Crítica al marxismo subjetivista de Kohan y Holloway
"Es que al demostrar Marx que existen estas leyes, está diciendo que, en tanto subsistan las relaciones sociales de producción, habrá explotación, desocupación, y crisis económicas. Por lo tanto, este planteo constituye un poderoso llamado a la clase obrera para encarar políticas revolucionarias y para poner un tope a las ilusiones reformistas sobre lo que puede conseguir dentro del sistema capitalista. A la inversa, el planteo de que no existen leyes objetivas puede alentar proyectos utópicos y reformistas, esto es, la idea de que todo se puede cambiar con luchas y presiones dentro del sistema, porque ninguna posibilidad está descartada. Como veremos, más que en la existencia de leyes objetivas del sistema, este último fue el argumento central en que basaron sus orientaciones políticas la mayoría de las corrientes reformistas y reaccionarias dentro del movimiento obrero y socialista."
Por estos días un lector me envió un mail
preguntándome por mi posición frente a la crítica del profesor Néstor
Kohan al marxismo “objetivista” y “determinista”. El tema está vinculado
a la cuestión de si existen leyes objetivas, sociales, en el modo de
producción capitalista. Kohan es un exponente de los marxistas que
sostienen que no existen tales leyes objetivas. Ha escrito un libro
sobre El Capital, de mucha influencia en Argentina y en América
Latina, en el que defiende esta postura. John Holloway, a quien Kohan
cita extensamente, tiene un enfoque similar. Mi punto de vista es muy
distinto. En esta nota reproduzco un artículo que escribí en 2007, de
crítica al libro de Kohan. Ahora he modificado el título y varios
pasajes. El determinismo en el marxismo lo trataré más específicamente
en otra nota, aunque la cuestión ya está contenida en la discusión sobre
las leyes objetivas. Aquí va entonces el escrito.
En los últimos años se ha difundido una crítica a lo que se llama la lectura “tradicional” de El Capital. La
misma afirma que la lectura tradicional conduce a interpretaciones
“funcionalistas”, “objetivistas”, “mecanicistas” e incluso “burguesas”
del capitalismo. Esta idea ha sido desarrollada por el profesor Kohan en
El Capital, historia y método – una introducción (La Habana, 2004; las citas corresponden a este texto). El libro incluye un trabajo de John Holloway, en el que sostiene que “[l]a lectura tradicional [de El Capital] es una lectura funcionalista” (p. 435), que anula la fuerza crítica de la obra de Marx. Kohan, por su parte, advierte que El Capital
no hay que leerlo “sin advertir todo lo que la exposición lógica
presupone”. Con esto quiere decir que no hay que empezar por la primera
línea del primer capítulo, y seguir por el capítulo dos, por el tres,
etcétera, porque si hace esto el lector “se desbarranca inmediatamente y sin remedio”
(p. 292; énfasis agregado), y está condenado a no ver las diferencias
entre la “mano invisible” de Adam Smith y la posición de Marx. Según
Kohan, hay que comenzar a leer el texto de Marx por el capítulo 24, y
hay que estar prevenido contra las tentaciones de interpretación
“mecanicista” y “objetivista”. En definitiva, Kohan y Holloway abogan
por un marxismo “no objetivista”, que subraya lo subjetivo. Holloway
resume la tesis de la siguiente forma: de acuerdo a la lectura
tradicional, El Capital presenta un análisis de cómo funciona
el capitalismo, según ciertas leyes de desarrollo. Pero sólo puede haber
leyes, continúa Holloway, “en la medida en que el fetichismo está
completo, en la medida en que las relaciones sociales están totalmente
reemplazadas por relaciones entre cosas” (p. 435). Pero si es así, “si
el fetichismo está completo, entonces no existe ninguna posibilidad de
auto-emancipación de los negados, de los oprimidos” (ídem). En cambio,
la lectura “no tradicional” de El Capital, que Holloway
considera indispensable, muestra que detrás de las máscaras del
fetichismo existe la fuerza del trabajo alienado, y el capital depende
totalmente de “nuestro hacer” y de “su conversión en trabajo abstracto”.
Kohan, de la misma manera, arremete una y otra vez contra los marxistas
“objetivistas”. Por ejemplo, refiriéndose a las interpretaciones de la
ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, afirma que “la
ortodoxia del marxismo” piensa que el capitalismo iría a un “necesario y
fatal… juicio final”, lo que llevaría al paso automático a la sociedad
comunista (p. 333).
En resumen, el tema es criticar toda lectura que quiera ver en El Capital un
estudio de leyes objetivas de funcionamiento del capitalismo. Por
ejemplo, y según el enfoque de Kohan y Holloway, el propósito de la ley
del valor de Marx es explicar la posibilidad de las crisis, y “no
comprender esto constituye una equivocación fundamental del marxismo
funcionalista que termina incorporando a la teoría del valor de Marx en El Capital una
visión infundadamente armonicista del orden social…” (Kohan, p. 361).
Pensamos que este abordaje de la obra de Marx sólo se puede mantener a
costa de a) una tergiversación de las categorías fundamentales; y b) una
caricaturización de las posturas de lo que Kohan llama “marxismo
objetivista”. Sostenemos también que esta lectura no ayuda a avanzar en
la lucha teórica contra la ideología burguesa; y tiene consecuencias
políticas graves.
Leyes objetivas, base de la política revolucionaria
A pesar de lo que digan los críticos de las lecturas “tradicionales” de El Capital,
es un hecho que Marx sostuvo, una y otra vez, que existen leyes de
funcionamiento del capitalismo. Por ejemplo, habló de la ley del valor, a
la cual consideraba la “ley fundamental de la economía política
moderna”, en tanto que “conexión interna y necesaria” entre el valor de
las mercancías y los tiempos de trabajo socialmente necesarios. También
habló de la ley general de la acumulación, de las leyes de la
apropiación capitalista, o de la ley de la tendencia decreciente de la
tasa de ganancia. Siempre se refirió a estas leyes como leyes
“objetivas”. Por “objetiva” Marx entendía que son leyes que derivan de las relaciones sociales y del accionar de los seres humanos, pero que éstos no dominan. Por eso la cosificación de las relaciones sociales implica que se trata de un mundo social, pero que domina al ser humano.
Se trata entonces de leyes que gobiernan el funcionamiento del sistema, su reproducción, y que a través de su dialéctica interna encierran la dinámica de las crisis, del estallido de las contradicciones. Proporcionan por eso el campo para la acción revolucionaria, para la intervención de los explotados en la resolución definitiva de las contradicciones. De ahí que sea necesario conocer este aspecto sistémico del capitalismo, a fin de que la crítica llegue “al hueso” y se entienda que los males de la clase obrera no se van a acabar cambiando personajes o gobiernos, sino acabando con la propiedad privada del capital. Insistimos, para sacar esta conclusión hay que entender el aspecto sistémico, objetivo, reproductivo de estas leyes del capital. Pero precisamente esto es lo que niega la lectura de El Capital que propone Kohan, siguiendo a Holloway.
Por ejemplo, la ley del valor regula,
como tendencia, las partes del trabajo total social que deben destinarse
a la producción de diversos valores de uso. Este concepto es explicado
en el capítulo 12 del tomo I de El Capital, donde se sostiene
que las diversas esferas de la producción procuran mantenerse
constantemente en equilibrio, en el sentido que cada productor debe
producir un valor de uso que satisfaga alguna necesidad social. Por esta
razón debe establecerse un nexo interno que articule estas diversas
masas de necesidades, y este nexo interno es la “ley del valor”.
Esta tendencia de las diversas esferas de la producción a mantenerse en
equilibrio sólo se manifiesta, a su vez, como reacción contra el
desequilibrio constante. O sea, la ley del valor actúa como una
reguladora anárquica de la producción, con independencia de lo que los
seres humanos puedan desear. Es una ley que se impone de forma objetiva
social.
Cualquiera que tenga un mínimo de cultura en economía y lea esto en El Capital,
se dará cuenta de que esta concepción está muy alejada de la teoría
burguesa del equilibrio general. Pero también entenderá que la ley del
valor de Marx no tiene como único objetivo explicar la posibilidad de
las crisis, sino mostrar cómo en el capitalismo se comparan, distribuyen
y regulan los tiempos de trabajo. Esto no quiere decir que Marx tuviera
una concepción “armonicista” del sistema capitalista. Por el contrario,
la ley del valor se fundamenta en una contradicción que es insalvable
del sistema, la que existe entre el carácter social y privado del
trabajo. Por lo tanto, lo que está mostrando Marx es cómo el sistema puede reproducir en escala ampliada esta contradicción a través de la acción de la ley del valor.
Para lo cual debe establecerse cierta regulación, cierta ley interna
del mercado. Constituye un planteo no dialéctico pensar que la
existencia de la contradicción o del desequilibrio niega el momento de
la identidad, de lo sistémico, de lo que se reproduce en escala
ampliada. Es no entender el ABC del asunto.
De la misma manera, la ley de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia trata de demostrar cómo, a
pesar de la acción consciente de los capitalistas por elevar la tasa de
ganancia, se produce una caída tendencial de la tasa de ganancia. Se
trata de nuevo de una ley de funcionamiento, que revela el carácter
contradictorio del proceso de producción capitalista. La caída de la
tasa de ganancia precisamente se da porque existe una ley de la
acumulación capitalista, que se manifiesta en ciertas regularidades
tendenciales; por ejemplo, la tendencia al crecimiento de C/V. Lo
importante es que estas tendencias operan en la realidad y en la
historia del capitalismo. No se trata solo de especulaciones abstractas.
En particular, las crisis se descargan como fenómenos objetivos, por
encima de la voluntad de los participantes. Es absurdo que la quiebra de
Lehman o de Bears, de Enron o World.com, las desvalorizaciones masivas
de capital que se precipitan con las crisis, sean manejadas o preparadas
por los mismos capitalistas. Son fenómenos objetivos-sociales.
En otros pasajes Marx todavía es más explícito, si se quiere, acerca del carácter objetivo de estas leyes, al tiempo que señala las contradicciones implicadas. Por ejemplo, en el capítulo 22 del tomo I de El Capital sostiene que el desarrollo de la producción capitalista convierte “en ley de necesidad” el incremento constante del capital invertido, y que la competencia impone a todo capitalista individual “las leyes inmanentes del régimen de producción capitalista de producción como leyes coactivas” (énfasis añadido). Lo cual encierra una crítica al capitalismo “humano” y “bondadoso”, con el que sueñan muchos utópicos. Incluso en ese mismo capítulo habla de una dialéctica “interna e inexorable” que hace que la ley de la apropiación, o ley de la propiedad privada, se transforme en su contrario, en la ley de la apropiación del producto del trabajo ajeno sin equivalente. Existe una dialéctica, esto es, una dinámica objetiva, que conduce al ahondamiento de la contradicción entre el capital y el trabajo, pero a través de un funcionamiento que es sistemático.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con
el “armonicismo”, con la “mano invisible” de Adam Smith? Respuesta:
nada, no tiene nada que ver. En Marx se trata de leyes objetivas, que
operan a partir de contradicciones sociales fundamentales. En Smith no
hay ni rastros de esto. Además, ¿por qué tiene que deducirse de este
enfoque de Marx que el trabajo no tendría potencialidad revolucionaria, o
que estamos ante un “fetichismo completo”, si precisamente siempre está
presente en el planteo la contradicción y el conflicto? Contra lo que
afirma Kohan, es evidente que las “lecturas tradicionales”, que
advirtieron que El Capital plantea la existencia de leyes
objetivas, no se equivocaron. Pero además, las consecuencias políticas
que se derivan de esto, nunca estuvieron, ni están, mecánicamente
determinadas. Es que al demostrar Marx que existen estas leyes, está
diciendo que, en tanto subsistan las relaciones sociales de producción, habrá explotación, desocupación, y crisis económicas. Por lo tanto, este planteo constituye
un poderoso llamado a la clase obrera para encarar políticas
revolucionarias y para poner un tope a las ilusiones reformistas sobre
lo que puede conseguir dentro del sistema capitalista. A la
inversa, el planteo de que no existen leyes objetivas puede alentar
proyectos utópicos y reformistas, esto es, la idea de que todo se puede
cambiar con luchas y presiones dentro del sistema, porque ninguna
posibilidad está descartada. Como veremos, más que en la existencia de
leyes objetivas del sistema, este último fue el argumento central en que
basaron sus orientaciones políticas la mayoría de las corrientes
reformistas y reaccionarias dentro del movimiento obrero y socialista.
Tergiversan lo elemental
Los planteos de Kohan y Holloway solo se
mantienen a costa de desconocer, de forma grosera, cuestiones
elementales de la crítica marxiana de la economía política. Por
supuesto, todo el mundo tiene el derecho a discrepar con tal o cual
aspecto de la teoría de Marx; además, es claro que hay interpretaciones
diversas sobre muchos pasajes, y también cuestiones que deben
reexaminarse, a la luz de nuevos desarrollos teóricos, o de la evolución
del capitalismo. Por caso, personalmente he planteado que con los
supuestos que plantea Marx no se puede demostrar la caída tendencial de
la tasa de ganancia, como lo demostró el teorema de Okishio. La lectura
de Marx, o de cualquier otro autor, debe servir para interpretar la
historia y el presente. La crítica y el espíritu moderadamente escéptico
son esenciales. Sin embargo, esto no autoriza a decir cualquier cosa
para que los textos encajen en lo que queremos que quieran decir. Pero
esto es lo que hacen Holloway y Kohan, mediante el sencillo
procedimiento de ocultar todo lo que no les conviene, e inventar
libremente lo que se les ocurre. La cosa llega al extremo que ni
siquiera aciertan en el concepto de capital. Y lo grave es que esto pasa
por “alta teoría”, que supuestamente abriría el camino al estudio de
Marx.
Por ejemplo, Holloway afirma que “lo que
constituye valor y valor de uso es el trabajo humano” (p. 436). Sin
embargo, la realidad es que el trabajo humano sin los medios y objetos
de trabajo no puede constituir el valor de uso, como explica Marx, tanto
en el capítulo 1 de El Capital, como en la Crítica al Programa de Gotha.
La desposesión de los medios de producción permite al capital
establecer su dominio sobre el trabajo. Pero Holloway está empeñado en
exaltar el “poder del trabajo”, para poder concluir que el capital
“depende” del trabajo. Está en su derecho, pero eso no lo autoriza a
inventar citas de Marx. Es que Marx consideraba que eran los burgueses
los que estaban interesados en “atribuir al trabajo una fuerza creadora
sobrenatural”, para ocultar el hecho que el obrero, desprovisto de los
medios de producción, solo podrá trabajar con el permiso del propietario
de las condiciones materiales de trabajo. Por eso, Marx insiste en que
“la naturaleza es la fuente de valores de uso… ni más ni menos que el
trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural…” (Crítica al Programa de Gotha).
Holloway, sin embargo, pone en boca de Marx la afirmación opuesta, para
sostener en seguida que el capital depende totalmente del trabajo (p.
437). ¿Qué quedó en el camino? Pues que el trabajador depende de la
voluntad del propietario de los medios de producción de comprar su
fuerza de trabajo en el mercado. Esta es una cuestión objetiva
–son relaciones de producción estabilizadas y reforzadas por el aparato
político jurídico represivo- de la cual no se puede hacer abstracción a
la hora de hablar del dominio del capital. Si se hace abstracción de
esto, se cae en el voluntarismo político, sin bases materialistas. O se
cae en la ilusión de que basta ser un rebelde – apagar el despertador y
no ir a trabajar, como llega a proponer Holloway- para cuestionar el
dominio del capital. ¿Qué trabajador real puede seguir este consejo?
Ninguno, porque son abstracciones propias del que se ha abstraído de la
realidad “objetiva” del modo de producción capitalista, del poder de la
propiedad privada. Y esto se quiere hacer pasar por “espíritu
revolucionario”, inspirado en El Capital.
Las afirmaciones de Kohan sobre Marx
discurren por los mismos carriles de falta de rigurosidad que los de
Holloway. Cuando le conviene, hace decir a Marx cosas que éste jamás ha
dicho, y en temas que son cruciales. Así, sostiene que Marx dijo “en
varias partes de su correspondencia, en la Contribución… y también en El Capital ‘yo descubrí esta doble dimensión del trabajo humano’ (p. 280). No sabemos en qué carta o lugar de El Capital afirmó semejante cosa. Pero en la Contribución a la crítica de la Economía Política
señaló que Steuart establecía “una aguda distinción entre el trabajo
específicamente social, que se manifiesta en el valor de cambio, y el
trabajo real, que tiende a la obtención de valores de uso” (p. 43,
edición Siglo XXI). Esto está muy alejado de la afirmación que Kohan
atribuye a Marx. Lo menos que se hubiera esperado es que Kohan
discutiera la afirmación de Marx sobre Steuart, y brindara alguna
explicación de por qué afirmó lo que afirmó. Pero eso brilla por su
ausencia. ¿Qué opinará Kohan de la afirmación de Marx sobre que la base
de toda crítica es el rigor? Por otra parte, si hubiera examinado a
fondo esta cuestión del trabajo abstracto, le hubiera sido bastante
difícil probar que, en la teoría de Marx, el trabajo abstracto “es lo
que otorga carácter de mercancía a los productos del trabajo” (p. 352).
¿De dónde saca Kohan este nuevo disparate? ¿No hay límites para este
“marxista no objetivista”?
Ni siquiera el concepto de capital
Pero el colmo de los desatinos es no entender qué es capital para Marx… en un libro dedicado a El Capital.
Escribe Kohan: “[e]l capital es trabajo muerto… porque es trabajo
pretérito” (p. 279). Pues bien, Marx no dice esto. Marx dice que el
valor es trabajo pretérito, no el capital. Es imposible que el capital
sea trabajo muerto. El dinero con que el capitalista paga el salario del
obrero encarna valor, trabajo muerto. Pero una vez que se ha realizado
la operación D – F de T, el capitalista ya no dispone simplemente de
valor (o sea, de trabajo muerto), sino de “una mayor cantidad de trabajo
que el necesario para reemplazar el valor de la fuerza de trabajo” (El Capital tomo
2, cap. 1). Por eso, en ese mismo capítulo Marx dice que la actividad
productiva de la fuerza de trabajo (o sea, el trabajo vivo, no muerto)
tan pronto se pone en combinación con los medios de producción, pasa a
formar parte del capital productivo. Esta idea la repite en el capítulo 8
del mismo tomo. Durante el proceso de trabajo el capitalista no consume
los medios de consumo del obrero, sino su fuerza de trabajo en acción.
Esto significa que durante el proceso de trabajo el capital variable existe bajo la forma de trabajo vivo.
Si el capital fuera “trabajo muerto”, como dice Kohan, no podría ser
“valor en proceso de valorización”. Precisamente, el trabajo muerto
(valor) se valoriza mediante la incorporación de su opuesto, el trabajo
vivo, al proceso productivo. Y en esto reside la contradicción interna
del capital. Pero Kohan no problematiza ni discute estas cuestiones.
Simplemente escribe: “Marx dice que el capital es trabajo muerto”. No
acompaña su afirmación de referencia alguna a la obra de Marx. No es
tampoco una afirmación ambigua, porque luego insiste en que el capital
es trabajo “pretérito”, “cristalizado”, “cosificado”, “solidificado”,
mientras que la actividad humana es algo presente. Kohan presenta la
oposición de manera rígida, como si en la contradicción no debiera haber
también unidad, identidad. Pero… ¿cómo existe el capital variable
durante el proceso de trabajo si no es bajo la forma de trabajo vivo?
Kohan no da respuesta a esta pregunta que alude a la cuestión central
que le ocupa, la relación entre la objetividad y la subjetividad en la
relación capitalista.
Incoherencia
Kohan sostiene que si se sigue el orden
de lectura propuesto por Marx el lector está condenado a no ver las
diferencias entre la “mano invisible” de Adam Smith y la posición de
Marx. De ahí que proponga iniciar la lectura por el capítulo 24. Es un
absurdo. ¿De dónde saca Kohan que si se empieza por el capítulo 24 se
entiende la crítica a la “mano invisible” de Smith, pero si se empieza
por el capítulo 1 “se está condenado” a no entenderla? De ser así,
habría que concluir que ninguna persona que llegó al capítulo 24 luego
de haber pasado por los 23 capítulos previos, entendió El Capital.
Hubo que esperar a que Kohan empezara por el capítulo 24, para que
iluminara a la humanidad acerca de dónde reside el secreto de la crítica
marxiana a Smith. Es que todo aquel que hubiera llegado al 24 por el
camino tradicional, ya no tenía manera de entender que había que haber
empezado por el 24, porque estaba “desbarrancado”. ¿Cómo hizo Kohan para
empezar por el 24, para darse cuenta de que si no empezaba por ahí, se
desbarrancaba? Misterio. ¿Cómo sabe que no hay otra lectura científica
empezando por cualquier otra parte, y siguiendo lecturas “a los saltos”?
Otro misterio. Pero convertir a El Capital en Rayuela
da para escribir sesudos tratados dedicados a descalificar a todo aquel
que no accedió a la llave del entendimiento: empezar por el capítulo
24. Toda esta docta tontería, naturalmente, no merecería siquiera
tratamiento, si no fuera porque semejantes dislates se siguen explicando
en cátedras y cursos, como si fueran “ciencia revolucionaria”.
Crear “muñecos de paja”
La falta de rigurosidad de Kohan se
extiende al tratamiento que dispensa a los autores que critica. Para dar
un caso, citemos la ley de la tasa decreciente de la tasa de ganancia.
Sobre esta ley se ha discutido mucho durante años, en particular a
partir de la crítica de Okishio y de los neoricardianos. Pero Kohan no
menciona estas polémicas; no examina las respuestas de los marxistas
“ortodoxos”, ni penetra en los argumentos. Ni siquiera menciona los
problemas que pueda haber en la ley. Sin embargo, acusa a los marxistas
que analizaron o discutieron la ley, de ser “objetivistas” y partidarios
de la tesis del colapso automático del capitalismo. Recordemos que
entre esos marxistas encontramos a Mandel, Dumenil, Levy, Shaikh,
Freeman. ¿Cuál de estos autores defendió alguna vez la idea de un fin
“automático”, de un día de “juicio final” inevitable del capitalismo a
partir de la acción de esta ley? Ninguno. Aunque todos piensan que la
ley es objetiva (en el sentido de objetividad que hemos discutido
antes). En lugar de examinar sus posiciones, Kohan les atribuye una
estúpida tesis que, por supuesto, no defienden. Construye así un “muñeco
de paja”, que luego puede quemar fácilmente.
Comprensión y crítica ideológica
El problema es que desconociendo estas
polémicas, pasando por alto las dificultades teóricas, e inventando
categorías, no se avanza un milímetro en la comprensión del capitalismo
contemporáneo, ni en la crítica de la ideología dominante. No basta con
repetir “El Capital es un arma de lucha”, que estamos en contra
del sistema capitalista, y que todo otro planteo le hace el juego a la
burguesía, porque en última instancia nos lleva a examinar cómo funciona
el sistema capitalista, y sus leyes objetivas. Es un discurso que sólo
convence a los convencidos. Repetir que el dinero es una categoría
recorrida por la lucha de clases, como hace Holloway, no responde a los
que dicen que la teoría monetaria de Marx es anticuada. Ni ayuda a
comprender las cuestiones monetarias reales de hoy. La teoría burguesa
ha elaborado, y mucho, desde que Marx escribió, y estas elaboraciones
convencen a mucha gente. La teoría neoclásica, el keynesianismo, los
kaleckianos, influencian –de manera directa o indirecta- sobre millones
de seres humanos. Esto hay que encararlo con argumentos. La cuestión
afecta a la lucha ideológica en el sentido más propio del término, esto
es, en el sentido en que lo planteó Engels. Hoy mucha gente reconoce que
el capitalismo genera miseria, que hay desocupación y hambre, pero cree
que estos males pueden explicarse y remediarse a partir de teorías
heterodoxas (esto es, no-neoclásicas), dentro del sistema. Esta
influencia hay que contrarrestarla con algo más que decir “viva el Che y
El Capital“. La necesidad de responder a la teoría burguesa, o
a variantes heterodoxas burguesas o reformistas, obliga a profundizar
en las categorías de Marx, y a mejorar los análisis. Por ejemplo, cuando
se profundizaron y ampliaron las críticas a la transformación de
valores a precios de El Capital, la respuesta de muchos
marxistas fue algo así como “tenemos razón porque Marx lo dijo”. Pero
con esto, por supuesto, no se contestaba a los que se basaban en las
soluciones de la transformación “a lo Bortkiewicz”. Hubo entonces que
entrar en la argumentación específica de esas soluciones y criticarlas
desde su lógica interna. Y esto a su vez permitió profundizar en la
comprensión de la teoría del valor y los precios de Marx. Todo esto es
imposible de encarar desde las interpretaciones “libres”, carentes de
cualquier rigurosidad, “a lo Kohan o Holloway”.
El marxismo como ciencia, y consecuencias políticas
El enfoque que estoy cuestionando se
sustenta, en última instancia, en la idea de que basta con tener una
postura política correcta para tener el método correcto. Es algo común
en algunos sectores de la izquierda. Se piensa: “mi método está
garantizado a partir de que tengo una política correcta”. Una afirmación
que es incoherente, porque ¿cómo sé que tengo la política correcta, si
para tenerla necesito el método correcto, y éste sólo me es
proporcionado por la política correcta? La posición política puede ser
una condición necesaria para tener un método correcto en el análisis del capitalismo, pero no es condición suficiente,
ni nos da la clave del método de Marx. Si así fuera, ya hubiera habido
gente antes de Marx que hubiera encontrado “la clave” del método;
después de todo Marx no fue el primero en oponerse al capitalismo. Esta
es una cuestión que me separa del criterio que defiende una parte de la
izquierda, que considera que basta proclamarse revolucionario para estar
habilitado a defender cualquier postura a la ligera. Pareciera que
muchos se sienten autorizados a ello en nombre de “los ideales de la
clase obrera y el socialismo”, rechazan la “teoría estéril”, y enfatizan
que lo importante es la lucha. Una idea que niega que el marxismo haya
constituido una ruptura con el “socialismo sentimental, utópico y
zopenco”, y se asuma como ciencia. Acertadamente Engels, en carta a
Lafargue, de 1883, escribía: “Marx protestaría contra el “ideal
político, social y económico” que usted le atribuye. Cuando se es
“hombre de ciencia” no se tiene ideal, se elaboran resultados
científicos y cuando se es otro diferente, hombre de partido, se combate
para ponerlos en práctica. Pero cuando se tiene un ideal, no se puede
ser hombre de ciencia pues se tiene un partido, tomado por adelantado”.
Esta cuestión está, y estuvo, en el
centro de las mayores divisiones en el campo de la izquierda. No es
casual que Bernstein acusara, durante los debates en la Segunda
Internacional, a Rosa Luxemburgo de “teoricista estéril”, y afirmase que
“el movimiento es todo”. También el tema estuvo en el centro de la
polémica de Lenin con el economicismo. Y así siguió la temática
“anti-teoría” hasta hoy. La práctica se erige en el criterio supremo de
verdad, considerándose “práctica”, de hecho, un pragmatismo oportunista, no guiado por teoría alguna.
A partir de negar la existencia de leyes objetivas en el capitalismo, a
partir de postular que todo lo resuelve “la voluntad y la lucha” y
minusvalorar el momento del análisis (porque el marxismo sería “grito de
guerra”), se abren las puertas para cualquier política reformista, y en
última instancia para una adaptación “rebelde” –individualista- al
sistema. El desprecio de las constricciones objetivas estuvo en la base
de planteos reformistas, utopistas, nacionalistas y hasta reaccionarios
dentro del movimiento socialista. Los casos de Bernstein, del
economicismo, son clásicos. Como también lo fue el proyecto stalinista
de construir el socialismo en un solo país, al margen de las
restricciones objetivas que imponía el atraso tecnológico (¡el trabajo
por sí solo no genera valores de uso!). Aquí no había “objetivismo”,
sino voluntarismo nacionalista. No es casual tampoco que el maoísmo
también haya recusado al “economicismo” y al “objetivismo”, y haya
pretendido construir el socialismo a fuerza de “movilización
revolucionaria”, con las consecuencias nefastas que están a la vista.
En conclusión, en el
centro del debate con los críticos del marxismo “objetivista” está
implicado el estatus de la teoría para la práctica política de los
marxistas. Negar que existan leyes sociales objetivas, inventar
categorías a gusto, sin el menor rigor, postular que todo depende de
“actitud revolucionaria”, solo lleva al callejón sin salida del
reformismo burgués (rebelarse apagando el despertador, y pavadas
semejantes). La teoría sin práctica es estéril, pero la práctica sin
teoría no constituye el camino para el éxito de los movimientos obreros y
socialistas. Y la elaboración teórica exige rigurosidad y atención a
los argumentos. En una palabra, exige ciencia. Es un mensaje central
para la clase trabajadora y los socialistas, que se desprende de la obra
de Marx, y en primer lugar de El Capital.
Tomado de: Rolando Astarita
Radio Popular Enrique Torres
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