El
pasado 30 de mayo, la machi Millaray Huichalaf, de la comunidad El
Roble-Carimallín, cercana a Río Bueno, salió de la cárcel de Llancahue,
Valdivia, tras cuatro meses de prisión. Junto a ella, los tres últimos
inculpados por encubrimiento del ataque incendiario que afectó a la casa
del cuidador del fundo Pisú-Pisué, en la zona de Mantilhue. El tribunal
local determinó que mientras continúe la investigación, Huichalaf y los
otros mapuches no constituyen peligro para la sociedad y dictaminó
arresto domiciliario, en el caso de la machi, nocturno.
Felipe Montalva- Fuente: WEICHAN PILMAIKEN
El caso puede entenderse como la
reiteración de la estrategia de represión y criminalización que el
Estado ha entablado contra las comunidades mapuches que luchan por la
defensa y recuperación de sus territorios. El encarcelamiento, mientras
dure la investigación, es un mecanismo para debilitar la defensa de las
comunidades, amedrentarlas y desorientarlas. El caso también es singular
dado el relieve público que tenía la machi Huichalaf, así como la joven
lonko de la comunidad, Juana Cuante. Ambas se habían transformado en
los rostros de una resistencia que interpelaba al Estado y a las
empresas privadas.
Desde 2008, El Roble-Carimallín, junto a otras comunidades, nucleadas en el lof en
resistencia del río Pilmaiquén, venía luchando por la recuperación de
un predio, ocupándolo pacíficamente y resistiendo “con sus cuerpos”,
como señala la machi. Se trata de la defensa de un espacio sagrado: el ngen Kintuante, referencial para las comunidades del lof. Según la cosmovisión mapuche, el ngen es el espíritu dueño de un territorio. En el lugar existe un cementerio ancestral, un eltun, y además, confluyen fuerzas espirituales desde los cuatro puntos cardinales: es un meli wixan. “Si se llega a alterar el ngen, traerá consecuencias no sólo para nosotros sino para mucha gente, para todo el Wallmapu, para toda la Tierra. Pero las empresas no lo entienden”, dice la machi Huichalaf.
Este espacio quedará sumergido por las
aguas del río Pilmaiquén, a causa de la construcción de las tres
represas del complejo hidroeléctrico que lleva la firma de la empresa
chilena Pilmaiquén S.A., asociada con Energía Renovable S.A., filial de
Citicorp International. El predio donde radica el ngen Kintuante
era “propiedad” del pastor evangélico Juan Heriberto Ortiz, pese a ser
reclamado hace años por la comunidad de la machi Huichalaf. La disputa
era reconocida inclusive por la Conadi. Ortiz terminó vendiendo la
tierra a la empresa, tras la detención de la autoridad mapuche.
PERSECUCIÓN DEL ESTADO
La noche del 10 de enero pasado, un
grupo de desconocidos llegó la casa del cuidador del fundo Pisú-Pisué,
en la zona de Mantilhue, cercana al lago Puyehue. Tras maniatar a la
familia, quemó la vivienda. Este hecho fue presentado por el gobierno
regional de Los Ríos como un ataque terrorista de un grupo mapuche. Se
debe recordar que, días antes, un atentado incendiario en la zona de
Vilcún (región de La Araucanía) terminó con la vida del matrimonio
terrateniente Luchsinger-Mackay.
Días después, la policía detuvo a los
machis Millaray Huichalaf y Tito Caniulef, así como a Félix Delgado,
Alex Bahamondes, Cristián García Queipul, de la comunidad Newey Yifkén,
de Pichipelluco, en las cercanías de Puerto Montt, y Facundo Jones
Huala, este último procedente del Puelmapu, es decir, de Argentina, de
una comunidad vecina a Villa La Angostura.
“Hoy el Estado persigue a la gente
que lucha por defender lo propio y tiene un planteamiento en
contraposición al capitalismo, como lo hacemos nosotros. Es un
pensamiento y una filosofía distinta a la que impone el sistema”, señala
la machi Millaray Huichalaf, al inicio de esta entrevista. “El que yo
haya asumido el rol de liderazgo en mi comunidad con ese principio, hace
que nuestra política sea distinta a la del Estado. Yo veo, y mi
comunidad ve, que hay una persecución política. Yo soy una presa
política. Al levantarme mi gente como una figura pública, yo sabía que
en el momento de asumirlo tendría que asumir también los costos
políticos”, señala.
La machi agrega que Carabineros la
seguía hace tiempo, tomándole fotos en la calle, así como a su familia.
“Ellos (la policía) necesitaban una excusa. Nosotros no nos hacemos
cargo de lo ocurrido en Pisú-Pisué, allí existen otras comunidades y hay
conflictos igualmente, pero ahí existe otra gente que está a cargo de
esas comunidades; yo no puedo pasar a llevar eso. Es por lógica que no
hubo participación nuestra, pero es por‘lógica mapuche’, pero ellos (la
policía, el Estado) no lo entienden”.
VER LO QUE OTROS NO VEN
Cuando Millaray Huichalaf era niña,
comenzó a sentir manifestaciones que le indicaban que sería machi.
Comenzó a entrar en trance. “Me vieron médicos winkas con
medicina occidental, decían que era epilepsia u otras cosas. Mi padre
siempre se rehusó a lo espiritual, pero de a poco fue entendiendo. Tuvo
que acudir a lonkos, y machis más antiguas para que me acompañaran.
Anterior a eso, cuando era más niña, una machi en una ceremonia dijo que
yo tendría alguna vez ese cargo. Yo sabía que mi bisabuela había sido
machi. Finalmente, en Malleco, una machi me hizo entender que en mi
comunidad, durante mucho tiempo, no hubo el cargo porque yo debía
asumirlo. Como era muy viejita y casi no hablaba castellano, me derivó a
otra machi que ella había formado”, recuerda.
Con estas mujeres, Millaray comenzó su machilugun,
proceso para transformarse en machi. Más allá de las manifestaciones
físicas, habitualmente dolorosas, serlo no es sencillo, relata Millaray.
“Una se debe alperimontun, el espíritu que nos levantó, y debe
dejar todo lo mundano, lo material, los vicios, lo occidental; yo
debiera dejar esta lengua en que le hablo… Es difícil porque es
necesario para interrelacionarnos entre culturas”, señala, sonriendo.
Si una cárcel es un lugar inhóspito y,
muchas veces, antihumano, significa algo peor para una machi. No sólo
por el vínculo que debe mantener con los elementos naturales y
espirituales de su territorio, sino por el rol médico, religioso y
orientador que las machis cumplen al interior de sus comunidades. El
encarcelamiento de Millaray Huichalaf vulneró una vez más el Convenio
169 de la OIT, que el gobierno ratificó en 2008. Si antes lo había hecho
con la Ley de Pesca, en cuyo trámite no consultó a los pueblos
originarios afectados, esta vez volvió a infringir dicha legislación, en
su artículo 10, que indica: “Cuando se impongan sanciones penales
previstas por la legislación general a miembros de dichos pueblos
deberán tener en cuenta sus características económicas, sociales y
culturales”. La situación fue denunciada en abril pasado, durante la
visita a Santiago de James Anaya, relator de la ONU sobre asuntos
indígenas.
“A mi comunidad no le sorprende esto,
porque los machi tenemos la capacidad de orientar y ver lo que el resto
de la gente no ve… En nosotros bajan los espíritus de los antepasados,
guerreros que vienen a orientar la lucha; si nos encarcelan a nosotros,
la gente pierde aquel contacto. Me cuesta decirlo en castellano… pero
eso es lo que ellos (el Estado) quiere encarcelar, porque mantenemos
viva la esencia de la lucha mapuche. Estoy segura que esto no se maneja a
nivel de la policía común, sino por la inteligencia policial. Estoy
libre ahora, pero después volverán a encerrarme”.
La lucha por el “ngen” Kintuante,
¿se conecta con la demanda por autodeterminación que ha surgido desde
algunos sectores mapuche?
“En todas partes donde hay focos de
resistencia se levanta la reivindicación nacional mapuche. Existe un
proyecto político, a nivel de Wallmapu, que es la idea de la liberación
como pueblo. Quizás eso es lo que anhelamos todos los mapuche aunque
tengamos diversas demandas locales”.
Me señalaba que la lucha mapuche es anticapitalista. ¿Puede profundizar en ese punto?
“Es un poco gracioso, pero es
verdad (sonríe). Si se es un mapuche correcto, debe ser anticapitalista.
Los principios nuestros son en base al admapu, de respeto y
convivencia entre nosotros, la tierra, los animales… Si se rompe ese
equilibrio, ahí comienza la enfermedad. El capitalismo es la enfermedad
que tenemos hoy en la Tierra. Ellos llegan a enfermarnos a los machi,
primero, y luego a toda la comunidad. El rakiduam, es decir, el
pensamiento antiguo que nosotros cargamos, es un pensamiento puro, que
no ataca a nadie pero sí se defiende. Ser lo que somos es un peligro,
ser mapuche es un peligro. No queremos que las centrales hidroeléctricas
sean nuestras. Queremos que nadie nos corte el río”.
Fuente: Mapu Expres
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