Construyendo el poder popular
1.-
¿Qué es el poder?
Como sucede en todo período de crisis sistémica, las certezas anteriores estallan hechas añicos ante la re-aparición de situaciones complejas y desconcertantes. Complejas porque integran diversos procesos, componentes y factores internos que evolucionan con autonomía relativa, dificultándonos la visión coherente de lo nuevo. Y desconcertantes porque nuestras cómodas certidumbres anteriores se muestran impotentes para comprender lo que sucede, su novedad y sus relaciones con el pasado. Ahora vivimos una situación de esas. Más todavía, para un movimiento popular como Askapena dedicado a profundizar en el internacionalismo la crisis está suponiendo, como mínimo y espero que se me corrija, la aparición de tres retos: uno, adecuar la teoría internacionalista al nuevo contexto mundial provocado por la crisis; dos, responder al endurecimiento del imperialismo en respuesta a las resistencias populares agudizadas por la crisis mundial; y tres, cómo explicar estos y otros retos a las nuevas militancias que acuden a Askapena y que, todavía, no tienen un nivel suficientemente desarrollado de praxis internacionalista.
De hecho, estos tres retos que ahora cito --hay más, pero no podemos analizarnos aquí-- también acucian a todos los movimientos populares aunque es sus respectivos campos de intervención. Todos ellos, en mayor o menos escala, se enfrentan a la urgencia de adecuar su visión teórica a los cambios surgidos con la crisis; también a la urgencia de ampliar su práctica para responder a los ataques del poder explotador al que se enfrentan en su campo de intervención; y por último, deber explicar estos y otros cambios a la nueva militancia, militancia joven, pero también a quienes se había desenganchado en los años pasados y ahora vuelve a la lucha tras un período de ausencia, o de participar en otros movimientos, organizaciones, sindicatos, grupos, partidos, etc.
Quiero decir que son, en el fondo, problemas objetivos y comunes aunque con formas diferentes en cada caso.
Es obvio que en esta charla no podemos tocar los dos primeros problemas, porque antes que nada es Askapena como colectivo el que ha de hacerlo, porque conoce mejor que nadie su situación y el contexto mundial en el que incide. Pero sí voy a intentar aclarar algunas cuestiones que superan las estrictamente internacionalistas, que superan por ello a Askapena, pero que también le influyen determinantemente. Me refiero a la problemática del poder popular en el presente y en el futuro.
¿Qué es el poder popular? Antes que nada debemos explicar qué es el poder a secas. Por tal cosa entendemos una contradictoria relación social de unidad y lucha de contrarios, en la que, por un lado, una minoría dispone de una estructura material y simbólica que le garantiza seguir siendo propietaria de las fuerzas productivas así como seguir explotando a la mayoría no propietaria de nada; por otro lado, una capacidad de resistencia, lucha y oposición de esa mayoría explotada, que le permite frenar algunos de los golpes de la minoría explotadora y asestar otros, impidiendo que empeoren sus condiciones de vida o mejorándolas incluso, en un proceso de lucha permanente, una vez dura y abierta, otra vez latente y oculta.
Es fundamental saber que el poder es una relación de lucha que gira alrededor del control de las fuerzas productivas en cualquiera de sus formas; control por la minoría, por el capital, o control por la mayoría, por el pueblo trabajador. Una relación de lucha permanente de contrarios antagónicos e irreconciliables en la que la burguesía tiene una enorme superioridad de medios de poder opresor, mientras que el pueblo trabajador apenas tiene sub-poder nacional de clase. Es decisivo saber que la clase dominante se apropia del derecho exclusivo y monopólico de la violencia en sí, al margen de sus formas, prohibiendo al pueblo hasta la mínima posibilidad de ejercicio de un poder defensivo propio, y menos aún violento
.Cometemos un error si reducimos el poder explotador a una mera máquina de violencia, o sólo a una relación de fuerzas en el plano de la democracia burguesa con sus instituciones y parlamentos, o a una relación interpersonal cotidiana independiente de la política y al margen de los grandes intereses capitalistas que se mueven y deciden en espacios desconocidos por la gente o en instancias de imposible acceso y nulo control incluso por el parlamentarismo burgués, o a un conjunto de imposiciones ineludibles socioeconómicas que determinan nuestra vida y que creemos que vienen de lugares miseriosos como el mercado mundial, las finanzas o la globalización.
El poder explotador incluye estas y otras características, pero es mucho más que eso; es, en definitiva, la totalidad de la sociedad burguesa que funciona como unidad de explotación cuyo objetivo único es el de asegurar su expansión, o en el peor de los casos, su continuidad. El concepto de poder burgués es la expresión de la esencia de esta clase social criminal que sólo funciona en base a su perpetuidad. Dicho en crudo, el poder capitalista es el capitalismo en el poder, excluyendo del poder decisivo a cualquier otro que no sea capitalista.
2.- ¿Qué es el poder popular?
¿Existen poderes no capitalistas dentro del capitalismo? Sí, son los poderes populares, pero enanos, puntuales, gotas diminutas en un océano opresor, y siempre en peligro inmediato de ser aplastados por el poder dominante. Islitas a punto de ser devoradas por un tsunami represivo. Son logros de poder efectivo en su área de lucha, en el problema que han resuelto para el pueblo explotado, en la conquista que han logrado, pero apenas más.
Es importante saber que la lucha consigue victorias efectivas, aunque pequeñas o medianas, y siempre inseguras y en peligro.
Ocurre que nos han formado y que pensamos dentro de la ideología dominante, burguesa, y por tanto creemos que fuera del sistema parlamentarista democrático-burgués y franco-español sólo existe el desierto, la nada, la imposibilidad de conquistas palpables, y no es cierto. Si estudiamos la historia y el presente con el método marxista vemos que sí existen momentos de poder conquistado por el pueblo en reivindicaciones muy concretas. Pero hay que advertir inmediatamente que es un poder, además de muy precario, también debilitado internamente en una cuestión clave: la de no atreverse a cambiar la forma de propiedad existente, es decir, de acabar con la propiedad privada tal cual se muestra en la injusticia a la que se combate.
La esencia del poder capitalista es la propiedad privada, burguesa. Cualquiera de las cuasi infinitas formas de expresión de la propiedad burguesa genera su propia forma de opresión, explotación y dominación. Cualquiera de ellas. No existe ninguna situación en el capitalismo, desde lo más cotidiano y aparentemente intranscendente, hasta la sede del Gobierno, que no se sustente sobre la propiedad burguesa de los medios de producción, en general, y de las formas ocultas pero muy efectivas mediante las que esa propiedad privada explota en y mediante la vida cotidiana, mediante el Gobierno, etc.
Por esto, cualquier conquista popular que alcance una situación de poder, por reducido, que sea, ha de avanzar decididamente a la supresión de la forma concreta que adquiere la propiedad burguesa en ese problema. Por ejemplo, una fábrica que se va a cerrar echando al paro y a la miseria de decenas o centenas de familias.
La lucha obrera no puede limitarse a buscar un nuevo empresario que compre la fábrica, sino que debe recuperarla, reabrirla y ponerla en marcha bajo el poder obrero autogestionado. Otro tanto hay que decir, por ejemplo, en la lucha internacionalista: no solo hay que enviar ayuda humanitaria a los pueblos que la necesiten, hay que ayudarles a que se independicen del imperialismo.
La existencia de la propiedad burguesa, su aceptación o rechazo intransigente separa al poder capitalista del poder popular en todas y cada una de las reivindicaciones. Si no se avanza hacia la superación de la propiedad privada en el área concreta de lucha en la que el movimiento popular u obrero ha logrado fuerza suficiente, entonces no llega a materializarse realmente la forma de poder basado en la propiedad colectiva, comunal, o como queramos definirla ahora sin mayores precisiones.
Es la naturaleza burguesa o socialista de la propiedad la que define la naturaleza reaccionaria o revolucionaria del poder. Por ejemplo, frente al problema de las viviendas, de su carestía, de los desahucios, etc., si el movimiento popular y las fuerzas políticas que se dicen revolucionarias no ponen explícitamente como objetivo acabar con la propiedad privada del suelo, socializándolo, transformándolo en suelo público, si no se atreven a dar este paso cualitativo por las razones que sea, generalmente electorales, si no se supera esta cobardía o este electoralismo, nunca se acabará con el problema de la vivienda, y con cualquier otro.
Ahora bien, la conquista de victorias radicales, de situaciones de poder popular por pequeños que sean, no se logra de la noche a la mañana, sino que se requiere tiempo, organización y estrategia. Hasta ahora, la experiencia acumulada muestra que, a grandes rasgos, los movimientos populares, y cualquier lucha, empiezan creando pequeños contrapoderes, desde grupitos sindicales hasta asociaciones vecinales y sociales de cualquier tipo, pudiendo avanzar luego a situaciones de doble poder que, tal vez, desemboquen en el poder popular.
Por contrapoder se entiende la mínima pero suficiente creación de una resistencia inicial organizada y dotada de un objetivo preciso, resistencia que por el solo hecho de existir advierte al poder al que se enfrenta que va a encontrar una oposición, y que si actúa bien puede concitar apoyos y esperanzas, ampliarse y avanzar en sus movilizaciones. Si ese contrapoder se coordina con otros, se relaciona con movimientos y grupos más amplios, etc., y si mantiene su coherencia y rectitud a pesar de todo, puede llegar el momento en que consiga crear situaciones de doble poder en la opresión a la que se enfrenta, es decir, que pueda tutear, exigir y vencer al poder explotador.
Los contrapoderes aparecen mediante una intrincada mezcla de espontaneísmo y organización.
Pese a todos los problemas, siempre sobrevive una pequeña memoria de lucha organizada, y siempre existe un «instinto de resistencia», de modo que, según los casos, unas veces el colectivo que inicia la lucha aparece sólo debido al instinto de resistencia, otras veces debido sólo a la memoria organizativa, aunque lo más frecuente es que exista una confluencia de ambas. Esta tercera posibilidad es más probable cuando el pueblo trabajador lleva años sosteniendo una larga lucha de liberación nacional de clase.
Las situaciones de doble poder se dan en todos los procesos en los que el aumento y la confluencia de fuerzas organizadas en contrapoderes permiten lanzar una ofensiva al poder opresor al que se enfrenta, llegando a una situación de empate de fuerzas en ese conflicto concreto. Por ejemplo, el movimiento euskaltzale puede paralizar leyes contra la lengua vasca durante un tiempo, y hasta puede conseguir avances en el derecho al uso de nuestra lengua nacional, en un momento de debilidad o indecisión de poder franco-español en esa temática. Pero el movimiento euskaltzale sabe que se trata de una muy inestable y fugaz situación de doble poder en esa reivindicación ya que la situación general es de contraofensiva estatalista contra la lengua.
Esa situación de doble poder, por tanto, será muy breve porque el imperialismo español intentará recuperar su poder perdido y derrotar la conquista democrática.
En el contexto actual, los momentos de doble poder plantean el decisivo problema de las relaciones entre la lucha obrera y popular, la lucha teórico-política e ideológica y la lucha institucional, problema siempre presente una vez llegado a un nivel de fuerza sociopolítica e institucional apreciable, problema agudo en los procesos de Huelga General, en los electorales, en todos los que la interrelación de esas tres formas de lucha debe ser ágil.
Por ejemplo, la acción en los ayuntamientos, Diputaciones, Parlamentos y Gobiernos varios en los períodos electorales puede entrar en tensión con las luchas populares y obreras que han llegado a situaciones decisivas de doble poder en las que es necesario avanzar en la radicalización para obtener y garantizar la victoria concreta. Sectores que actúan en la lucha institucional pueden opinar que tal o cual lucha radical debe esperar a que se celebren las elecciones, o debe atemperar durante ese tiempo su dureza por «intereses electorales».
Y es que las situaciones de doble poder se caracterizan por agudizar la cuestión de la propiedad burguesa vista antes, porque afectan más profundamente a todo lo que implica la propiedad privada. Por ejemplo, las luchas contra los abusos del capital financiero en cualquiera de sus formas, desde los desahucios hasta los recortes sociales en Kutxabank, pasando por el cierre de empresas por la ausencia de préstamos bancarios, todo esto debiera radicalizar al movimiento popular y obrero en un momento en el que sectores institucionalistas creen que una política de acuerdo con la burguesía aumentaría la fuerza electoral e institucional de la izquierda soberanista.
Surge así algo más que una diferencia, surge una contradicción entre el movimiento popular y obrero y la acción institucional.
La efectiva y ágil interacción entre estas formas de lucha, a la que debemos añadir la teórico-política e ideológica, es uno de los «eternos problemas» de la política revolucionaria que tiene un decisivo contenido político-organizativo que veremos en su momento. Ahora debemos explicar el paso de una situación de doble poder a una de poder popular en la reivindicación concreta por la que se lucha. Existe una diferencia sutil pero importante entre el avance de los contrapoderes a la situación de doble poder, con respecto al avance de los dobles poderes hacia las situaciones de doble poder. La diferencia no es otra que se trata de una fase cualitativamente más avanzada de lucha, lo que determina todo.
En la fase del contrapoder los objetivos son limitados y aislados, ceñidos a problemas concretos aunque exista una coordinación con otros conflictos, lo que apenas alerta al Estado burgués. En la fase en la que una o varias victorias materializadas de situaciones de doble poder avanzan de su mera coordinación a una unificación lógica e inevitable de objetivos, estrategias y tácticas para acelerar el ritmo y ampliar fuerzas, en esta fase es muy probable que el Estado sea ya consciente del peligro que se avecina y empiece a movilizar su doctrina y sistema represivo.
Una vez producido este salto cualitativo, que se caracteriza por el hecho de que la conciencia política pasa a dirigir la lucha general como expresión teórica de la necesidad de acabar con la propiedad burguesa e instaurar la propiedad socialista en el conjunto de la sociedad, sobre todo en las fuerzas productivas, dado este salto, la burguesía también da el suyo en el sentido represivo. Desde luego que hablamos de un proceso complejo, con sus ritmos desiguales de avance, con sus retrocesos y estancamientos pero lo vemos desde la ley del desarrollo desigual y combinado, lo que nos permite apreciar la tendencia a la unificación en las luchas de masas y a la polarización entre el pueblo trabajador y la burguesía y su Estado.
El verdadero poder popular va apareciendo en escena conforme confluyen luchas parciales, se unifican políticamente en lo esencial, y avanzan hacia la creación de un Estado diferente, opuesto al burgués, e imprescindible para garantizar la superación histórica de la propiedad burguesa. Hasta este momento, los pequeños e inseguros poderes populares concretos, muchas veces derrotados, reflejaban sólo los inciertos logros puntuales de la lucha de liberación, desde este momento el poder popular unitario aparece en escena agudizando el odio y la rabia burguesa.
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3.-
¿Qué el es pueblo trabajador?
Es uno de los conceptos claves para comprender el método marxista de definir las clases sociales y para marcar la diferencia entre nación burguesa y nación trabajadora. No podemos alargarnos ahora en el método dialéctico que exige el uso de los llamados «conceptos flexibles» en contra de la estrechez positivista, y de las limitaciones del kantismo. El concepto de pueblo trabajador ha sido empleado desde el siglo XIX en la teoría revolucionaria pero por razones que se expondrán fue interesadamente abandonado por el reformismo.
Fue y es un concepto vital para organizar la lucha contra el nazi-fascismo o contra toda forma de poder burgués en la que su esencia dictatorial aparezca claramente por sobre su forma democrática externa. Por esto es imprescindible para toda lucha de liberación nacional de clase, como la vasca.
En método marxista del estudio de las clases sociales correlaciona dos niveles: uno, el general al modo de producción capitalista basado en la unidad y lucha de contrarios entre el capital y el trabajo a escala mundial; otro, el concreto, el de cada formación económico-social específica, en la que luchan no sólo dos clases antagónicas como la burguesía y el proletariado, sino también otras como el campesinado, las llamadas «clases medias», o «sectores sociales intermedios», «franjas liberales», etc.; y en la que tanto la burguesía como el proletariado tienen fracciones internas como mediana y pequeña burguesía, o la clase trabajadora en el sector servicios, en el financiero, etc.
Según en la fase de concreción o abstracción teórica, o de precisión política, etc., en el que nos encontremos, simultanearemos un nivel con otro, el general con el particular, para conocer mejor la realidad.
No hace falta decir que dentro de este método también están presentes el impacto de la explotación de sexo-género y de la opresión nacional en ambos momentos, el genérico a todo el modo de producción capitalista, como el particular en una nación oprimida en la que el sistema patriarco-burgués es especialmente necesario para asegurar los beneficios del bloque de clases dominante en ese país.
Mientras que en el nivel más general de las dos clases opuestas en el mundo, la que tiene el capital y la que sólo tiene su fuerza de trabajo, apenas debemos recurrir a los factores de sexo-genero, etno-nacionales, políticos, culturales, etc., por que su nivel de precisión se mueve en el plano esencial de la explotación y de la producción y realización del plusvalor; mientras esto es así, en el nivel de cada país, o región del mundo, debemos recurrir siempre a la explotación de sexo-género, a la opresión nacional, a la situación sociopolítica, a la historia, etc., para enriquecer lo más posible el estudio concreto de las clases enfrentadas.
Cuanto más precisos queramos ser en el conocimiento de la lucha de liberación nacional de clase y antipatriarcal en un pueblo oprimido, más deberemos conocer los pormenores de su historia, de su contradictoria identidad nacional, de los componentes patriarcales de su lengua y cultura popular.
Pues bien, teniendo esto en cuenta, el concepto de pueblo trabajador permite, primero, compaginar ambos niveles de estudio de las clases a escala general y particular; y segundo y sobre todo, facilita la compresión del sujeto colectivo que lucha contra el capital en un país determinado, sujeto colectivo más amplio que la clase trabajadora en cuanto tal pero a la vez centralizado por ésta, que es su núcleo vertebrador.
El manido concepto de «hegemonía» sólo resuelve sus antinomias y lagunas si lo incluimos dentro de las prácticas políticas del pueblo trabajador, centralizado por el proletariado, en su esfuerzo por atraer e integrar a las «clases medias» a la lucha revolucionaria, y a sectores de la vieja pequeña burguesía en proceso de desaparición.
El papel de la pequeña burguesía en el proceso revolucionario está debatido desde la mitad del siglo XIX en el sentido de que debe contarse con ella para las primeras victorias revolucionarias, imprescindibles, aunque debe desconfiarse profundamente de ella en la medida en que el poder popular y el Estado obrero avancen en la socialización de las fuerzas productivas.
La «hegemonía» político-cultural lograda por el poder popular antes de la revolución será fundamental para mantener a ese sector pequeño burgués dentro del proceso revolucionario cuando avance en la progresiva socialización de las fuerzas productivas.
La definición economicista y estructuralista de clase social no sirve para entender el concepto de pueblo trabajador porque en éste, como se ha dicho, la conciencia, la subjetividad, tiene tanta importancia como la explotación asalariada y la no propiedad de fuerzas productivas. La dialéctica entre conciencia-en-sí y conciencia-para-sí es clave en el pueblo trabajador porque la conciencia-para-sí es la que introduce el componente antipatriarcal, independentista, socialista, etc., en la conciencia-en-sí. Sin esta dialéctica no existe en la práctica clase trabajadora, y menos pueblo trabajador. La «hegemonía» sobre las clases medias, franjas intermedias y, a otro nivel, sobre la pequeña burguesía, descansa fundamentalmente sobre la capacidad de la conciencia-para-sí del pueblo.
Esto sucede porque son muy grandes los desniveles de conciencia, opción política, formación intelectual, intereses corporativistas y sectoriales dentro de las clases explotadas, y son más grandes aún las de origen nacional y opción estatalista. La definición estrictamente economicista no puede integrar en un todo coherente tal diversidad objetiva y subjetiva, siendo necesario un concepto de clase y de pueblo en el que realidades tan aparentemente distantes como las de sexo-género, nacionales, políticas, socioculturales y costumbristas, generacionales, y cada vez más religiosas, por citar algunas, han de tener cabida una vez demostrada la objetiva e innegable unidad básica que les recorre a todas ellas: la explotación capitalista en una nación oprimida dentro de un sistema patriarco-burgués irracionalmente consumista.
Si negamos la existencia objetiva de la explotación, abandonamos la teoría marxista y caemos en cualquiera de las múltiples versiones de la ideología burguesa neokantiana y positivista por muy disfrazada de progresismo que se presente. El concepto de pueblo trabajado se basa en la dialéctica entre lo esencial, unitario y básico de la realidad objetiva de la explotación estructurante, y lo cada vez más complejo y variado de las formas concretas y particulares con las que se presenta tal realidad. La distancia entre las formas externas concretas y la base estructural es tanta que debemos realizar un esfuerzo teórico permanente para descubrir la dialéctica entre lo superestructural y lo estructural, por usar un lenguaje conocido.
El concepto de pueblo trabajador fue desapareciendo de la praxis marxista occidental desde finales de la II GM por el empobrecimiento del stalinismo, por el pacto interclasista keynesiano de la socialdemocracia y reforzado por la «coexistencia pacífica» con el imperialismo, por el poder de absorción de la Academia sobre el marxismo académico obsesionado por fabricar modas intelectuales de usar y tirar, y por la deriva reformista de los principales PCs hacia el eurocomunismo y su versión reformista del gramscismo. La escasa o nula importancia dada a la opresión nacional en el grueso de las corrientes del mayo’68 aceleró el olvido de este concepto sin el cual no se entiende la oleada de guerrillas de liberación nacional anti nazi-fascistas en buena parte de Europa entre 1941 y 1945.
En Euskal Herria el estatalismo del PC de España abortó toda reflexión creativa sobre el derecho/necesidad a la independencia de clase, a la vez que aparecían pequeñitos grupos de un marxismo libresco, economicista y estructuralista. Su incapacidad para comprender qué sucedía en Euskal Herria y quién era el sujeto colectivo de liberación, se hicieron patentes casi desde principio de ETA.
Navegando en un huracán de escisiones, represiones y crisis de crecimiento, ETA recuperó en la segunda mitad de la década de 1960 el concepto de pueblo trabajador adecuándolo a la realidad de entonces; un acierto teórico de grandes consecuencias prácticas. Sin extendernos ahora, todas las escisiones posteriores se caracterizan por abandonar este concepto, además de otras coincidencias elementales.
Un punto decisivo en esta recuperación y actualización del concepto de pueblo trabajador fue el de la existencia de una conciencia nacional de clase como exigencia ineludible, es decir, de no explotar a nadie, de no vivir a costa del sudor ajeno.
Por tanto la pequeña burguesía no pertenece al pueblo trabajador porque vive de su explotación. En la década de 1970 sectores de la pequeña burguesía tenían conciencia nacional, pero no era de clase trabajadora vasca. Lo que entonces era ETA militar conocía esta contradicción y advertía de que esa clase podía volverse contra la lucha de liberación o podía apoyarla, y que dependía de la clase obrera lograr su apoyo.
Pero lo que entonces era ETA p-m sí incluía a la pequeña burguesía en el pueblo trabajador. Pensamos que aquí radica una de las primeras causas de fondo de su posterior desintegración reformista, estallido en varias corrientes enfrentadas e integración en el sistema y hasta en el Estado ocupante.
Y es que si no se define bien al sujeto revolucionario y por consiguiente al reaccionario, se irá dando bandazos de un lado a otro, hasta la desaparición. Sectores de la pequeña burguesía de entonces tenían conciencia nacional pero no de clase, y la mayoría de ella aceptó complacida la solución española de descentralización administrativa, apoyando por acción u omisión la represión del independentismo socialista.
El pueblo trabajador está compuesto en el capitalismo actual por una base o centro cohesionador formado por la clase trabajadora, y dentro de esta por la fracción productora de valor, pero siempre integrando al sector servicios y al financiero, sean explotados continuos y permanentes, a tiempo parcial, en precario o en subempleo. Sobre esta base o alrededor de este centro están las crecientes masas en desempleo estructural, de dependientes del salario directo o diferido, del salario social, de las ayudas públicas oficiales o privadas como Cáritas u otras asociaciones asistenciales, como mujeres explotadas en el trabajo doméstico, juventud trabajadora en paro o en el paro invisible que son los estudios, pensionistas, jubilados, etc., todas ellas y ellos dependientes directa o indirectamente del salario familiar en cualquiera de sus formas o de la ayuda exterior, pero sin medios de producción propios, y por tanto sin posibilidad de explotar a nadie.
Estas son las esferas decisivas del pueblo trabajador, sobre todo la primera.
Pero existen otras dos. Una, la más cercana, es la compuesta por las denominadas «capas intermedias», «clases medias», «autónomos», «profesiones liberales» que no explotan fuerza de trabajo, que viven de su trabajo asalariado o no, y que por razones ideológicas burguesas se creen económicamente fuera de la clase trabajadora pero se sienten oprimidos nacional y hasta socialmente por el Estado español. La crisis puede abrirles la conciencia de clase y reforzarles la conciencia nacional, asumiendo su verdadera pertenencia de clase cuando ven reducirse sus salarios o medios de vida, deteriorarse su calidad de vida, o quedarse en el paro, en el nuevo subempleo, e incluso en la fracción de los «nuevos vagabundos».
Por último, queda una cuarta área que mayoritariamente está objetiva y subjetivamente fuera del pueblo trabajador, la pequeña burguesía, aunque sectores muy reducidos pueden integrarse en los espacios más distantes.
Nos referimos a esas franjas crecientes de la muy pequeña burguesía envejecida que se ha arruinado, que cierra sus negocios, tiendas, comercios y pequeños talleres obsoletos. Que tienen conciencia nacional pero soberanista, todavía no independentista no socialista aunque un trabajo concienciador y un programa táctico de avance al independentismo puede atraerlos a las partes más débiles del pueblo trabajador porque ya han dejado de vivir gracias a la explotación de seres humanos, pero todavía no han desarrollado conciencia socialista.
Como se aprecia, el pueblo trabajador es una realidad clasista compleja, viva, fluctuante, con diversos niveles de conciencia, pero con un mínimo esencial irrenunciable: la conciencia nacional de clase. Entre sus diversos niveles existe un vaivén de sectores y grupos que pasan del trabajo estable al precario, al subempleo, al paro de corta duración, que pasan del trabajo directamente productivo al indirectamente productivo, y viceversa; o que ya no trabajaran nunca por el paro estructural a una determinada edad, por la explotación del trabajo doméstico, por las jubilaciones, etc. Si la clase trabajadora es una relación social colectiva en permanente movimiento interno, tanto más ocurre en el pueblo trabajador, sobre todo cuando en él se integran trabajadoras extranjeras que sociopolítica, cultural y hasta lingüísticamente se han nacionalizado vascos, independentistas y socialistas vascos y vascas.
4.- ¿Qué es el movimiento popular?
De la misma forma que para saber qué es la clase trabajadora sobre todo hay que estudiarla en sus luchas, en su acción, para saber qué es el pueblo trabajador hay que estudiarlo en su praxis, con la diferencia de que mientras la clase trabajadora lucha sobre todo en el ámbito fabril y sindical, el pueblo trabajador también lo hace en los movimientos populares, además de en el fabril y sindical dado que su centro, su base, es proletaria, trabajadora, obrera. Se cometen dos errores garrafales provenientes del unilateralismo economicista: creer que el pueblo trabajador no lucha sindicalmente, sino sólo en los movimientos populares; y creer que el movimiento obrero no lucha en los movimientos populares sino sólo en los sindicatos. Ambos niegan la unidad interna que los recorre.
El movimiento popular es una de las formas de intervención del pueblo trabajador, siendo las otras dos fundamentales, el movimiento obrero y el movimiento social. Por fundamentales entendemos las que afectan a la estructura elemental de reproducción de la propiedad burguesa y franco-española en Euskal Herria, habiendo otras también importantes pero de impacto menor, en las que no podemos extendernos ahora. La distinción entre estas tres formas fundamentales de lucha --langile mungimendua, herri mugimendua eta gizarte mugimendua-- surge tanto de las opresiones a las que se enfrentan como de los grados de conciencia sociopolítica nacional de clase que por lo general existen en esas formas de lucha.
El movimiento obrero en un primer momento se enfrenta contra el empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo, contra el aumento de la explotación, etc.; pero en perspectiva histórica y revolucionaria, esta lucha ceñida sólo a la defensa de lo existente o a su mejora dentro del sistema capitalista, no resuelve apenas nada, aunque siempre es imprescindible.
El movimiento obrero debe atacar la base del capital, o sea, el sistema salarial, el sistema de extracción de plusvalor y su transformación en plusvalía. La diferencia entre la primera y la segunda radica en que la segunda, la lucha contra el salario, demuestra que nunca puede existir el salario justo, que nunca puede existir eso que la ideología burguesa define como «justicia social». Al contrario, todo salario es objetivamente injusto, por tanto hay que acabar con el salario y con la propiedad privada, que viene a ser lo mismo.
El movimiento popular es mucho más amplio y extenso en sus campos de intervención que el movimiento obrero porque también son más numerosos los sujetos que integra. Por ejemplo, el movimiento Askapena lucha contra el imperialismo, lo que le enfrenta indirectamente al sistema salarial y además en sus peores formas de plasmación, las impuestas por el imperialismo a los pueblos del llamado Tercer Mundo.
Miremos por donde miremos, todos los movimientos populares, todos ellos, terminan chocando de un modo u otro con la objetividad de la explotación nacional de clase y patriarco-burguesa. Es inevitable porque malvivimos en una sociedad capitalista, y negarlo es retroceder al abismo de la derrota.
El movimiento popular tiene la virtud de atacar no solamente al proceso de producción de valor, que también por cuanto está unido al movimiento obrero, sino a la vez y en muchas cuestiones sobre todo al proceso de reproducción de las condiciones de producción, es decir, al proceso en el que se reproduce la dominación franco-española y la legitimidad hegemónica alienante de la burguesía autonomista y foralista vasco-española con su bloque social de apoyo.
La reproducción de las condiciones de producción capitalista es a la vez reproducción de su poder opresor.
Esto es debido a que el movimiento popular, más que el obrero y mucho más que el movimiento social, actúa en cuestiones decisivas como la Amnistía, el derecho/necesidad de la lengua vasca, la cada vez más importante lucha contra la irracionalidad consumista y el desarrollismo, la recuperación de la unidad naturaleza-especie humana, la lucha contra la drogodependencia, la reivindicación del deporte popular y del tiempo libre y crítico, la lucha contra la corrupción, la lucha contra los desahucios y la injusticia financiera, el movimiento vecinal, el movimiento educativo, el movimiento juvenil, y un largo etcétera.
Del mismo modo que estas y otras luchas afectan directa o indirectamente al sistema salarial, sobre todo afectan a su legitimidad y a su efectividad de reproducción, ya que a diario presentan en la vida cotidiana del pueblo una crítica de las opresiones que sufre, y cada vez más frecuentemente avanzan a ofrecer al pueblo trabajador alternativas concretas a esas opresiones e injusticias, de modo que la legitimidad del poder dominante y su reproducción general se ven cuestionadas en el interior mismo de la vida cotidiana de las clases explotadas, que no sólo en la fábrica. Si esta lucha obrera mina la raíz productora del capital, el movimiento popular además mina su raíz reproductora.
Dos son los grupos decisivos del movimiento popular que minan otros dos esenciales puntos de la reproducción del poder capitalista franco-español en Euskal Herria: uno es la lucha antipatriarcal abertzale, y otro es la lucha por la (re) construcción del complejo lingüístico-cultural euskaldun, los componentes progresistas existentes en la cultura popular euskaldun.
En el capitalismo la reproducción de la fuerza de trabajo dócil y plenamente explotable es una necesidad imperiosa. La síntesis entre (re) construcción de la identidad progresista vasca y la lucha antipatriarcal abertzale debilita la raíz misma de la reproducción de la fuerza de trabajo alienada, sumisa y hasta colaboracionista.
La lucha antipatriarcal --que no sólo el «feminismo»-- abertzale es parte esencial del movimiento popular, del independentismo socialista, porque vertebra la totalidad de la reproducción de Euskal Herria y buena parte de la producción de plusvalor.
Y esto es decisivo porque una movilización sistemática, global y diversificada por parte del movimiento antipatriarcal abertzale desvela y descubre la estructura entera de la opresión que padece Euskal Herria. Nada puede quedar oculto, y menos el terrorismo masculino, a la crítica antipatriarcal porque esta va incluso a las raíces opresoras precapitalistas que facilitaron la victoria capitalista y su explotación nacional de clase.
El movimiento antipatriarcal, por tanto, cuestiona nuestra historia desde la victoria del patriarcado pre-cristiano, que no sólo la historia «moderna». Quiere decir esto que son puestos en crítica todos los cimientos profundos del capitalismo vasco-español y casi todos de la misma Euskal Herria tal cual se ha ido formando bajo las presiones patriarcales del pasado que se niega a desaparecer y que tiene una de sus fuerzas en el cristianismo; bajo las presiones del sistema patriarco-burgués desde los siglos XIII-XIV; bajo las presiones de la indiferencia ante esta realidad de las matxinadas y de la lucha de clases desde la mitad del siglo XIX; bajo las presiones de las invasiones extranjeras y bajo el debilitamiento teórico y práctico reciente del feminismo abertzale en un momento en el que se endurece la contraofensiva patriarco-burguesa.
Esta larga historia se ha asentado sobre la explotación de sexo-género y su adecuación a los intereses de las clases dominantes.
La actual estructura clasista vasca, por ejemplo, también es el resultado de la larga explotación de la fuerza de trabajo sexo-económica. Otro tanto debemos decir de la versión oficial, machista, de nuestra historia, por muy progre que aparente ser. Tampoco se libra la versión oficial de la cultura vasca e incluso de la cultura popular. Muy imprecisamente se utiliza el término «transversal» para denotar la presencia del patriarcado en la sociedad, pero la realidad es más salvaje y cruda: patriarcado y opresión nacional de clase forman una unidad.
El movimiento popular por la (re) construcción del complejo lingüístico-cultural euskaldun es la otra arma decisiva para minar la reproducción del poder dominante. Lo es porque la lengua es el ser comunal que habla por sí mismo, y la cultura es la producción y distribución colectiva de los valores de uso.
Desde esta perspectiva, lengua y cultura son irreconciliables con la cultura mercantilizada burguesa, mercancía con un valor de cambio producida por su industria político-mediática. La lucha irreconciliable entre el valor de uso de la cultura popular y el valor de cambio de la industria cultural burguesa también se libra obligatoriamente en el interior de la explotación asalariada y en la reproducción del poder dominante.
Dado que el capitalismo se caracteriza también por ocultar la unidad de contrarios entre valor de uso, valor y valor de cambio, la burguesía puede sobornar, cooptar e integrar en la mercantilización de la cultura y en la manipulación de la lengua a sectores intelectuales que en el pasado habían luchado por el derecho/necesidad de la (re) construcción del complejo lingüístico-cultural euskaldun.
Frente a esta realidad actual, el movimiento popular euskaltzale, con toda su diversidad, se encuentra ante un debate: ¿cómo recuperar el derecho democrático elemental al uso de la lengua, y cómo unirlo a la necesidad de que sea una recuperación emancipadora?
La respuesta sólo es posible desde el interior del movimiento popular como el eje rector y baremo valorativo de la eficacia de la acción institucional y del patrocinio privado, si lo hubiera. Como en el resto de opresiones y necesidades nacionales vascas, el fracaso de las instituciones prestadas por el reino de España es patente, teniendo en cuenta lo que se podría haber avanzado si se hubiese seguido una estrategia digna y coherente.
Para concluir sobre el movimiento popular, hay que decir que tanto la lucha antipatriarcal como la lucha por la (re) construcción euskaldun son dos pilares en las relaciones entre el movimiento popular en su conjunto y los movimientos sociales. Lo que les diferencia es simplemente la conciencia nacional de clase. El movimiento popular es parte del proceso de liberación, y debe respetar con escrupuloso cuidado los desniveles de conciencia y las identidades que pueden haber y hay en las bases menos formadas de los movimientos.
Los movimientos sociales se caracterizan por no tener tan clara la conciencia nacional, o por no tenerla en absoluto, e incluso por ser algunos de ellos abiertamente franco-españolistas.
El embrión del movimiento popular apareció en los años de plomo de la dictadura franquista, lo que le ha dado una impronta decisiva que es el secreto de su continuidad pese a los altibajos. Los movimientos sociales nacieron al calor del mayo’68 y en buena medida impulsados por esas izquierdas arriba vistas que apenas han valorado la objetividad de la opresión nacional, o que la han negado directamente, lo que también les ha dejado cierta herencia. Más aún, tras la interesada moda de las ONGs se ha producido un boom de grupos y colectivos cuyos nombres todos conocemos, directamente relacionados con las doctrinas de contrainsurgencia. Aunque otros muchos han ido abriéndose a las justas reivindicaciones vascas.
Nada de esto anula la valía democrática de los movimientos sociales, en absoluto, simplemente aclara que la interacción de unos y otros movimientos es necesaria para aumentar las fuerzas democráticas, progresistas, soberanistas e independentistas frente al endurecimiento del imperialismo franco-español. Más aún, los movimientos sociales de primera hornada, se adelantaron a los populares en reivindicaciones que el independentismo no valoró correctamente en su momento, y que luego se han demostrado imprescindibles.
5.- ¿Cómo se organiza el poder popular?
Antes de responder a cómo se organiza el poder popular hay que responder para qué se organiza; básicamente dicho: para ser fuerza impulsora y garante del avance en la lucha y para impedir que fructifiquen las tendencias a la burocratización, dirigismo y sustitucionismo inherentes a la verticalidad de la forma-partido y al poder disolvente del parlamentarismo. Ambos peligros se han materializado demasiadas veces en la historia de los pueblos, y en la nuestra, como para no ser tenidos en cuenta.
Por tanto, internamente, el movimiento popular ha de organizarse de manera tal que todas las áreas de lucha, todas las reivindicaciones y todas las injusticias contra las que se combate tengan su correspondiente unidad organizativa interna.
No es lo mismo luchar contra el desarrollismo consumista, a favor de un ecologismo socialista y antiimperialista, que movilizarse por la cultura y la lengua vasca, etc. Las diferencias son lo suficientemente llamativas como para comprender la necesidad de organizaciones específicas en cada una de ellas.
Retrasar la formación de estas organizaciones específicas, o tardar en mejorar las que ya existen y son muchas, es perder un tiempo muy valioso teniendo en cuenta la rapidez del ataque franco-español a las condiciones de vida de nuestro pueblo, y sobre todo la intensificación del su imperialismo con el apoyo de la burguesía autóctona.
Simultáneamente, debe avanzarse en la coordinación de las organizaciones ya existentes, en la mejora de sus relaciones y en la generalización planificada de encuentros en los que se debata todo lo planteado.
Generalmente no se tiene en cuenta que los aparatos de Estado dedicados a la mantener su poder no se detienen nunca, nunca cogen vacaciones, mientras que por el lado de la izquierda es relativamente débil la conciencia del valor del tiempo político. Peor aún, además de la intervención permanente del Estado, hay otra fuerza reaccionaria mucho más dañina: la invisible e imperceptible capacidad de alienación del capitalismo.
El debate sobre la forma organizativa del poder popular ha de partir, también, de la agudización de tres problemáticas a las que deberá darse una respuesta organizativa en ese debate: una es ¿cómo organizar un movimiento popular que intervenga en el creciente mundo del empobrecimiento, de la depauperación de la tercera edad, de las formas de miseria familiar que intenta ocultarse, y que es un caldo de cultivo para la derecha? El empobrecimiento es un arma en poder del imperialismo franco-español, a no ser que el movimiento popular cree un frente específico, o coordine y refuerce los ya existentes.
Otra es, ¿cómo reforzar los movimientos populares y sociales que intervienen en el área de la cotidianeidad, de la «privacidad», en donde se refuerzan las cadenas autoritarias, el terrorismo racista y patriarcal, la sumisión a la «figura del Amo»? La debilidad del feminismo abertzale en esta área se agrava con el empeoramiento del poder del sistema patriarco-burgués.
Pero es un espacio cotidiano decisivo en la reproducción de valores reaccionarios o de valores revolucionarios, dependiendo de si se interviene en su él y cómo. Si perdemos este espacio, y no lo estamos ganando, habremos perdido una de las fuerzas generadoras de conciencia nacional de clase y antipatriarcal decisivas en el período de 1965-95.
La última es, ¿cómo prepararse para el más que probable recorte de los derechos de expresión mediante la Red, mediante Internet, decisivos para el movimiento popular por razones obvias? Los datos disponibles advierten que el imperialismo está preparando recortes sucesivos en el tiempo para que el tijeretazo no sea sentido como brutal, sino dosificado como el veneno para no provocar una resistencia masiva. La forma organizativa del poder popular guarda mucha relación con la política concienciadora y con los medios de lucha teórico-política. Abordar desde ahora esta cuestión es una necesidad creciente.
Apreciamos, por tanto, tres fases. En la primera se trata de coordinar los colectivos, grupos y organizaciones ya existentes, impulsando a la vez las que hagan falta. La segunda, es profundizar en el debate sobre lo que une en lo básico al movimiento popular y al social, y lo conectan con el poder popular como conquista decisiva; y la tercera, la fundamental, será impulsar una organización específica para el movimiento popular, formada por la militancia que asume lo que une, que respeta las diferencias, y que es consciente del valor estratégico inestimable del movimiento popular en la creación del poder popular.
Solamente así, podremos ir creando las condiciones para que en una futura Euskal Herria independiente el Estado y las demás instituciones estén controladas desde fuera por el Poder Popular, garante de los objetivos histórico irrenunciables.
por Iñaki Gil de San Vicente
Ponencia para debatir en II Formazio Mintegia de Askapena.Rebelión
jueves, 25 de julio de 2013
Construyendo el poder popular
8:36 p.m.
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