El año 1962, Hugo Bravo y Carlos Eugenio Lavín se conocieron en una sala de la Universidad Católica. En las clases de ingeniería comercial ya se respiraba el aire de la Escuela de Chicago, con un convenio firmado algunos años antes. Poco tiempo después ambos conocerían, en las mismas salas, al “Choclo” Délano, flaco y con un diente roto. Medio siglo después el mismo encuentro se producirá en los espacios comunes del anexo cárcel Capitán Yáber, mirarán atónitos la mesa de pool que les une para una partida que no se atreverán a jugar jamás. Estos tres ex amigos pertenecen a la que era significada como la generación dorada de la Universidad Católica, donde luego de Délano llegaron Sebastián Piñera, Juan Bilbao y donde poco antes había estado Manuel Cruzat, como estudiante. Y donde después sería él quien organizaría a esa generación con una impronta.
Cruzat seleccionó a sus seguidores y ellos se hicieron sus discípulos: “Lo que nosotros hicimos fue repetir lo que nos había enseñado Manuel Cruzat”, ha dicho Carlos Eugenio Lavín, mientras Sebastián Piñera habla de Cruzat como “el profe”. Cruzat llegó a representar el 5% del PIB del país en los setenta, junto a Fernando Larraín Peña (hermano de Carlos Larraín). Pero su influencia fue mayor que su éxito económico. Uno de los escritores de El Ladrillo (marco teórico de la dictadura en su faceta económica) y uno de los principales divulgadores del mensaje de Chicago al empresariado, Cruzat ha sido el faro que ilumina la generación más influyente de la historia de la UC, a la que hay que sumar a Jaime Guzmán por el lado del derecho en los mismos años.
Esta generación dorada es hoy un dolor de cabeza en la UC. Hace un mes, el decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica señaló en una carta a El Mercurio: “Con profunda preocupación hemos visto en el último tiempo que algunos ingenieros comerciales de la PUC aparecen haciendo noticia por su participación en actos reñidos con la ética y que además constituyen delitos”.
Es cierto. Los egresados de la Pontificia Universidad Católica de Chile se acumulan en el Centro de Justicia para recibir la infausta noticia. Carlos Alberto Délano, Carlos Eugenio Lavín, Hugo Bravo, Pablo Wagner, Manuel Antonio Tocornal, Samuel Irarrázaval Larraín, han sido formalizados en el Caso Penta. Cuatro de ellos están presos desde el sábado. También egresado, pero además autoridad de la PUC otrora, Carlos Bombal se suma al grupo de procesados.
Esperan su turno muchos más hijos de la PUC que en las siguientes semanas deberán someterse a Fiscalía y eventualmente ser procesados: Ernesto Silva, Ena von Baer, Alberto Cardemil, Joaquín Lavín, Pablo Zalaquett, Laurence Golborne, Felipe de Mussy, Jovino Novoa, Alberto Undurraga. De los involucrados más relevantes en el Caso Penta, más del 80% fueron formados en la Universidad Católica. Un récord difícil de vencer.
El rector Ignacio Sánchez también debe preocuparse. Y los cardenales. Deben preguntarse por la cultura que promueven, por el aire que respiran. Esto no se soluciona con cursos. Deben preguntarse por la antropología que sustenta su universidad, dictatorial en lo político, restrictiva en lo sexual, permisiva en lo comercial. Deben preguntarse por la teología más profunda, la de las señales de Dios: deben preguntarse qué significa que Dios salve a un fiscal flaco y sin apoyo político, cuando ya estaba muerto, y deben inquietarse por el hecho de que el mismo Dios, sin conciencia de clase con su universidad, les da la espalda al dinero y al poder de sus egresados.
Pero el fenómeno no acaba en Penta. La generación completa no solo tiene para mostrar su obra de instauración neoliberal, sino además su prontuario en tribunales. Juan Bilbao, discípulo de Piñera, está demandado por la SEC de Estados Unidos por uso de información privilegiada. Y Manuel Cruzat, el faro de la UC, tuvo que declarar por los contratos forwards hechos a Penta, además de haber tenido que afrontar una demanda por apropiación indebida de fondos de CMR Falabella (presentada en 2012) y una demanda de una fundación de beneficencia hace diez años. El histórico socio de Cruzat, Fernando Larraín Peña (hermano de Carlos, y también de la UC), no lo pasa mucho mejor con el Caso Cascadas, donde su familia está involucrada por la corredora LarrainVial.
Y sumemos a Javier Vial Castillo, condenado por estafa en 2005 y fundador de la Fundación de Ingenieros UC; Rolf Lüders, condenado por el mismo caso (egresado y académico de la universidad). Gonzalo Vial Vial, dueño de Agrosuper, condenado por la colusión de los pollos. Y podríamos seguir muy lejos, como con Alejandro Pérez, que tuvo que dejar la gerencia de Celco cuando el 74% de los cisnes de Río Cruces, en Valdivia, murieron por la acción de la empresa y que luego ha sido señalado como el actor principal en la extraña operación que permitió su ingreso a la propiedad de la Universidad San Sebastián.
Y no podemos olvidar a Sebastián Piñera, sancionado por la Superintendencia de Valores y Seguros (SVS) el año 2007 por uso de información privilegiada, procesado y declarado reo en 1982 por fraude en el caso del Banco de Talca y una de cuyas empresas fue mencionada en los últimos días por el fiscal Gajardo en referencia a los contratos forwards de Penta.
Vale la pena detenerse en Sebastián Piñera, el egresado más importante de la historia de la Universidad Católica, uno de los dos Presidentes de la República de Chile que han egresado de la UC, uno de sus empresarios más exitosos, uno de sus egresados con mejores notas. Piñera declaró el 6 de mayo de 2011 (siendo Presidente de la República) que “Adán y Eva (fueron) los primeros innovadores y emprendedores porque se atrevieron hacer lo que les estaba prohibido, que era comer el fruto prohibido”. La frase, que parecía otro exabrupto del Presidente, adquiere hoy una nueva dimensión. Es indispensable plantearnos la pregunta sobre los sistemas de valores de nuestra elite política y económica. La presente columna plantea dos tesis: primero, que la elite configurada en dictadura y transición presentó su obra económica como una creación prístina (en la búsqueda de dar un contraste con los derechos humanos), argumento completamente falso y que hoy se devela absurdo; y segundo, que el núcleo de formación intelectual de esa elite fue la Universidad Católica, donde más que teorías se construyeron redes y donde más que valores se traficaron recursos, no solo legales. La econometría de la Escuela de Chicago parece haber terminado en “una máquina para defraudar al fisco” (así dijo el fiscal) y diseñar una política afín a los propios intereses.
En medio de esto, los muchachos pontificios eran numerarios del Opus Dei, o estaban en el directorio de la Teletón o luchaban por la justicia incluso en calidad de jefes de Estado. Y cuando la crisis moral parecía acercarse, eran defendidos emotivamente. Hernán Larraín, senador, ex secretario general de la PUC, los defendió hace meses, poniendo las manos al fuego (las mismas que puso por Colonia Dignidad). Incluso la UC ha servido para defender la moral de quienes no han sido sus alumnos, como cuando su Vice Gran Canciller, Andrés Arteaga, y su Decano de Teología, Joaquín Silva, defendieron a Karadima.
Por eso el decano de la UC debe preocuparse de algo más que la ética. Y no solo él. El rector Ignacio Sánchez también debe preocuparse. Y los cardenales. Deben preguntarse por la cultura que promueven, por el aire que respiran. Esto no se soluciona con cursos. Deben preguntarse por la antropología que sustenta su universidad, dictatorial en lo político, restrictiva en lo sexual, permisiva en lo comercial. Deben preguntarse por la teología más profunda, la de las señales de Dios: deben preguntarse qué significa que Dios salve a un fiscal flaco y sin apoyo político, cuando ya estaba muerto, y deben inquietarse por el hecho de que el mismo Dios, sin conciencia de clase con su universidad, les da la espalda al dinero y al poder de sus egresados.
¿Qué dirá este año el rector cuando inaugure el año académico? Cada año Ignacio Sánchez, en sus discursos, señala la impronta ética del proyecto de su universidad. Y en ese marco cita hermosos fragmentos de Juan Pablo II, Larraín Gandarillas o Abdón Cifuentes. Es cierto, a veces por error festeja inadecuadamente el rol de su universidad en la caída de un Gobierno (de Balmaceda, por ejemplo). Pero en general sus palabras son melosas y adecuadas, políticamente correctas, solicitando a los gobiernos rutas y caminos que, habrá que decir, normalmente los gobiernos han seguido. Lo cierto es que en todas y cada una de sus alocuciones, el rector Sánchez ha declarado siempre el carácter imprescindible de su universidad para modelar el alma nacional con su fortaleza espiritual y ética, destacando que ello deriva precisamente de ser confesionales. ¿Qué pasa con este mensaje de pureza mientras los chilenos esperan ansiosos un fallo lo más brutal posible contra esa elite que ha sido maldecida?
En la UC el rumor de la crisis moral es constante. Y aunque su navegar difícilmente pueda compararse con las turbulentas jornadas en el Centro de Justicia, lo cierto es que un capítulo del caso Penta ha alcanzado ya sus oficinas y aulas, cuestionándose el rol fundamental de la universidad en la construcción del empresariado y la elite política que dio luz al modelo neoliberal. Y es que la crisis de la UC es además la del gremialismo, es la del ala conservadora de la Iglesia también, es la crisis de la derecha actual y la crisis de El Mercurio, por lo demás.
La estruendosa destrucción del poder del Grupo Penta, tiene su correlato espiritual en la profanación del discurso central de la Universidad Católica, ese discurso que los correos de Pablo Wagner muestran al desnudo, izando las banderas de la familia, llorando al despedirse de Penta, mientras ofrecía ser sobornado antes de asumir su cargo en La Moneda. Wagner, seguidor de Guzmán en lo político, seguidor de Kast en lo económico, representa ese espíritu caído.
Toda la trenza que se despliega desde Penta muestra esa elite rigorista y exigente, adoradora de un Cristo pobre hecho para millonarios, esa elite que habla de pureza y muestra el barro de sus pies, sumándose a Karadima en el panteón de la hipocresía.
No es fácil reconocer en la UC ser “el alma máter de la corrupción”, como me dijo doliente un académico de una disciplina humanista. Otro académico, más impregnado de política, me dice: “Yo sé que el Caso Penta puede terminar con papeles que incriminen a la mafia de la UDD y hasta que esa universidad se termine cerrando. Pero también sé que acá (en la Católica) formamos al grupo Penta”. No son solo los académicos. Hablo con tres estudiantes de ingeniería comercial y temen la pérdida de relevancia y prestigio de la Universidad Católica como espacio de formación profesional en economía: “Me imagino que ya el próximo año incluso puedan bajar los puntajes en ingeniería comercial. O que estudiar (en la PUC) carreras o posgrados del área de la economía no vuelva a ser lo mismo”, dice uno de ellos, preocupado por su prestigio.
La Pontificia Universidad Católica, directamente nutrida por el halo vaticano, ha prometido formación de excelencia y estatura moral. Ha señalado que su reino se traduce no solo en profesionales, sino en seres superiores en la corrección normativa. La propia PUC ha estado llevando a cabo su cruzada, luchando contra el aborto, convocando a los valores absolutos para entenderlos como el mayor patrimonio de la humanidad. Tanta convicción hubo, que la Pontificia Universidad Católica informó al Estado que sus creencias valían más que las leyes y que, de tratarse de una ley de aborto terapéutico, sencillamente ellos no la cumplirían. Y mientras se impregnaban de una moral totalizante, de pronto vino Penta. Y 15 de los 18 actores involucrados en el caso habían sido formados en la Universidad Católica, curioso hecho habiendo tanta universidad gracias a la libertad de enseñanza.
Toda época tiene su núcleo ideológico y valorativo. Sus portadores lo repiten hasta el cansancio. Hace tres años la obra El éxito es una decisión, de Fischman, mostró el ejemplo de Carlos Alberto Délano (y de Zamorano, y de Alberto Plaza). La obra, editada por El Mercurio-Aguilar, está llena de los tópicos que explican el éxito por conductas blandas de sus forjadores. Las mismas frases de falsa profundidad habitaron el cuaderno de Délano, mientras era formalizado, con sus reflexiones sobre la vida, los obstáculos y las maratones. Sí, las frases se repiten hasta el cansancio. Y el cansancio ha llegado.
La Universidad Católica ha sido el espíritu de época del Chile actual, neoliberal y dictatorial primero, neoliberal y transicional después. Sus aulas, sus artículos académicos, las columnas de sus académicos; defendieron una nueva ‘ley’ para un Chile libre del cáncer marxista. Y sus mandamientos fueron escritos en la UC, por un Moisés muy diferente al primero (que condenaba el cobro de intereses), un nuevo Moisés más propicio a los bancos y el sistema financiero. Por eso será que Jorge Awad, que no solo egresó de la PUC sino que fue Vicerrector, cree que es saludable declarar que la reforma tributaria la hace él y no el Congreso (aunque no menciona al también egresado de la UC Bernardo Fontaine y su hermano Juan Andrés, de igual alma máter, quienes apoyaron en la labor de hacer una reforma tributaria a su manera y en su casa, a pesar de no ser elegidos por nadie).
La principal argumentación de quienes apoyaron la dictadura ha sido que, salvo los derechos humanos, toda su obra fue luminosa y liberadora. Por cierto, esa obra no es otra que una transición controlada autoritariamente y la economía desregulada más radical que ha conocido una nación de modo persistente. La genialidad de Guzmán, de unir en sagrada concupiscencia el autoritarismo conservador con el libremercadismo, bajo el mismo Dios invisible bendecido por Juan Pablo II, ha sido siempre referida como el marco teórico de una dictadura que han querido presentar como ejemplar (la derecha) y de una transición que se ha mostrado, adivine usted, como ejemplar también (esta vez por la Concertación y la derecha, juntos como hermanos), mientras todos, unidos de las manos, se han elogiado por la ausencia de corrupción de este país ejemplo para el mundo. Y en medio de todo este escenario idílico, donde Chile es fotografiado como alumno ejemplar, la universidad emblemática ha sido la Católica; el estamento fundamental, los tecnócratas; y el sujeto histórico, los empresarios (creadores de empleo, dicen en todas partes, hoy incluso como excusa para defraudar al fisco y sobornar políticos).
La Universidad Católica de Chile no fue una casualidad ni en sus triunfos de otrora, ni es una casualidad hoy, en su crisis moral. Sus triunfos se debieron a la apuesta por una dictadura y por destruir su propia reforma universitaria, para convertirse en un bastión intelectual del orden dictatorial. Fue el gran éxito de Guzmán, por el lado de derecho; y del convenio con Chicago, por el lado de la economía. Ese triunfo, arropado con las rosadas pieles de la moral sexual inflexible y adornada con la aspiracionalidad de clase, apoyado por Juan Pablo II (el papa anticomunista), hoy comienza su viaje de declive. La derrota que se avecina no es la contracara de su éxito: es simplemente el hijo que debía engendrar una ética económica cortoplacista y financiera, unida a la hipocresía política de una democracia tutelada. El escenario no es paradójico. Es lineal.
El Caso Penta es el clímax, “El fin de los empresarios héroes” (dice La Segunda el viernes 6 de marzo), es el frenesí de una sociedad que exige un rito final (mortuorio) en la elite, que exige la condena al empresariado, sujeto político del modelo neoliberal. El Caso Penta puede llegar a ser la suma de los sacrificios humanos que permitirán limpiar una era que se ha tornado putrefacta. La Universidad Católica se muestra hoy transitando un desierto hostil, quizás no por los cuarenta años del éxodo, aunque quizás sus hijos sumen sanciones equivalentes.
Parecían la universidad elegida por Dios, pero hoy se envuelven en maldiciones. Es la generación de empresarios que trajo la buena nueva a Chile, que se forjó en la Universidad Católica a punta de certezas. Ellos vinieron a construir el cielo político, social, moral y económico. Han pasado más de 40 años desde que están a cargo y es hora de las cuentas. El día del juicio ha llegado. Prendemos la televisión y no vemos el cielo alrededor de sus profetas. Comenzamos viendo la escena y es el purgatorio. Incluso dan declaraciones, como si hablaran con Dante. Pasan los días, no muchos, y desde el purgatorio ya se aproximan al infierno.
FUENTE: EL MOSTRADOR
- ALBERTO MAYOL
- Sociólogo y académico Universidad de Santiago
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