Jueves, 13 de Diciembre de 2012 08:00
Ricardo Candia/Clarín
¿Qué
tiene en común el soborno de rectores universitarios, los fraudes en
casas comerciales, arreglines en licitaciones, leyes que entregan las
riquezas de todos a un puñado de avaros y la existencia de un sistema
político que se reparte la voluntad del pueblo como un botín de
filibusteros?
Que
cada una de estas actividades, por separado y todas juntas, son parte
de la cultura que nos tiene a merced de un sistema hecho a la medida de
las necesidades de un grupúsculo de sinvergüenzas que dominan el país a
partir del día en que el dictador dejó todo bien amarrado una vez que
salió hacia la sentina de la historia. De vez en cuando emerge un
escándalo relacionado con riquezas que pasan de un lado a otro, sin
diferenciarse mucho de lo que hace un “lanza” de calle San Antonio. Con
una rigurosidad casi religiosa, en cada uno de esos golpes de mano se
repiten personajes, linajes y militancias.
Del
modelo, lo único que ha funcionado con una regularidad asombrosa, ha
sido la virtud de unos para inventar cada día sofisticados métodos para
robar y quedar impunes. Conductas como las que con frecuencia se han
venido denunciando serían excepcionales en sociedades medianamente
civilizadas, pero en nuestra cultura del consumo, de ganancia desmedida y
avaricia sin límites, ganar dinero burlando las leyes que ellos mismos
hacen es parte del paisaje cotidiano. Ya no parece asombrar a nadie.
Que
aparentemente respetables rectores de universidades aparezcan en
transacciones propias de traficantes, deja al descubierto que el sistema
que forma los profesionales del país, que debiera ser naturalmente
blindado a conductas propias de rateros, ha estado en manos de gente
cuyo único norte es hartarse de más y más dinero. No importa cómo. En el
fondo, la compraventa de acreditaciones no hace otra cosa que reflejar
lo que el sistema finalmente es: un espacio en el que el más vivo manda y
gana. Y que no importa que en esa pasada los estudiantes prisioneros de
créditos y de incertidumbres, queden a la deriva triste del engaño.
Mientras
tanto, el ministro de Educación, obligado a terciar en esas
irregularidades vergonzosas, mira para otro lado, y simplemente dice que
lo que es evidente para todos, no existe.
Y
como siempre, cuando se trata de los poderosos, este tipo de robos
llegará a los tribunales, se harán cargos y descargos, se pagarán
fianzas y luego, como si tal cosa.
En
otro rubro, por descuidos imperdonables algunos desubicados que no
entienden eso de la libre empresa dan a conocer las ganancias de
escándalo de las Isapres, que como todos sabemos es un robo en un estilo
distinto, pero robo al fin. Y por esas mismas extravagancias del
sistema se dan a conocer los ingresos de las AFP, que es otro cogoteo a
los giles que cotizan en ellas. Ninguno de estos modernos saqueadores
jamás llegará a pisar un estrado, porque son parte de la normalidad del
sistema. No son una excepción, son la norma.
Por
estos días se dan a conocer las ganancias de las principales empresas
del país, y a nadie parece importar. Lo que debería ser un escándalo de
gran magnitud, pasa a ser una noticia que transita sin pena ni gloria,
sin siquiera inmutar a aquellos que pagan mes a mes para crear esas
fortunas a través de sus eternas cadenas de créditos. Y con la misma
impunidad se aprueba una ley que deja en las mismas manos de siempre
toda la riqueza del vasto mar chileno, sin que muchos digan esta boca es
mía, ni se denuncie a los que aprobaron dicha norma. Uno se pregunta
¿dónde está la rabia de la gente? La respuesta más probable es que esté
hipotecada en algún banco.
Pero
como no sólo del pan vive el hombre, el robo, el saqueo, el hurto, la
estafa, el fraude, la ratería, el desfalco, la malversación, el pillaje,
el timo, el atraco y la exacción también se verifican en aspectos no
menos importantes, aunque no tan visibles como el contante y sonante de
los millones. También se secuestra permanentemente la voluntad de la
gente mediante la depurada técnica que ha alcanzado el sistema para
manipular las conciencias y determinar las conductas. Un medio de los
más eficientes para el efecto, las deudas eternas de la gente, se ha
imbricado con la manipulación de la conciencia de esa gente mediante un
sistema de comunicación que desinforma, deforma, controla y miente.
Como
todo delito, estos también tienen sus cadenas de encubridores,
cómplices, reductores y, cosa curiosa, promotores. Es el caso de los
medios de comunicación en manos de los mismos dueños de todo lo demás,
que se han transformado en máquinas de hacer verdades de las mentiras,
noticias de cuestiones intrascendentes y oportunidades para surgir, de
las deudas eternas. Crédito tras crédito, se ha trenzado esa larga
cadena que esclaviza al que vive de un sueldo que le alcanza para pagar
un par de letras, mientras calcula el momento preciso para solicitar el
siguiente, que es ofrecido en colores convincentes por la televisión.
Para estos artefactos de manipulación y engaño lo que no ofrece rédito
no existe, y la realidad se expone como un sucedáneo maquillado de los
escándalos de modelos de costumbres impúdicas, o rostros modelados por
la necesidad insana de fama y dinero.
Chile
ha llegado a ser un país de ganadores que no soporta a los perdedores.
Para estos últimos se han alzado ciudades invisibles a las que con
suerte llegan los canales de televisión para transmitir en directo los
efectos de la última balacera. En esas zonas grises pululan quienes
sueñan llegar a las ligas mayores, a prueba de fiscales y jueces,
mientras se convencen que no es lo mismo ser un minorista emprendedor,
que un mayorista famoso, bien vestido e impune.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 772, 7 de diciembre, 2012
0 comentarios:
Publicar un comentario