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sábado, 17 de agosto de 2013

“He vivido para luchar”. Carta de Fidel con motivo del 60 aniversario de asalto a los cuarteles Moncada y Carlos M. de Céspedes

Carta del compañero Fidel a los Jefes y Vicejefes de las delegaciones que visitan nuestro país con motivo del 60 aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos M. de Céspedes

Queridos amigos:

El viernes 26 de julio se arriba al 60 aniversario del asalto al regimiento del Moncada en 

Santiago de Cuba y al cuartel Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo. Conozco que 

numerosas delegaciones piensan viajar a Cuba para compartir con nosotros esa fecha 

en la que nuestro pequeño y explotado país decidió proseguir la lucha inconclusa por la 

independencia de la Patria.


Ya entonces también nuestro Movimiento estaba fuertemente influido por las nuevas 

ideas que se debatían en el mundo.


Nada se repite exactamente igual en la historia. Simón Bolívar, libertador de América, 

proclamó un día el deseo de crear en América la mayor y más justa de las naciones, con 

capital en el istmo de Panamá. Incansable creador y visionario, se adelantó más tarde al 

sentenciar que los Estados Unidos parecían destinados a plagar la América de miserias a 

nombre de la libertad.


Cuba sufrió, como América del Sur, Centro América y México con el territorio que le fuere 

arrebatado a sangre y fuego por el insaciable y voraz vecino del norte, que se apoderó 

de su oro, su petróleo, sus bosques fabulosos de sequoia, sus mejores tierras y sus más 

ricas y abundantes aguas pesqueras.


No estaré sin embargo con ustedes en Santiago de Cuba, pues debo respetar la obvia 

resistencia de los guardianes de la salud. Puedo en cambio escribir y trasmitir ideas y 

recuerdos, que siempre serán útiles, al menos para el que escribe.


Hace breves días, cuando observaba desde mi asiento en la parte media de un vehículo 

de doble tracción lo que fuera un viejo centro genético para la producción lechera, pude 

leer una brevísima síntesis de solo un párrafo del discurso pronunciado el Primero de 

Mayo del año 2000, hacía ya más de 13 años.


El tiempo borrará aquellas palabras en letra negra sobre una pared blanqueada con cal.

"Revolución [¼ ] es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni 

violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz 

de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, 

es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de 

nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo."


Ahora se cumplen 60 años de aquel hecho ocurrido en 1953, sin duda valeroso y 

demostrativo de la capacidad de nuestro pueblo para crear y enfrentar a partir de cero 

cualquier tarea. La experiencia posterior nos enseñó que habría sido más seguro 

comenzar la lucha por las montañas, algo que planeábamos hacer si tomada la fortaleza 

del Moncada, no podíamos resistir la contraofensiva militar de la tiranía con las armas que 

ocupáramos en Santiago de Cuba, más que suficientes para vencer en aquella contienda 

y mucho más rápidamente que el tiempo invertido después.


Los 160 hombres escogidos para la operación fueron seleccionados entre 1 200 con los 

que contábamos, entrenados entre los jóvenes de las antiguas provincias de La Habana y 

el este de Pinar del Río, afiliados a un partido radical de la nación cubana donde todavía 

el espíritu pequeño burgués inculcado por los dueños extranjeros y sus medios de 

divulgación, en mayor o menor medida, influían en todos los rincones del país.

Yo había tenido el privilegio de estudiar, y ya en la universidad adquirí una consciencia 

política a partir de cero. No está de más repetir lo que he contado otras veces, la primera 

célula marxista del Movimiento la creé yo con Abel Santamaría y Jesús Montané, 

utilizando una biografía de Carlos Marx, escrita por Franz Mehring.


El Partido Comunista, integrado por personas serias y consagradas de Cuba, soportaba 

los avatares del Movimiento Comunista Internacional. La Revolución reiniciada el 26 de 

julio recogió las experiencias de nuestra historia, el espíritu abnegado y combativo de la 

clase obrera, la inteligencia y espíritu creativo de nuestros escritores y artistas, así como 

la capacidad que yacía en la mente de nuestro personal científico, que ha crecido como 

la espuma. Nada se parece hoy a lo de ayer. Nosotros mismos, a los que el azar nos 

designó el papel de dirigentes, nos podríamos abochornar de la ignorancia que todavía 

muestran nuestros conocimientos. El día que no aprendamos algo nuevo será un día 

perdido.


El ser humano es producto de las leyes rigurosas que rigen la vida. ¿Desde cuándo? 

Desde tiempos infinitos. ¿Hasta cuándo? Hasta tiempos infinitos. Las respuestas también 

lo son.


Por ello, aunque no las comparta, respeto el derecho de los seres humanos a buscar 

respuestas divinas, preguntas que pueden hacerse, siempre y cuando las mismas no 

tiendan a justificar el odio y no la solidaridad en el seno de nuestra propia especie, error 

en el que han caído muchas en uno u otro momento de su historia.


Aquel atrevido intento no fue sin duda un acto improvisado; admito sin embargo que 

a partir de la experiencia acumulada habría sido mucho más realista y más seguro 

iniciar aquella lucha por las montañas de la Sierra Maestra. Con los 18 fusiles que 

logramos reunir después del durísimo revés que sufrimos en Alegría de Pío, en 

parte por inexperiencia y el incumplimiento de las instrucciones recibidas por el 

Movimiento en Cuba, y también por la excesiva confianza nuestra en el poder de fuego 

de los expedicionarios armados con más de 50 fusiles con mirilla telescópica, y su 

entrenamiento en tiro. Atentos sin embargo a los vuelos rasantes de los aviones de 

combate del enemigo, descuidamos la vigilancia en tierra y nos atacaron en un pequeño 

cayo de monte a pocos metros de nosotros. Nunca más nos pudo sorprender de esa 

forma el enemigo.


En los combates librados después siempre fue al revés, y en las acciones finales, con 

menos de 300 combatientes, en 70 días de incesante lucha derrotamos la ofensiva de 

más de 10 mil hombres de sus fuerzas élites. En los combates librados durante dos años 

siempre los bombarderos y cazas del enemigo en solo 20 minutos solían estar encima 

de nosotros. No consta sin embargo que haya muerto un solo combatiente por esa causa 

en aquella dura lucha. Todo cambió en las décadas siguientes con la nueva tecnología 

desarrollada por Estados Unidos y sumadas a las fuerzas reaccionarias en América Latina 

y el mundo, aliadas a ellos. Siempre los pueblos encontrarán las formas adecuadas de 

lucha.


Ustedes estarán allí, en el escenario del primer combate.


Cuando, después de los hechos que se consumaron el 26 de julio, un último carro se 

acerca y me recoge, monté en la parte trasera del vehículo repleto del personal, otro 

combatiente se acerca por la derecha; me bajo y le doy mi asiento; el carro parte y me 

quedo solo. Hasta el momento que me recogieron por primera vez en medio de la calle, 

con la escopeta semiautomática Browning y cartuchos calibre 12 de balines, trataba de 

impedir que dos hombres usaran una ametralladora calibre 50 desde el techo de uno de 

los pisos del edificio central de mando del amplio campo militar; era lo único que podía 

verse del tiroteo generalizado que se escuchaba.


Los pocos compañeros que con Ramiro Valdés habían penetrado en la primera barraca 

despertaron a los soldados que allí dormían y, según me explicaron posteriormente, 

estaban en paños menores.


No pude hablar con Abel ni otros de su grupo que desde un alto edificio al fondo del 

hospital civil, dominaban la parte trasera de los dormitorios. Yo consideraba que era 

absolutamente obvio para él lo que estaba ocurriendo. Tal vez pensó que yo había 

muerto.


Raúl, que estaba con el grupo de Lester Rodríguez, veía con claridad lo que estaba 

ocurriendo y pensaba que estábamos muertos. Cuando el jefe de esa escuadra decide 

bajar, toman el elevador, y al llegar abajo, le arrebata el fusil a un sargento que no hace 

resistencia, ni tampoco los soldados que iban con él. Toma el mando del grupo y organiza 

la salida del edificio.


Mi preocupación fundamental era en ese momento el grupo de compañeros que 

supuestamente había ocupado el cuartel de Bayamo y no tenía noticia alguna de 

nosotros. Por mi parte, contaba todavía con suficientes cartuchos y pensaba vender bien 

cara mi vida luchando contra los soldados de la tiranía.


De repente aparece otro carro: venía a buscarme; y de nuevo albergo la esperanza de 

ayudar a los compañeros de Bayamo con una acción en el cuartel del Caney.

Varios carros esperaban al final de la avenida donde yo pensaba tomar la dirección 

correcta hacia ese punto. Pero el propio compañero que conducía el vehículo que entró 

para buscarme no la tomó, siguió hacia la casa de donde partimos por la madrugada, 

allí se cambió de ropa. Yo cambié de arma y tomé un rifle semiautomático calibre 22 

con punta de acero, con un poco de más alcance que la calibre 12 de balines, me puse 

alguna ropa y a varios pasos de allí cruzamos una cerca de púas con aproximadamente 

15 hombres armados, uno de ellos herido. Otros dejaron sus armas y tomaron los 

vehículos tratando de buscar una salida. Conmigo iba Jesús Montané y algunos otros 

jefes. Caminamos horas aquella calurosa tarde por la falda norte de la Gran Piedra, una 

elevada montaña que trataríamos de cruzar para dirigirnos hacia el Realengo 18, un 

camino empinado del que Pablo de la Torriente, excelente escritor revolucionario, escribió 

que un hombre con un fusil podía resistir a un ejército. Pero, Pablo murió en España 

combatiendo en la Guerra Civil Española, donde alrededor de mil cubanos apoyaron a 

ese pueblo contra el fascismo. Lo había leído, pero nunca pude hablar con él, ya había 

viajado a España cuando yo estudiaba bachillerato.


Nosotros no pudimos ya proseguir hasta aquel realengo y permanecíamos al sur de la 

cordillera. La zona montañosa preferida por mí para la lucha guerrillera se situaba entre 

el santuario del Cobre y el central Pilón; planeé por ello cruzar hasta el otro lado de la 

bahía de Santiago de Cuba por un punto que conocía desde que estudié en el Colegio 

de Dolores, en la ciudad donde ustedes se reunirán. Gran parte de nuestro pequeñísimo 

grupo estaba agotado por el hambre y las fatigas. Un herido había sido evacuado y Jesús 

Montané que apenas podía mantenerse en pie. Otros dos, con menos responsabilidad 

pero más saludables, marcharían conmigo hacia el occidente de aquellas montañas. 

Pero los hechos más dramáticos y menos esperanzadores estaban todavía por llegar. 

En la tarde le dimos instrucciones al resto de los compañeros de esconder sus débiles 

armas en algún lugar del bosque y dirigirse aquella noche a la casa confortable de un 

campesino que vivía a orillas de la carretera que iba de Santiago a la playa, que disponía 

de ganado y tenía comunicación telefónica con la ciudad. Sin duda fueron interceptadas 

por el ejército. El enemigo de todas formas conocía el área cercana por donde nos 

movíamos. Antes del amanecer, una escuadra de la jefatura militar fuertemente armada, 

nos despertó con la punta de sus fusiles. Las venas del cuello, y el rostro de aquellos 

soldados bien alimentados, se veían latir deformadas por la excitación. Nos dábamos 

por muertos y en el acto estalla la discusión. Sin embargo no me habían identificado. Al 

atarme profundamente y preguntarme el nombre, irónicamente les doy uno que usábamos 

en bromas de la peor especie. No podía comprender que no se dieran cuenta de la 

verdad. Uno de ellos, con rostro descompuesto, vociferaba que ellos eran los defensores 

de la patria. Con voz fuerte le respondo que ellos eran los opresores, como los soldados 

españoles en la lucha de nuestro pueblo por la independencia.


El jefe de la patrulla era un hombre negro que a duras penas podía mantener el mando. 

¡No disparen!, les gritaba constantemente a los soldados.


En voz más baja repetía: "Las ideas no se matan, las ideas no se matan". En una de 

aquellas ocasiones se acerca a mí y con voz baja dice y repite: "Ustedes son muy 

valientes, muchachos". Al escuchar aquellas palabras le digo: "Teniente, yo soy Fidel 

Castro"; y él responde: "No se lo digas a nadie". De nuevo el azar se impone con todas 

sus fuerzas.


El teniente no era oficial del regimiento, tenía otra responsabilidad legal en la región de 

Oriente.


Más adelante se imponen de nuevo los hechos más importantes todavía.

A los compañeros que debían desmovilizarse les doy instrucciones de guardar las armas, 

y después los custodiaríamos hasta el punto donde debían hacer contacto con las 

personas del Obispo.


La opinión pública de Santiago de Cuba había reaccionado con energía frente a los 

horribles crímenes cometidos por el ejército batistiano contra los revolucionarios.

Monseñor Pérez Serantes, Obispo de Santiago de Cuba, había obtenido algunas 

garantías favorables a sus gestiones por el respeto a la vida de los revolucionarios 

prisioneros. A Sarría, sin embargo, le quedaba una batalla por librar contra el mando 

del regimiento que esta vez delegó la tarea al más connotado esbirro de la carnicería 

impuesta por el jefe militar de Santiago de Cuba, que le ordenó trasladar los detenidos al 

Moncada.


Por primera vez en nuestra Patria los jóvenes habían entablado una lucha semejante 

frente a lo que fuera hasta el Primero de Enero de 1959: una colonia yanki.

Al llegar a la casa del vecino junto a la estrecha carretera que une la ciudad con la playa 

Siboney, un pequeño camión esperaba. Sarría me sentó entre el chofer y él. Cientos de 

metros más adelante se topan con el vehículo del comandante Chaumont que demanda la 

entrega del prisionero. Como en una película de ciencia ficción el teniente discute y afirma 

que no entregará al prisionero, en vez de eso lo presentará al Vivac de Santiago de Cuba 

y no a la sede del regimiento. Es así como el hecho rememora una inusual experiencia.

Es imposible en tan breve tiempo expresarle a nuestros ilustres visitantes las ideas que 

suscitan en mi mente los increíbles tiempos que estamos viviendo.


No puedo pensar que dentro de 10 años, en el 70 aniversario, escribiría un libro. 

Desgraciadamente nadie puede asegurar que habrá un 70, un 80, un 90, o un centésimo 

aniversario del Moncada. En la Conferencia Internacional sobre el Medio Ambiente, de 

Río de Janeiro, dije que una especie estaba en peligro de extinción: el hombre. Pero 

entonces creía que sería cuestión de siglos. Ahora no soy tan optimista. De todas formas 

nada me preocupa; seguirá existiendo la vida en la inabarcable dimensión del espacio y el 

tiempo.


Mientras tanto digo solo algo, ya que cada día amanece para todos los habitantes de 

Cuba y del mundo:


Los líderes de cualquiera de las más de 200 naciones grandes y pequeñas, 

revolucionarias o no, necesitan seguir viviendo. Tan difícil es la tarea de crear la justicia y 

el bienestar, que los líderes de cada país necesitan autoridad, o de lo contrario reinará el 

caos.


En días recientes se intentó calumniar a nuestra Revolución, tratando de presentar al Jefe 

de Estado y Gobierno de Cuba, engañando a la Organización de Naciones Unidas y a 

otros jefes de Estado, imputándole una doble conducta.


No vacilo en asegurar que aunque durante años nos negamos a suscribir acuerdos 

sobre la prohibición de tales armas porque no estábamos de acuerdo en otorgar esas 

prerrogativas a ningún Estado, nunca trataríamos de fabricar un arma nuclear.

Estamos contra todas las armas nucleares. Ninguna nación, grande o pequeña, debe 

poseer ese instrumento de exterminio, capaz de poner fin a la existencia humana en 

el planeta. Cualquiera de los que tales armas poseen, dispone ya de suficientes para 

crear la catástrofe. Jamás el temor a morir, ha impedido las guerras en ninguna parte del 

planeta. Hoy no solo las armas nucleares sino también el Cambio Climático es el peligro 

más inminente que en menos de un siglo puede hacer imposible la supervivencia de la 

especie humana.


Un líder latinoamericano y mundial, al que deseo rendir hoy especial tributo por lo que 

hizo a favor de nuestro pueblo y a otros del Caribe y del mundo es Hugo Chávez Frías; él 

estaría aquí hoy entre nosotros si no hubiese caído en su valiente combate por la vida; él 

como nosotros no luchó para vivir; vivió para luchar.

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