Santiago, robar un auto y venderlo
inmediatamente para comprar armas. En la acción misma -donde había
militancia graneada o sin militancia como yo-, los otros compañeros se
amilanaron e instintivamente tomé la iniciativa. Ahí me di cuenta con
sorpresa para mí mismo, que las cosas con las que me comprometía las
asumía sin vacilaciones. Desde la salida del servicio miliar no paré
más. En las noches nos enfrentábamos a los grupos de ultraderecha de
Patria y Libertad y la Brigada Rolando Matus que se tomaban los locales
de las poblaciones. El tiempo tenía una dimensión distinta. Era como
vivir muchos días en una hora. Y esta situación se repetía en otras
poblaciones también. Abajo, las fronteras de los partidos políticos se
habían transgredido en los hechos. Las políticas y discursos de Allende
en orden a que el pueblo es el propio sujeto de las transformaciones, se
volvieron una realidad masiva. Fue el movimiento “natural” que desplegó
la propia UP. La gente sola entendió que “ahora es cuando”.’
-¿Y el MIR?
‘Mi opinión, madurada en los años posteriores, es que el MIR, habiendo
surgido como una generación revolucionaria, no logró superar lo que el
propio MIR criticaba. En un partido revolucionario siempre va a
expresarse también la ideología burguesa. Por eso, la lucha ideológica
al interior del partido es una cuestión crucial. Es preciso el
centralismo democrático y los congresos para readecuar las tácticas
según el curso de la lucha de clases. Pero en el MIR las decisiones se
tomaban en el estrecho ámbito del Comité Central únicamente. Es más, yo
considero que el MIR no fue capaz de romper con la escuela estalinista.
Ya en 1971 recuerdo que un militante del MIR me confidenció que estaba
“la cagada” adentro porque un sector quería integrar la Unidad Popular y
otro, no. (Mucho después, estando en el exilio en Viena, conocí dos
miristas que ilustraban esa pugna. Uno era militante en el momento del
golpe, seguía adentro, y el otro, Enrique Leiva, que había sido director
de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, se había
retirado en 1979. Era socialista y había participado en la fundación del
MIR. Enrique siempre me alabó la conciencia de clase y me criticó la
mala formación intelectual. Empezó haciéndome leer novelas de García
Márquez. Luego me anunció que ya era hora de entrar a textos más
contundentes y me confió el “¿Qué hacer?” de Lenin. Paso a paso comencé a
entender las cosas, recién entre el 75 / 76, luego del golpe de
Estado).’
-Ya llegaba 1973…
‘En el 73
comenzaron a manifestarse las vacilaciones, enmascaradas de argumentos
políticos que le hacían el quite a la lucha frontal y a su preparación.
En ese devenir, caí detenido y encerrado en la cárcel pública a fines de
agosto de ese año mientras hacía propaganda, lanzando por la noche unos
panfletos muy sencillos. 5 días antes del golpe terminó nuestra
condición de incomunicados. Como no estábamos encargados reos, podíamos
salir en libertad. El “Conejo” Grez –uno de los 119 asesinados por los
servicios de Inteligencia de la tiranía en 1975 en Argentina-,
anarquista y estudiante de Filosofía, que era de armas tomar y a quien
el propio Miguel Enríquez expulsó del partido, con pistola en mano le
exigió al responsable político del PS en Conchalí que gestionara nuestra
salida de la cárcel. El sábado 8 de septiembre ya estábamos en la calle
de nuevo, ¡con la fortuna de que los días lunes los tribunales no
funcionaban!’
-¿Qué hiciste?
‘Me fui a la casa
de mi polola y el martes fue el golpe, donde sufrí uno de los días más
tristes de mi vida. En la población Juanita Aguirre los compañeros se me
fueron encima a demandarme las armas prometidas para la resistencia.
“Armas no hay”, les dije. Un grupo quería amotinarse con piedras y
barricadas. No me quedó otra que pedirles que por favor no lo hicieran,
que lo único que quedaba era replegarse y aprender a luchar en otras
condiciones. Finalmente los convencí y se fueron todos. Con el “Conejo”
Grez y otros pocos nos dedicamos a meter en las embajadas a los
“cadáveres políticos” que resultaban muy peligrosos si caían en manos de
los milicos. El encargado militar del PS de Conchalí, con entrenamiento
en Cuba, ya se había deshecho de las armas que guardaba. Nos advirtió
sin enrojecer que si “no me protegen, yo voy hablar”, así que lo
trasladamos a una embajada. En eso nos la llevamos al principio. En la
Plaza Chacabuco existía un restaurante donde nos reuníamos alrededor de
12 personas de Recoleta, la Pincoya, Conchalí, en un apartado. Era gente
dispuesta a seguir luchando y que provenía de la Vanguardia Organizada
del Pueblo (VOP), del ELN, del PS, del PC, de todo. En eso andábamos
hasta que hubo la oportunidad de sacar al exilio –por intermedio de
varios dirigentes del PS- gente que estaba mal, y a otros más jóvenes
que estuvieran dispuestos a regresar. Era noviembre del 73’. Así que con
unos pocos nos asilamos en la embajada de la India y sacamos la cabeza
en Austria con Leonel Carreño. Marcovich se fue a Bélgica. En
Austria esperé largamente mi contacto para irme a Cuba, pero no pasó
nada. Así es que me puse a trabajar remuneradamente.’
EDUARDO FERNÁNDEZ Y ENRIQUE LEIVA
Hugo Marchant propone un paréntesis hecho de materiales de
agradecimiento y homenaje. ‘A mediados de los 70 comencé a estudiar con
Enrique Leiva. Y cuando, tiempo después, le conté que había solicitado
mi ingreso al MIR, Leiva se enojó. Le expliqué que había estado todo ese
período con la maleta hecha, que era joven, que debía elegir entre el
PC y el MIR, que conocía los problemas internos, pero que el partido lo
hacía uno también. Corría fines de 1977. Entonces Leiva me reveló
asuntos del MIR que jamás me había comentado, como que la distancia de
estatura política entre Miguel Enríquez y el resto de la militancia era
sideral (con la excepción de Bautista van Schouwen), y que Miguel
equivocó la puntería cuando sobrevaloró su capacidad y no permitió que
el partido se depurara íntegramente. “Por eso me fui”, sentenció Leiva, y
agregó que le puntualizó a Miguel, “¿Qué pasa con la derecha del
partido? ¿Con Nelson Gutiérrez? Porque la derecha puede adquirir formas
tanto ultraizquierdistas, como abiertamente derechistas”.’
Y
Marchant expone su memoria como una mano que sostiene algo que no se
puede ver. ‘El otro mirista viejo que conocí bien fue al porteño Eduardo
Fernández, que se desempeñaba en la unidad de Inteligencia que dirigía
Andrés Pascal en el partido, y que fue de los que salió “sin permiso” de
Chile. De hecho, Fernández partió a París a ofrecer explicaciones a
Edgardo Enríquez (hermano de Miguel, tercer hombre del MIR, detenido y
desaparecido en Buenos Aires, Argentina, el 10 de abril de 1976) que el
dirigente no aceptó y lo envió a reunir dinero para la organización. A
Pascal Allende le pasó otro tanto con Edgardo. En esa época llegó a
Austria Erik Zott. Cuando cayó José Bordás, asumió la jefatura
militar Zott, como tercer o cuarto hombre del partido. Había sobrevivido
a la destrucción de la dirección del MIR en Valparaíso, y al centro de
torturas de Colonia Dignidad. Eduardo Fernández y Enrique Leiva eran
amigos, ambos provenían de Valparaíso y se conocían bien. Yo participaba
de sus conversaciones, llenas de anécdotas y entretelones de los
primeros años del MIR. Leiva se quitó la vida a fines de los 90’ y
Fernández en 1986. Una frustración profunda y signada por la
incomprensión los llevó a esa decisión, yo creo.’
LA OPERACIÓN RETORNO
-¿Y la famosa y trágica Operación Retorno?
‘En
mi calidad de simpatizante del partido, pasó un compañero de la
dirección regional a preguntar quién estaba dispuesto a retornar a Chile
para hacerse parte de la resistencia. El hombre se entrevistó con cada
uno de los miembros del local al que pertenecía y por fin me comunicó
que yo había sido reclutado para cumplir las tareas del regreso. Al
comienzo éramos 8 los comprometidos, pero a medida que se aproximaba la
fecha de volver a Chile, se reducía la cifra. Al final quedé solo y
partí a recibir entrenamiento durante un año 4 meses en Cuba, donde me
especialicé en logística, en el marco de un plan general que contemplaba
una estructura de células clandestinas de trabajo. En esa especialidad
éramos 5 compañeros, de los cuales reingresaríamos a Chile, dos.’
-¿Y luego de Cuba?
‘Volví a Austria para recibir las últimas instrucciones y despedirme. A
solas, Enrique Leiva me dijo “te envidio”. Cada uno de los compañeros
me manifestó lo mismo y alguno agregó que “simplemente no tengo el
valor”. En el caso de Erik Zott fue distinto. “Lo único que puedo hacer
es contarte mi experiencia”, y se largó en ese trámite. Él había
alcanzado a conocer el trabajo de la Inteligencia de la dictadura y esa
conversación fue riquísima.’
-Ya estabas listo para Chile…
“A los 27 años de edad, en noviembre de 1980 llegué a Chile. Volvimos
varios compañeros que luego murieron en el intento guerrillero de
Neltume y con quien participé en los cursos en Cuba. Mi teatro de
operaciones fue en Santiago en la Fuerza Central, laborando en las
tareas de logística.’
-Hay quienes plantean que la
Inteligencia francesa, fogueada en Argelia, tenía permeado al MIR y
sabía los detalles del retorno a Chile…
‘De eso no sé nada
concreto. Lo que sí sé es que Nelson Gutiérrez había anunciado
públicamente la Operación Retorno, incluso cuando todavía se estaba
reclutando a la gente. La actividad era clandestina, pero no era difícil
ubicarnos. Además que los servicios de Inteligencia europeos son muy
sofisticados. A ello hay que añadir las dificultades que reportaba la
falta de recursos de la organización, y que se conocía a quienes
volverían. Nos manteníamos compartimentados, pero de vez en cuando todos
parábamos en el mismo sitio.’
-¿Cómo estaban las cosas en Chile?
‘Me
encontré con lo que más o menos imaginaba. Los compañeros me corearon
“bienvenido al frente” y que cuánto dinero llevaba. De los US$500 que
traía me solicitaron 400. La organización se encontraba arruinada. No
existían casas de seguridad, armas, ni fachadas. Nunca caminé tanto en
mi vida. Carecía de medios hasta para el transporte público.’
-Pero pocos años después se voltearía el reflujo apabullante del movimiento popular con la crisis de la deuda…
‘En
efecto. Sin embargo, en enero de 1981 la dictadura le dio un duro golpe
a las Fuerzas Centrales del MIR cuando capturaron a Carlos García y
detuvieron a buena parte de la militancia, entre ellos a “El Ronco”. Yo
pienso que teníamos una concepción muy equivocaba de cómo operaba el
enemigo. La dirección y cuadros medios del partido padecían un mal
causado por los casos de Leonardo “Barba” Schneider (ex mirista, tornado en funcionario d el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea , SIFA
) , “El Fanta”, y otros, porque frente a los golpes que recibíamos,
siempre buscaban una infiltración que pudiera explicar lo sucedido. Yo
estimaba, por ejemplo, que si la represión nos detectaba, de inmediato
nos mataría. Y que si ello no ocurría, era porque la tiranía nos había
olvidado. Sin embargo, la realidad era muy distinta. Tanto ellos, como
nosotros, cometimos errores. Después, ya en la cárcel, se dio una
profunda discusión en el marco de cómo había sido diezmado el partido.’
-¿No tuviste encuentros casuales en el país?
‘En 1983 en Santiago, accidentalmente, me topé con el antiguo compañero
que se disfrazaba de clandestino en los tiempos de mi secundaria en el
FER y que nunca me permitió ingresar a militar al MIR. Él me dio una
mirada entre que me ubicaba y no, y yo lo abordé con un saludo directo.
Inmediatamente me respondió que “yo ya no soy el que tú crees. Ahora soy
empresario, tengo una fábrica de pantalones y mi estadía en el MIR sólo
fue la que tú conociste (1971). Sabía que andabas clandestino en el
país y nunca me lo imaginé…” A lo que le contesté un simple “cómo nos
cambia la vida”.’
-La resistencia reforzada ya se hallaba preparada para actuar…
‘En 1980 comenzaron a realizarse las primeras acciones contundentes,
como el ajusticiamiento del Teniente Coronel Roger Vergara (director de
la Escuela de Inteligencia del Ejército), las recuperaciones de dinero
en distintos bancos y al mismo tiempo, y otras. Yo no participé en
ninguna de ellas porque mi trabajo se centraba exclusivamente en la
unidad de aseguramiento de la organización.’
-¿Cómo evalúas la iniciativa general del MIR en ese período?
‘Pésima. Pero para mí no era ninguna sorpresa, porque la Operación
Retorno fue mal preparada desde el inicio. Lo más terrible es que por
parte de la dirección del partido se efectuó una sobrevaloración de las
condiciones para el tipo de lucha que emprendimos. El primer contingente
del MIR que cayó justo después del golpe fue víctima de torturas
atroces. Yo no puedo creer que de las mil personas que hayan pasado por
esa experiencia, todas resistieran la represión salvaje. Hubo gente,
claro, como Guillermo Rodríguez que salió de todo eso para continuar
reagrupando compañeros y seguir la pelea. Son varios, es cierto. Pero
son más quienes no estuvieron dispuestos a pagar los costos. También hay
una buena cantidad que llevó adelante un buen trabajo en la
retaguardia, en el exilio. Entonces para la Operación Retorno, la
dirección dibujó proyectos de dimensiones imposibles ante los recursos
humanos con que el MIR contaba. Faltaba la unidad ideológica necesaria
y, por tanto, la disposición combativa para la misión. Por lo demás,
ningún partido revolucionario tiene a todas sus fuerzas capacitadas para
actuar en primera línea. El arte al respecto, es emplear a cada hombre y
mujer en el mejor lugar que le corresponde, atendiendo sus habilidades.
La Operación Retorno fue un derroche de oro. La dirección estaba
empecinada en que los planes se cumplieran a como diera lugar. Y las
debilidades eran palpables.’
-¿Pero no manifestaste lo que señalas?
‘Tuve una discusión con Arturo Villavela. A él me correspondía
informarle sobre mi preparación logística y cómo concebía la tarea. A
Villavela le molestó que fuera tan voluminoso el documento que le
presenté. Abrió la primera página de mi informe y me indicó que yo tenía
“serios problemas”, y que “tú tienes que considerar que en Chile
estamos frente a una dictadura militar y el ejército es profesional; y
la única alternativa de triunfo que tenemos es a través de un ejército
popular, profesional y revolucionario. Eso está concebido en nuestra
estrategia”.’
-¿Por qué te hizo esas puntualizaciones?
‘Porque de acuerdo a mi análisis, a los estudios y la experiencia que
había acumulado, quien hace la revolución son las masas. Por lo tanto, y
según el contexto del Chile de entonces, por muy desolador que fuera el
reflujo popular y terrible la dictadura, tendrían que emerger
determinadas condiciones objetivas que dieran lugar a la irrupción
popular mediante formas históricamente conocidas. Por eso para mí era
preciso desarrollar desde ya toda clase de prototipo de lucha directa y
armada para, estratégicamente, llegar a armar al pueblo. Se trata de
intervenciones efectivas, exitosas, simples, con la convicción de que el
propio pueblo será capaz de realizar políticas concretas mejores. Es
decir, nuestra labor era crear condiciones mínimas materiales para que
el pueblo contara con algo más que la piedra y el fuego para enfrentar
al enemigo. En ese punto, Villavela me espetó que yo “estaba loco”. Le
repliqué que de dónde saldrían los miembros de ese supuesto ejército
revolucionario del pueblo. Finalmente quedamos en seguir la discusión
después.’
DESESPERACIÓN Y DEBACLE
No deja de
mirar a los ojos Hugo cuando sintetiza que ‘En noviembre de 1982 lo
único que quedaba de la Fuerza Central del MIR era nuestra unidad, la de
aseguramiento. Y algo de la unidad financiera que dirigía Ginio
Sperger. Aquí es imprescindible entender la relación que existía entre
el hombre y el aparato. Hay un tipo de militante que jamás realizó
trabajo público, de masas, que siempre se mantuvo al interior del
aparato partidario, cautelando su funcionamiento endógeno. Y esta
reflexión era vital porque la represión nos había castigado con acierto
extraordinario. La situación política cambiaba diametralmente.
Irrumpieron las marchas contra el hambre y las primeras protestas
sociales. Es decir, la organización debía corregir su actuación, hacer
un trabajo profundo en el pueblo. Pero ya la crisis en el MIR era
honda.’
-¿Y tú en medio de la crisis?
‘De los
tres años que estuve clandestino (80 / 83) muy escasamente participé en
una reunión partidaria. Creo que fueron 4 veces. Un partido
revolucionario debe siempre ser una organización de cuadros políticos,
es decir que el militante condensa la política del partido, el militante
es el partido. Mientras tanto, en la dirección se sufría una dura pelea
entre Nelson Gutiérrez, Hernán Aguiló y Hugo Ratier, como efecto de que
el MIR estaba aislado del pueblo y la represión nos vapuleaba
neurálgicamente. Sobre todo en la primera línea de combate y no en otro
lado. En ese escenario nos llegó el mensaje de que había una postura muy
fuerte al interior de la dirección que estimaba que entre nosotros
existía un infiltrado, porque no se explicaba por qué la unidad a la que
yo pertenecía todavía sobrevivía (!). A mí me pareció, por lo menos,
descabellado. Pero yo tampoco contaba con argumentos fidedignos para
fundamentar lo contrario. La escuadra financiera, 22 compañeros, se fue
del partido casi en el acto. Paralelamente, en diciembre de 1982,
apareció un artículo muy breve en el diario La Segunda (hijo vespertino
de El Mercurio) donde se imprimió que el MIR estaba reducido a su mínima
expresión y que no quedaba más que una sola unidad, fuertemente armada y
militarmente bien calificada, y se mantenía dirigida por un ex cabo de
la Aviación, como era la verdad. La dirección sacó de Chile a ese
compañero rápidamente.’
-¿Qué hacer ante un cerco tan hábil sobre ustedes?
‘Se le ocurrió a la dirección que se realizara una operación de alta envergadura para ver cuál era la situación real.’
-¿Qué? ¿Planear una acción fuerte para detectar una eventual infiltración?
‘Jorge Palma Donoso, el jefe de la unidad, me dijo que preparara
armamento y que nos acuartelaríamos por un día y una noche. En la
reunión, discutimos a “calzón quitado”. Lo más probable era que ya
estuviéramos encuadrados por la dictadura. Todos convenimos en no
aceptar salir en esas condiciones “con una cruz en la frente”. Sin
embargo, según nosotros, el enemigo era incapaz de concebir solamente un
tipo de acción por nuestra parte. No le interesaban los bancos ni la
voladura de torres. Lo que no tenía contemplado supuestamente era que
ajusticiáramos a uno de los suyos. Por tanto, asumimos el desafío de
realizar una acción antirepresiva. Pero tenía que ser “diversionista” en
términos de Inteligencia. Es decir, debíamos realizar maniobras que se
leyeran como que estábamos apenas marcando el paso para mantenernos. No
asaltar bancos, sino hacer operaciones de poca monta, como recuperar
recursos en gasolineras, tanto para financiar la acción grande, como
para distraer a la Inteligencia de la tiranía. El objetivo era montar
una estructura clandestina nueva a partir del trabajo político que cada
uno de nosotros tenía. En ese momento nos dimos cuenta que la cantidad
de personas que confiaba en la resistencia era enorme. Asimismo,
constatamos que constituíamos una fuerza operativa altamente cohesionada
en lo ideológico-militar, y con potente disposición moral de combate.
Confiábamos plenamente en una operación que significara una demostración
de fuerza. En lo práctico, no trabajaríamos bajo ninguna fecha fija. El
momento sería cuando tuviéramos preparados todos los requerimientos.’
-¿Qué curso tomaron las cosas?
‘Yo laboraba con Carlos Araneda. Asaltamos bombas bencineras, hicimos
escuelas con la gente. Nosotros queríamos que el enemigo mostrara sus
cartas. Como el golpe que daríamos sería duro, la respuesta sería peor.
Incluso pensamos en que la operación no pudiera realizarse simplemente
porque nos estuvieran esperando o nos capturaran antes de hacer nada.
Nuestra apuesta principal estaba en la compartimentación. Ninguno de
nosotros debía ni tenía cómo llegar a la dirección, ni tampoco entre los
propios compañeros del equipo. Con la dirección el único que se
vinculaba era el “Chico” Palma y se suponía que estábamos completamente
desconectados. Los contactos eran mínimos.’
-Todo iba tal como lo organizaron hasta ese instante…
‘Así fue hasta el “Día D”. Todo el mundo se acuarteló y se realizó la operación tal cual estaba planificada.’
-¿Qué hizo la dictadura?
‘ La represión respondió cayendo sobre Fuenteovejuna y Jaraqueo
(nombres de las calles donde habitaban militantes que fueron asesinados
por agentes de la Inteligencia pinochetista, mientras otros ofrecieron
resistencia armada), y capturaron al “Chico” Palma, Carlos Araneda y a
mí. Mi turno ocurrió el 7 de septiembre de ese mismo año, a las 13:45,
en San Pablo, muy cerca de Bandera. Yo venía llegando de un contacto
realizado con Carlos Araneda en el cementerio de Maipú. Cuando viajaba
hacia otro punto, noté algo extraño en el microbús así es que me bajé
sin mirar hacia atrás. Vi a un policía de gendarmería que al advertirme
abrió los ojos desmesuradamente. Iba a sacar mi arma cuando una mano me
paralizó un brazo, otra mano el otro brazo, otra me jaló del pelo e
inmediatamente me hicieron lo mismo en las piernas. Me metieron a un
automóvil donde se percataron entre recriminaciones de las armas que
llevaba encima, y me golpearon hasta dejarme anestesiado. “A la vida, no
más”, me dije. En mi detención participaron alrededor de 30 agentes.
Ahí comenzó el episodio con la Central Nacional de Informaciones (CNI).’
-¿Te trasladaron al cuartel de la CNI instantáneamente?
“Sí. Al principio me encerré en el discurso de que era un mero
simpatizante de la resistencia, hasta que apareció un nuevo personaje
que gritó “¡Qué va a ser simpatizante este huevón. Aquí yo soy el jefe y
termina el hueveo!” Deletreó mi nombre completo, mi nombre político
correcto (“Manuel”), y a cada uno de los compañeros con los que
trabajaba. Me consultó sobre Carlos García y si sabía lo que le había
pasado. Yo respondí que no lo conocía personalmente, pero sí lo que le
había ocurrido. Carlos fue detenido con su mujer a quien, torturándola
en la “parrilla”, le arrojaron a su bebé mientras le aplicaban
electricidad. El tipo, amenazándome, me dijo que acababa de tener en sus
brazos a mi hija Javiera de 7 meses de vida. (Tiempo después, el propio
Carlos García me contó que había soportado la tortura dos días).
Entonces el funcionario me preguntó “¿Qué trato quieres hacer conmigo?”.
Yo le repliqué, “¿qué trato podemos hacer si me tienes engrillado, con
los ojos vendados, tienes a mi hija y mi mujer, y estoy en tu cuartel?
¿Qué capacidad de negociación puedo tener en estas condiciones?” Me dio
un palmetazo y me espetó que “reconozcas lo que hiciste”. “¿Quieres que
reconozca lo que yo hice en el ajusticiamiento de Carol Urzúa?”,
manifesté, en tanto me corrigió “¡Mi general Carol Urzúa, concha de tu
madre!”. “No tengo ningún problema”, terminé y me trasladaron a una
celda.’
-¿Qué hiciste?
‘En el calabozo me
puse a pensar y pensar. Pasaron repartiendo comida y comí para asombro
de mis captores. Ocurría que en esas condiciones el cuerpo me demandaba
alimento por el desgaste energético. Incluso podía dormir, a menos que
me despertaran. Cuando salí de la CNI, la doctora que me realizó el
chequeo médico, me preguntó en qué fecha y hora estábamos. Acerté en la
fecha y erré por 15 minutos de atraso en la hora. Me guiaba por la
rutina de los milicos.’
-¿Qué pensaste?
‘Que
la CNI decidía quién vivía y quién moría. En los periódicos ya había
aparecido que habría pena de muerte para los autores del caso. Y a la
CNI le interesaba corroborar quiénes habían efectuado todas las
operaciones ligadas a los asaltos a gasolineras, el tema de los
automóviles e información surgida por distintas vías. Y
fundamentalmente, papeles con formas de escribir que encontraron en casa
de Hugo Ratier y otros. Ahora, yo creo que cometimos un error grave
cuando estábamos planificando el asalto a la segunda bomba de bencina.
Éramos tres. Uno debía encontrar los lugares apropiados. El modo era el
siguiente: nosotros reducíamos al taxista y luego lo llevábamos a un
sitio donde meterlo en el portamaletas. Para el caso, fue en la comuna
de La Florida que tenía calles anchas. Era mediodía, hacía mucho calor y
no había un alma. Salvo un grupo de personas que nos topamos que estaba
haciendo unos trabajos en la vía. Nos cercioramos de estar bien armados
y llegamos al lugar convenido. Yo planteé que nos encontrábamos bajo
vigilancia, pero mis compañeros me contradijeron. Cada una de esas
operaciones tuve que relatarlas con lujo de detalles a la CNI. E
intentaba alargar al máximo las historias para que ganaran tiempo
afuera. En un momento, uno de los agentes se molestó y me dijo que
estaba mintiendo. ¿Pero por qué si conocían todo a través de sistemas de
micrófonos? De hecho, el día que partí a acuartelarme justo antes de la
acción, en el microbús, mientras me revisaba el cuerpo, me di cuenta de
que me había quedado con las llaves de mi casa y como todavía tenía
tiempo, me devolví tomando un transporte de vuelta para regresárselas a
mi compañera. Los agentes de la CNI me recordaron el episodio, pero
ellos lo interpretaron como una medida conciente de mi parte de
contrachequeo. Nada que ver. Yo concluí que en realidad me querían vivo
para fusilarme después. Es decir, efectivamente, la CNI nos tenía
encuadrados. Y el único vínculo con que contaban para llegar a la
dirección éramos nosotros, porque no quedaba nadie más activo.’
EL EXILIO SIN REINO
-¿No consideraste que la dictadura de algún modo, les permitió realizar lo planificado?
‘Algunos piensan eso. Sin embargo, yo creo que no fue así. Me baso en
que la prensa de la época ya nos consideraba aniquilados y que sólo
quedaba una base del MIR. Y que cuando comenzamos las acciones de poca
monta, el régimen únicamente se dedicó “a mantenernos” y que, por tanto,
nunca podríamos dar un golpe serio. Es más, yo estimo que con la
operación mayor los sorprendimos. Hubo acciones que no salieron ni en
los periódicos ni en los interrogatorios. Yo creo que el ajusticiamiento
de un general –que no estaba en su lógica- le generó un verdadero
problema a la tiranía. A algunos generales, hasta ese momento, sólo la
dictadura los había eliminado. Y además cometimos un desacierto. Después
de la acción nosotros debimos haber regresado al lugar de
acuartelamiento y esperado ahí lo que ocurriera. Pero luego de la
operación cada uno se fue para su casa.’
-¿Y políticamente?
‘La Operación Retorno dio cuenta nítidamente de que existían diversos
esfuerzos y proyectos al interior del partido, y que las diferencias al
final se resolvían por consenso. Convivían estrategias
insurreccionalistas, de guerra popular prolongada, tesis más
conspirativas, etc. La dirección del MIR no se detuvo en la reacción
represiva que recibiríamos en las condiciones de fragilidad en que nos
encontrábamos. La dirección se obsesionó con una teoría basada en
golpear con lo que hubiera, y blandió el argumento de la infiltración
para explicar las innumerables bajas de compañeros y zanjar problemas en
su interior. Pagaron y seguimos pagando muchos la ausencia de discusión
colectiva. Y los sobrevivientes de la acción habríamos sido fusilados
sino fuera por el movimiento social en alza y el surgimiento del Frente
Patriótico Manuel Rodríguez en ese período ( http://www.rebelion.org/ noticia.php?id=113276 ) .’
MIENTRAS TANTO
Hugo Marchant Moya tiene tras de sí el Obelisco. Su estadía en Buenos
Aires quiere ser pasajera porque necesita volver a Chile, a esa lengua
tumefacta que obliga a vivir de costado justo antes de caer al Pacífico.
Hugo Marchant Moya lleva tanto gastando vista en fotografías, relatos a
miles de kilómetros de su adolescencia y juventud, atrapado en el
exilio, esa palabrota vieja y de rejas insondables, disciplinaria,
castigo político que inventaron los griegos para equipararla con la pena
capital .
Hugo nunca ha dejado de regresar a Chile. ‘Estuve
preso desde el 7 de septiembre de 1983 hasta el día que partí al
destierro. No fui liberado con el fin de la dictadura simplemente por la
derrota política que sufrimos. Para la Concertación, bajo ningún punto
de vista era posible la legitimidad de nuestra lucha. La salida de
Pinochet había sido pactada y dentro de las condiciones y las
convicciones de la Concertación, no estaban contempladas
transformaciones en el modelo económico. Por un lado se sacaba de La
Moneda al Capitán General, y por otro lado, la Concertación ofrecía
gobernabilidad y obtenía la administración ejecutiva del mismo
ultraliberalismo reinante. De hecho, en una entrevista, luego de haber
sido el primer Presidente elegido en las urnas post dictadura, Patricio
Aylwin consultado por nuestro indulto a cambio del destierro, dijo que
nosotros no estábamos en libertad, estábamos recibiendo nuestro castigo;
y que los presos políticos éramos simples delincuentes con algún nivel
de conciencia social.’
‘Vaya conciencia social’, piensa el
periodista, y piensa en la solidaridad que se está organizando en ese
mismo momento en Chile y en otros costados del planeta. También, con
vergüenza, piensa en sus propios dolores, en sus muertos y sus
militancias siempre atrasadas. Y contempla, con una libreta y un retrato
fotográfico enmarcado de Gabriela Mistral bajo el brazo, a Hugo
mientras se devuelve sobre sus pasos y le da un saludo como el de
Guillermo Rodríguez la última vez que lo vio, en medio de una marcha de
más de 100 mil estudiantes en Santiago de Chile, hace 4 meses atrás que
parecen años.
Por: Andrés Figueroa Cornejo
Tomado de: Rebelión
Radio Popular Enrique Torres