Ya van más de 100 colegios y 30 universidades en toma o paro indefinido a lo largo del país. Los estudiantes están a la ofensiva y han radicalizado sus movilizaciones para conquistar la gratuidad universal, el fin del lucro y la democratización de los espacios educativos.
Aparte de los mismos estudiantes, los más afectados por los paros y las tomas somos los trabajadores de la educación: ya seamos docentes, auxiliares de aseo, administradores, secretarios o guardias.
Recuerdo que el año pasado, se tomaron todas las facultades de mi universidad durante varias semanas. Lo primero que hice fue buscar la mejor manera de participar de la movilización porque me parecía lo más natural. ¿Acaso no era parte de la comunidad educativa? ¿Acaso no podía enseñarles a mis alumnos fuera del horario de clases?
Me ofrecí para hacer un foro sobre la precarización laboral en Chile, pero con un enfoque principal: la precariedad que sufrimos en carne propia los trabajadores de la misma universidad. Los guardias subcontratados tienen turnos (ilegales) de 12 horas y ganan menos de $400.000 pesos mensuales. Los auxiliares de aseo tienen prohibido hablar entre sí durante sus turnos y solamente tienen media hora para colación. Y los docentes todos los semestre pasamos por la incertidumbre de no saber si vamos a volver, ya que boleteamos y no tenemos contrato.
Los profesores de planta, aquellos pocos que cuentan con el privilegio de un trabajo estable, mandaron un comunicado en el que manifestaban su apoyo a la movilización estudiantil, pero muy pocos acudieron a las tomas. En cambio, los guardias sí que apoyaron concretamente a los estudiantes. Por obligación tenían que acudir al trabajo, pero participaban de las actividades cuando podían y hasta apagaban las cámaras para que en las actividades se pudiera exponer tranquilamente.
Uno de los grandes problemas del sistema educativo chileno es la falta de democracia. Los trabajadores no podemos opinar libremente porque un “compañero” nos puede sapear con el jefe y corremos el riego de perder nuestro puesto de trabajo. Y ha pasado. Es cosa de ver a los auxiliares de aseo cuchicheando juntos porque si los pilla el supervisor, se meten en problemas. El año pasado cuando había paros estudiantiles, los docentes teníamos que cumplir con el horario y dar clase aunque solo hubiera unalumno. Me negué a impartir clases durante los paros y una colega me sapeó con el jefe.
Sobran razones para que los trabajadores de la educación también nos movilicemos y los estudiantes lo saben. Por algo exigen la necesidad de poner fin a la precariedad laboral mediante el fin del subcontrato y el fin de los profesores taxis.
Si bien es difícil que nos movilicemos cuando no contamos ni con sindicalización ni con algún tipo de protección laboral, no es imposible. La única manera de mejorar nuestras condiciones laborales es la movilización. No nos van a regalar nada si no luchamos por ello. Y algunos, ya han empezado. Por ejemplo, los trabajadores que trabajan a honorarios de la Universidad de Chile formaron un sindicato para ponerle fin a la precariedad laboral. Si los trabajadores nos organizamos, podremos mejorar nuestras condiciones laborales y por fin trabajar con dignidad y estabilidad.
¿Con qué cara los docentes vamos a decirles a nuestros futuros estudiantes que nos restamos de las movilizaciones cuando se erradique el mercado de la educación? ¿Cómo no estar más que orgullosos de nuestros estudiantes que nos dan lecciones de dignidad? ¡Aquella dignidad que debiera motivarnos a luchar también!
No podemos encerrarnos en comunicados “buena onda” o peor aún, atarear más a los estudiantes en nuestras cátedras en caso de paro. En varias universidades muchos profesores se han cuadrado con las autoridades para que se depongan las tomas. No podemos atrevernos a pensar que nuestras cátedras son más importantes que este momento histórico.
Recordemos que tradicionalmente los estudiantes y los trabajadores hemos sido aliados naturales, honremos aquella tradición. Mostremos a los estudiantes que también estamos dispuestos a pasar a la ofensiva.
Por Julio Antonio García, docente universitario
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