“¡Arriba
Valparaíso! 4 compromisos de apoyo de Cencosud para la V Región: postergación de 60 días para el pago de la tarjeta de la compañía; 15 cuotas sin interés, comprando con
tarjeta Cencosud, en los locales de Jumbo, París, Santa
Isabel, Easy y Johnson; avance en efectivo de 100 mil pesos, que se podrá cancelar en 15 cuotas sin
interés; postergación
de 60 días del pago de la cuota de un crédito de consumo en Banco París.”
La conclusión es clara. Horst
Paulmann, uno de los dueños de Chile, aprovechándose de la tragedia y del
sufrimiento de miles de porteños para engrosar sus bolsillos. Algo que no es de
extrañar en el magnate dueño de Cencosud, que ya durante el terremoto del 2010
lucró con sus camiones de “ayuda humanitaria” que desde Argentina introdujeron
productos, sin pagar impuestos, para luego venderlos a la Onemi, no
precisamente con rebajas.
El oportunismo de Paulmann no es sólo reflejo
de una mala intención, demuestra, antetodo, la lógica lucrativa e inhumana de
un capitalismo que ha descubierto que las catástrofes, naturales o provocadas,
son una excelente oportunidad para los negocios.
Como sostiene Naomi Klein en su teoría de la
Doctrina del Shock, los desastres o contingencias que causan un alto impacto
psicológico en la población permiten al neoliberalismo tomar medidas que
generarían un enorme rechazo en condiciones de normalidad. Los golpes militares
y las medidas de ajuste económico que les siguieron son un buen ejemplo de
ello. Hoy en día, las guerras se hacen parte de esta lógica convirtiéndose en
un jugoso negocio. No sólo se trata de las enormes ganancias que obtiene la industria
armamentística: luego de destruir un país lo que sigue es su reconstrucción, la
explotación de sus recursos naturales y resguardar a las empresas que se encargarán
de hacerlo “renacer”. Si miramos a Irak, veremos cómo las grandes
beneficiadas fueron las petroleras
Exxon, Chevron, Shell y BP, las constructoras Halliburton Company (a través de
Kellogg Brown & Root), Bechtel Corp, Parson Engineering, Lewis Berger Group
y Fluor Corporation, y las empresas de seguridad privada Academi (ex Blackwater), Defion
Internacional, Triple Canopy, Aegis
Defense Services, DynCorp, entre otras.
Pero no sólo las guerras pueden convertirse en
un negocio. También los desastres naturales. Sólo dos ejemplos ilustrativos al
respecto. El terremoto de Haití fue la excusa usada tanto como para convertir
al país en una Base Militar norteamericana e instalar allí a la IV Flota de
Marina, como para hacer dinero. El negocio hotelero, donde hay capitales norteamericanos
y españoles; las gigantescas maquilas instaladas por las multinacionales Levis,
Fruit of the Loom y Hanes, para explotar a la necesitada mano de obra haitiana;
y la ayuda humanitaria, que en su mayoría acabó en los bolsillos de Estados
Unidos, sus ONGs y sus empresas constructoras, son ejemplos de la avaricia
capitalista en un país donde el pueblo sigue sufriendo, muriendo por el hambre
y enfermedades curables. En este escenario, ni el propio pueblo norteamericano
se salva. El desastre provocado por el Huracán Katrina en Nueva Orleans supuso
enormes ganancias para Boh Brothers, Halliburton, Flour y
Bechtel National, encargados de la reconstrucción, quienes contaron con todo el
financiamiento del Gobierno y el apoyo del Ejército; en un pueblo golpeado y en
donde se ejecutó una silenciosas masacre de cientos de ciudadanos
afroamericanos en medio de la confusión, para limpiar étnicamente a la
ciudad.
En el caso chileno, el capitalismo de catástrofes
se ha desarrollado sobre la base de una experiencia aprendida durante años a
través de la Teletón. La teletón ha sido una buena escuela para lucrar manipulando
las emociones de un pueblo comprometido con una noble y justa causa. En ella,
las empresas negocian con la Fundación Teletón obteniendo el respaldo de la
institución para promocionar sus productos, con publicidad gratuita durante 3
meses en televisión, radio, internet, carteles y gigantografías, más la
publicidad gratuita y en cadena nacional durante los días de la Teletón. A
cambio de tremendo “favor”, las empresas devuelven una pequeña parte de sus
ganancias en forma de “donación”. Junto a las utilidades obtenidas, las
empresas beneficiadas se imponen sobre la competencia y capan consumidores
leales, tal como lo mostró la Consultora Nilo en su momento, la que concluyó
que un 65% de la gente cambia su marca
preferida por la marca que está en Teletón.
Con la Teletón el empresariado chileno ha
adoptado una lógica de negocios que se activa en cada catástrofe cubriéndose con
el manto de la “solidaridad”.
Recordemos el terremoto del 2010, cuando la
solidaridad empresarial ofrecía créditos de consumo con bajas tasas de interés
para solventar los costos de la catástrofe, suspensión temporal de las cuotas
en deudas con el retail en las zonas afectadas y minutos gratis de celular a
los clientes. Claro, al cliente hay que apoyarlo en momentos de dificultades
para no perderlo. Obviamente ninguna solidaridad debe pasar desapercibida, los
camiones con productos enviados a las zonas devastadas eran publicitados una y
otra vez en todos los medios de comunicación y así ganar puntos para la empresa,
no faltando las clásicas campañas de “compre nuestros productos para ayudar a
los afectados”. Ahora bien, hay que decir que la “ayuda” empresarial, muy necesaria
para las personas que la reciben, es una inversión para ganar clientes, lo
mismo ocurre con la “ayuda humanitaria” a los países extranjeros. Pensemos: si envío
como ayuda humanitaria toneladas de equipos de telefonía de cierta compañía, como
ocurrió en Haití, necesito que esa compañía este presente en el país para poder
ocuparlos, por lo cual mi ayuda se convierte en inversión en un nuevo mercado a conquistar; o si envío
toneladas de alimentos de cierta marca a los países vecinos cuando hay
aluviones u otras catástrofes, tengo una buena oportunidad para llegar a
mercados que antes no llegaba y generar ahí una base de consumidores demandantes
que me permitan posteriormente instalarme para hacer negocios. En la lógica del
capitalismo no existe la solidaridad, sólo la inversión y la ganancia.
Volviendo al terremoto del 2010, no debemos
olvidad que la reconstrucción también ha sido un negocio y sus grandes
ganadores han sido tres sectores: las grades cadenas Sodimac, Easy y
Construmart, involucradas en el negocio de suministros para la reconstrucción;
los grupos Angelini, Paulmann y Hurtado Vicuña, encargados de los planes
maestros de las trece ciudades más importantes afectadas por la catástrofe; y
las grandes constructoras e inmobiliarias que han sido beneficiadas con la
privatización de buena parte del borde costero.
Por supuesto, no podemos olvidar a los medios
de comunicación. Sabemos que estos viven de sus auspiciadores por conceptos de
publicidad, la que es mejor pagada mientras más audiencia tenga un programa
determinado. De ahí que en las catástrofes se utilicen todos los medios
comunicacionales y psicológicos para obtener audiencia. El morbo, el sensacionalismo,
la farandulización, el uso y abuso de las emociones de los afectados, son instrumentos
para obtener rating. De ahí que veamos a todos esos periodistas tan criticados hoy
en día buscando la noticia más dramática, mas arriesgada, más impactante, aun cuando
eso signifique entorpecer las labores de Bomberos y de los organismos de
rescate.
En este panorama, la solidaridad empresarial
es una falsedad, las personas solo son vistas en cuanto consumidores, material mediático
o simples mercancías. Su verdadera realidad, los motivos de su situación, la
desigualdad que los hace más vulnerables ante las catástrofes, la ineficiencia
de las autoridades, es dejada de lado, no interesa, a menos que eso reporte
dividendos económicos.
Es de esperar que esta vez el incendio de
Valparaíso no se transforme en recurso para el negocio de nadie, que el
sentimiento y dignidad de los afectados se respete y que se avance hacia
soluciones de fondo, las que, por cierto, no pasan por regalarle ningún cerro a
ninguna empresa.
Por
Resistencia Antiimperialista
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