Las últimas semanas han estado particularmente rabiosas para las mujeres feministas, y para toda persona que se identifique con este sentimiento. Luego del brutal femicidio a Lucía en Mar del Plata, Argentina, se propagó un sentir de rabia y una sensación de estar agotadas, cansadas, derrotadas. Solo en el mes de octubre en Chile, contamos ya 6 femicidios, uno de ellos realizado en contra de Florencia, una niña de 9 años, a manos de su padrastro.
Pareciera que nos acercamos a zancadas a los 58 femicidios por año el 2015 y el 2014. El repudio y la rabia frente a estos hechos ha sido transversal, y hemos visto muchas personas compartiendo este rugido anti-machista. No es difícil entender por qué es malo el patriarcado. Como mujeres podemos hacer el ejercicio de mirar el pasado, y reconocer violencias que nosotras mismas naturalizamos cuando éramos niñas o adolescentes. Compartir también esas experiencias con otras mujeres nos hace darnos cuenta que todas hemos vivido experiencias escalofriantemente similares, y que siempre callamos, siempre naturalizamos, siempre justificamos.
Ahora todo ese sentimiento de incomodidad que tenemos frente a los chistes, comentarios, personas machistas; frente al acoso callejero, sexual, laboral; frente a las violaciones, los asesinatos, todos los asesinatos y todas sus justificaciones, se transformó en genuina rabia, de ya no querer aguantar más, de salir a la calle y gritar: ni una mujer menos, ni una muerta más.
En este camino nos encontramos con mujeres y hombres que tienen esta resistencia a pensar otra realidad posible, quienes por ignorancia, flojera o exceso de privilegios, se niegan a aceptar la violencia estructural y específica que vivimos las mujeres, y que permanece desde que nacemos hasta que morimos o nos matan. Y hacen chistes, memes, banalizan el tema en la televisión y realizan campañas paralelas bajo la falsa bandera de la “inclusión”. Y en nombre de la inclusión vuelven a invisibilizar y negar la violencia, como el juez que desestima un caso de violación, como el carabinero que se ríe de las lesbianas que denuncian una agresión, como el idiota trollero de redes sociales que se dedica a odiar mujeres feministas.
El feminismo nos entrega la herramienta para colectivizar los saberes en un mundo donde prima el individualismo y el enfrentamiento entre mujeres. Y así poder pensar y actuar de forma distinta ante la violencia machista: informarse, denunciar, visibilizar, reflexionar.
En estos días, donde la violencia se presenta de las maneras más brutales, es que son importantes y necesarios los espacios donde las mujeres podamos encontrarnos y compartir nuestras experiencias. Mujeres, solamente mujeres.
Porque la sororidad es algo que se entiende cuando nos encontramos con otras mujeres, a solas, cuando creamos círculos libres de violencia machista, cuando nadie ridiculiza nuestras opiniones, cuando nadie intenta ponerse sobre nuestras decisiones. La sororidad viene a ser la respuesta a tanta misoginia, y es tan revolucionaria que cambia relaciones estancadas, enemistadas, tensas. Abrazar la sororidad como práctica ética política tiene efectos liberadores, nos sana y nos fortalece. En colectivo, y con nosotras mismas.
Las huelgas siempre han sido parte de la historia del movimiento de mujeres. El poder que han tenido y su efectividad es algo que en este contexto cabe relevar. En 1909, en Nueva York, Clara Lemich alzaba la voz llamando a una huelga general, liderando un movimiento obrero-textil en el que las mujeres eran el 70%. Conocido como el levantamiento de las 20.000 fue luego de once semanas de huelga que lograron un acuerdo que reducía la jornada laboral, contemplaba vacaciones pagadas, negociaciones salariales y equiparación de sueldos, entre otras cosas.
Hace más de 100 años en la ciudad de Lawrence, Estados Unidos, las obreras de una fabrica textil decidieron parar ante la negativa de reducir la jornada laboral. En 1912, cuatro años después del incendio en la fábrica Sirtwoot Cotton en donde murieron calcinadas más de 120 mujeres, se realizó la huelga de “Pan y Rosas”. Las mujeres se organizaron en reuniones solo de mujeres, constituyeron guardias llamadas “piquete infinito”, que protegía de la represión a las mujeres que permanecían dentro de la fábrica. Organizaron comedores comunitarios para que las compañeras se mantuvieran protestando activamente. Finalmente y luego de más de dos meses lograron que se redujera la jornada laboral, el aumento en los salarios y el reconocimiento de los sindicatos.
En Islandia, el año 1975 se realizó la huelga llamada “El día de las mujeres libres”, organizada por el colectivo feminista radical “Red Stockings”, convocó a más de 25 mil mujeres en las calles y paralizó al 90% de las mujeres de ese país. Cerraron bancos, fábricas, escuelas, guarderías, obligando a los hombres a llevarse sus hijas e hijos al trabajo. Luego de esta huelga eligieron a la primera presidenta mujer del mundo, Vigdis Finnbogadottir. Pero no solo eso, mejoraron las condiciones sociales y la participación de las mujeres en la política institucional. Legislaron sobre las trabajadoras sexuales, la publicidad sexista, y se prohibieron los clubs de stripteasepara disminuir la trata de blancas. Tienen una ley de maltrato que obliga al agresor abandonar el domicilio que comparte con la víctima. Y crearon una ley de guarderías públicas para las trabajadoras.
Y este mismo año, hace un par de semanas en Polonia, una huelga de mujeres vestidas de negro se tomaron las calles de Varsovia en protesta por una iniciativa legislativa que prohibiría todas las formas de aborto. Este país también cuenta con una ley muy parecida a la de Chile en lo restrictiva, y se quería reducir aun más. Finalmente luego de más de una semana de movilización las mujeres lograron hacer retroceder la ley y abrir el debate sobre la despenalización absoluta del aborto.
Hoy en el día de la huelga de mujeres convocada en distintas partes del mundo en contra de la violencia machista. Hay convocatorias en Argentina, México, Bolivia, Uruguay, Guatemala, Paraguay, España y Francia, y en Chile hay más de 50 ciudades distintas en donde las mujeres se van a reunir, autoconvocadas. Frente a estos días llenos de rabia, hay que saber canalizar nuestras energías en organización y encuentro entre mujeres. Inventar e intentar nuevas relaciones entre nosotras tiene una potencia revolucionaria que para vencer vale la pena y las alegrías explorar. Y encontrar colectivamente las estrategias que nos harán poder decir cada vez con más fuerza Ni Una Menos. Sororidad, ante el horror y la indiferencia.
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Andrea Guerrero
Feminista, Periodista
Programa Famosa Feminista Local
Radio JGM
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