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domingo, 31 de agosto de 2014

El IVA: Un impuesto socialmente perverso e ineficiente

ivachile


Un impuesto que obligue al 10% más pobre de la población a pagar un 12% de su ingreso, mientras que el 10% más rico debe pagar solamente un 4% de su ingreso sería considerado una aberración gigantesca en todo el mundo, excepto al parecer en Chile, ya que esto es exactamente lo que causa el IVA aplicado indiscriminadamente sobre todos los bienes y servicios.

Esta incidencia del IVA es aún más perversa porque esto ocurre en un país con una distribución de ingresos brutalmente desigual, donde el 10% más rico tiene un ingreso 32 veces mayor que el 10% más pobre.

A pesar de esto, la mayor parte de los economistas chilenos han apoyado entusiastamente por mucho tiempo este impuesto usando dos argumentos falaces: primero, este impuesto no sería realmente regresivo porque su recaudación se dedica a programas sociales que benefician a los segmentos de menores ingresos, y segundo, que sería un impuesto eficiente porque, a diferencia del impuesto a la renta, no afectaría las decisiones de inversión.
Aun cuando los recursos generados por el IVA se dedicarán mayormente a programas sociales, el efecto regresivo de la recaudación del IVA en gran parte reduce la eficacia distributiva de la combinación programas sociales-IVA. El efecto directo de la recaudación del IVA es, como hemos visto, muy regresivo lo que debilita los efectos redistributivos netos de los programas sociales. Además, este argumento ignora que existen otros mecanismos tributarios, como por ejemplo el impuesto a la renta, que permite generar los mismos ingresos fiscales para financiar el gasto social con un efecto directo sobre la distribución de ingresos mucho menos negativo o incluso positivo.

Sustituir parte del IVA por mayores impuestos a las rentas económicas es por lo tanto no solo una medida socialmente 
progresiva, sino que además económicamente eficiente.


El segundo argumento ignora que el IVA sustrae recursos a las familias pobres y de clase media sujetas a enormes restricciones financieras, recursos que en parte destinarían a financiar su inversión, especialmente en capital humano, incluyendo educación y salud. Así, el IVA afecta negativamente la inversión de las familias y por lo tanto es falso de que sea un instrumento eficiente. El IVA no solo es regresivo sino que además ineficiente.

En un contexto internacional, la tasa del 19% aplicada en Chile es similar a la de países como Alemania, Francia u Holanda. La gran diferencia es que en estos países y en casi todos los países de la OCDE este impuesto se aplica en forma diferenciada, a menudo dejando exentos ítems de primera necesidad. Esta es una gran diferencia con Chile donde el antiguo dogmatismo (herencia del “Chicago boys” club) ha hecho que el IVA se aplique ciegamente a todos los bienes y servicios por igual.

Además, el efecto regresivo de este impuesto es menor en países donde la distribución de ingresos es mucho más igualitaria que en Chile (en la mayoría de los países OCDE el ingreso del 10% más rico es de alrededor de 7 u 8 veces el ingreso del 10% más pobre, mucho menor que las 32 veces de Chile). Si toda la población ganara ingresos similares, el efecto IVA no sería regresivo y en general mientras más similares sean los ingresos de los distintos deciles menor es la regresividad de este impuesto. A pesar de que la tasa del IVA de 19% más o menos es comparable al promedio de la OCDE, en Chile el IVA genera casi un 40% de los ingresos tributarios totales comparado solamente con un 16% promedio en los países OCDE. El segundo país después de Chile que más recauda es Nueva Zelanda con solo un 25% de los ingresos tributarios totales.

Esta enorme diferencia de la dependencia de los ingresos tributarios de la recaudación del IVA entre Chile y el resto de la OCDE se debe a dos cosas: primero, el impuesto en Chile se aplica indiscriminadamente a todos los productos mientras que en el resto de los países se excluyen ítems de primera necesidad.

Segundo y lo más importante, es que los impuestos a la renta en los países OCDE  son mucho mayores, lo cual disminuye el peso relativo del IVA como fuente de la recaudación tributaria total.

Así, estamos frente a un impuesto socialmente perverso y además económicamente ineficiente que requiere una reforma urgente. Creemos que la principal razón de su preeminencia ha sido el deseo de los políticos de proteger a la oligarquía, ya que la mantención de este impuesto en la forma actual implica una  menor necesidad de aumentar los impuestos a las increíblemente altas rentas de las cuales los más ricos se apropian.
Es sorprendente que la reforma tributaria propuesta que manifiesta entre sus objetivos principales mejorar la distribución del ingreso, no incluya una reforma al más regresivo de todos los impuestos.

Si la actual reforma tributaria va a tener un impacto real sobre la desigualdad, la mitigación de los tremendos efectos negativos del IVA debiera ser prioritaria, eliminando o reduciendo drásticamente la tasa IVA sobre los alimentos, libros, útiles escolares y otros artículos de primera necesidad.

Sustituir parte del IVA por mayores impuestos a las rentas económicas es por lo tanto no solo una medida socialmente 
progresiva, sino que además económicamente eficiente.


El costo de esta modificación en la reforma puede llegar a no más de 0.6 puntos del PIB. Esto se puede financiar xompletamente con la creación de un nuevo tramo de impuesto a las rentas por encima de $150 millones anuales, las cuales estarían sujetas a una tasa de impuesto marginal de 50% (esta tasa, por lo demás, era la máxima tasa de impuesto a la renta en la época de la dictadura y se mantuvo así en los primeros años de la Concertación). Este mayor impuesto recaería sobre las ganancias de los grandes empresarios que constituyen la mayoría de quienes gana más de $150 millones al año. Estos, a través de sus empresas, se apropian de enormes ganancias muy por encima de las utilidades normales del capital, porque gozan de privilegios asociados a sus controles monopólicos de los mercados (súper mercados, pollos,
farmacias, bancos, Isapres y AFPs, entre muchos otros) o a su control de recursos naturales que pertenecen a todos los chilenos, por los cuales no pagan nada (cobre, pesca, salmones, etc.). Estos privilegios les permiten obtener enormes tasas anuales de retorno del capital del orden de 30% (bancos) y hasta 80% (la gran minería).

De esta manera, el alza del impuesto a las rentas propuesto no hace más que bajar las súper utilidades, pero aún permite retener utilidades después de impuesto por encima de la tasa normal de retorno al capital, que en Chile no debiera sobrepasar un 12% anual. Esto implica que un impuesto como el propuesto que reduce pero no elimina estas súper utilidades, no debe tener efecto sobre los incentivos a invertir; si la tasa de retorno de la gran minería baja al 60% en lugar del 80% actual, obviamente que los incentivos a invertir se mantendrían intactos.

Así, a diferencia del IVA que sí afecta la inversión en capital humano, un aumento del impuesto a la renta en el contexto tributario chileno no afecta la inversión.

Sustituir parte del IVA por mayores impuestos a las rentas económicas es por lo tanto no solo una medida socialmente progresiva, sino que además económicamente eficiente.
Ramón LópezProfesor titular de Economía Universidad de Chile / Full Professor University of Maryland / El Ciudadano

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