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jueves, 8 de diciembre de 2016

CENTROAMÉRICA / PANAMÁ Floyd Britton, el poder de una idea


“Hoy, nuestra juventud debe tener como máxima aspiración, ser como él”.

Floyd Britton vive. Vive porque no fue solamente un hombre, con una existencia física determinada, sino porque Floyd es una idea viva, una idea que se forjo en las luchas históricas del pueblo panameño y latinoamericano, una idea que vive encarnada en los anhelos y esperanzas de una nación que se rehúsa a morir porque persiste en vivir, una idea que los patriotas de esta tierra estamos llamados a llevar hasta la victoria final.
Hablar de Floyd no es un divagar en el pasado, sino en el futuro, porque es en el campo de la memoria donde se disputa el sentido del presente y las posibilidades del mañana. Solo identificamos los males a combatir hoy, al reconocer sus orígenes en el ayer, un ayer que nos muestra la cruda realidad de nuestras carencias actuales, pero que también nos devela el pleno potencial por realizar en la superación de esas carencias. Es en la memoria que se define el horizonte de luchas de toda generación, y es a nuestra generación la que le compete asumir las ideas de Floyd como programa de lucha y dignidad.
La batalla por la memoria es la batalla por la conciencia, la conciencia de que nos encontramos en una guerra a muerte por la sobrevivencia de nuestros pueblos, una guerra de mil batallas por la liberación de Panamá y de Nuestra América contra nuestros enemigos históricos: la oligarquía, el imperialismo y el capitalismo.
Si la memoria es un campo de batalla en abierta disputa, nosotros debemos empuñar las armas a nuestra disposición si hemos de ganar esa batalla, y la principal de esas armas es la verdad, una verdad absoluta, honesta e innegable, una verdad que no puede ser otra que aquella que nace de las luchas del pueblo por su derecho a la existencia, por su derecho a la vida misma, que es la condición de posibilidad de todo otro derecho.
Floyd, al condensar en su ejemplo de vida el camino hacia la superación de las terribles contradicciones que envuelven a Panamá, se constituyó en la manifestación más elevada de la voluntad histórica del pueblo panameño, al igual que en todos los temores de la oligarquía y el imperialismo, logrando trascender sus circunstancias para materializarse en una idea viva que pugna permanentemente por realizarse dentro de esa terrible guerra a muerte en la que aún nos encontramos.
Un hombre hecho idea no puede ser una figura difusa, un referente vaciado de todo contenido, manipulable y apropiable por cualquiera; sino que al contrario, al ser expresión viva de una causa con raíces profundas en el sufrimiento real de un pueblo, esa idea debe asumir formas específicas y concretas, consecuentes con su propia realización, que no es otra que la lucha del pueblo panameño y latinoamericano por la liberación nacional y social.
Floyd ejemplifica esa claridad, alentándonos a asumir siempre una posición firme, como determinación surgida al calor de la realidad de un pueblo inmerso en la disputa permanente por el control sobre los medios para vida; disputa en la que no hay lugar para las indefinición. Estamos obligados a asumir una postura, sea como patriotas comprometidos con la causa del pueblo y de su libertad, o como traidores, aquellos revisionistas, oportunistas y colaboracionistas dispuestos a vender a su gente a cambio de un puesto o una peseta. Nosotros estamos llamados a asumir las posturas de Floyd, que son las posturas de un pueblo que clama por su libertad para vivir con dignidad, o morir intentándolo.
Las alternativas son claras: o la dignidad de la lucha a riesgo de perder la propia vida, o la indignidad y el acomodo de los traidores. Y aquellos que no tengan deseo de tomar bando, que prefieran pulular en el gris de la indiferencia, Floyd les deja claro su lugar, al dictaminar que el deber de todo hombre honesto es no estorbar al revolucionario.
Floyd trazo una línea roja de esperanzas proyectadas hacia el futuro, una línea roja que separa a los patriotas de los entreguistas, al pueblo de la oligarquía, a quienes creen en el mañana de quienes buscan sepultarlo, a quienes mueren por la vida de quienes viven por la muerte.
Floyd traza esa línea a partir de una urgencia, una urgencia que debe movernos a actuar cuanto antes, abocando todas nuestras fuerzas a la tarea que tenemos ante nosotros una vez asumidas nuestras posiciones. Esa urgencia responde al estado de nuestros pueblos convulsos, hoy al igual que ayer, que viven bajo el signo del terror, el hambre y la miseria, la ignorancia y la proscripción social. Por eso, para Floyd, un cambio es urgente, porque es una necesidad de vida o muerte. No está en juego una simple elección entre alternativas de igual valía, sino entre un mundo en el que unos pocos puedan vivir suntuosamente a costa del sufrimiento de los demás, o la posibilidad de que todos puedan vivir con dignidad; una pugna a muerte entre lo viejo y lo nuevo, entre las clases oligárquicas que aspiran a perpetuar el actual estado de cosas y las fuerzas populares que pugnan por un cambio revolucionario.
Esa urgencia no admite cualquier cambio, sino solamente un cambio radical y revolucionario, y revolución para Floyd es transformación de las estructuras económicas, políticas y sociales de una sociedad dada, de la naturaleza misma del poder estatal.
No hay camino para la revolución que no pase por la toma del poder, ya que no puede haber revolución sin que los revolucionarios controlen el poder estatal, lo que exige la destrucción del Estado neocolonial bajo el dominio de una oligarquía servil al imperialismo, y la construcción de un nuevo Estado popular, un Estado asentado sobre el poder del pueblo al servicio de las grandes mayorías.
La revolución exige una inquebrantable vocación de poder.
Para Floyd el único camino es el poder. No hay lugar para desviaciones teóricas o pretextos acomodaticios, solamente cabe un compromiso revolucionario con la toma del poder estatal. Poder que es esencial para lograr no solo la liberación de nuestra tierra, sino de todas las tierras hermanas a las que estamos vinculados por común destino, y por ende, lucha solidaria. Floyd le asigna un papel decisivo a Panamá en la guerra a nivel continental, en función de nuestra ubicación estratégica en el centro de la América que aspira a liberarse.
Por ello, el mejor aporte que podían dar los panameños a la causa latinoamericana, era arrebatar nuestro territorio a los designios imperialistas, evitando fuera utilizado como plataforma para incursiones contrainsurgentes, para ponerlo al servicio de la lucha de los pueblos latinoamericanos por su liberación. Floyd, fiel intérprete de la misión histórica a la que esta llamada nuestra Patria, nos llama a asumir un compromiso de solidaridad combativa, cumpliendo con nuestra tarea natural dentro de una estrategia continental revolucionaria para enfrentar y vencer al imperialismo en todos los frentes.
Floyd representa en su ideario antimperialista, antioligárquico y anticapitalista, la única posición dialéctica superadora de la contradicción central de los pueblos de Nuestra América, fruto del acumulado histórico alcanzado por el pueblo panameño a través de siglos de lucha, pasando por Urraca y París, Bayano y Felipillo, Prestan y Victoriano, para afirmarse en la lucha sin cuartel por la soberanía autentica, aquella que pone el poder de la nación en manos del pueblo, y a la nación al servicio de la nación de naciones bolivariana.
Pero esa lucha por el poder será siempre violenta, porque violenta será siempre toda contienda donde este en juego la vida. Quienes hoy concentran el poder nunca renunciaran a él pacíficamente. Por eso la vía pacífica siempre desembocara en la vía violenta, y ante la violencia reaccionaria deberemos responder con la violencia revolucionaria, forzando las contradicciones que obligaran a cada uno a asumir su lugar en el lado correspondiente de la línea roja trazada con la sangre de los héroes y mártires de la Patria.
Ante la imposibilidad de la conciliación y la inevitabilidad del conflicto, deberemos ocupar con convicción nuestro lugar en el campo de batalla, sin que esa firmeza en los principios se confunda con tozudez dogmática o voluntarismo ciego, sino como aplicación de una praxis revolucionaria que interpreta y afronta con coraje e inteligencia las condiciones existentes, más nunca cediendo posiciones bajo ningún pretexto ni condición. Negociar principios es capitulación y entreguismo, es reacción pura.
Oligarquía, imperialismo y militarismo, la trilogía del poder reaccionario, junto con los grupos revisionista y oportunistas, que asumen posiciones acomodaticias con el enemigo con tal de obtener algún beneficio personal, representan los enemigos históricos en el campo de batalla, y contra cuyos designios entreguistas, en palabras de Floyd, los patriotas no permitiremos jamás la entrega de nuestra Patria, y antes por el contrario estamos decididos en todo momento a construir esa Patria con el martirologio propio, seguros que en el momento de expirar, nos alentara la convicción de que podremos perder una batalla, pero la guerra jamás.
Nos enfrentaremos al enemigo en múltiples batallas en innumerables campos, algunas veces venceremos, otras perderemos, por lo que debemos tener conciencia que aun la victoria en la batalla electoral no implica el final de la guerra, puesto que la batalla decisiva por el poder absoluto, tendrá siempre a la violencia como decisor final.
Floyd estaba preparado para morir, y cayo como soldado de las ideas, comprobando en carne propia que para el enemigo la fuerza de la violencia será siempre su arma predilecta.
Un 12 de octubre, ignominiosa fecha que en 1492 marca el inicio de la larga noche de 500 años para Abya Yala, y que en 1968 marca con la captura de Floyd Britton el crepúsculo de las ilusiones de un pueblo que se agiganto a proporciones épicas en el enfrentamiento al ejército imperialista más potente sobre la tierra, pueblo al que intentaron sepultar definitivamente con el asesinato de Floyd en la isla penal de Coiba el 29 de noviembre de 1969. Pero el 29 de Noviembre marca a su vez el inicio de una nueva etapa de resistencia digna, dirigida por un puñado de hombres y mujeres valerosos que se convirtieron en depositarios de una idea que aunque dada por muerta, volvería a nacer a fuerza de la insistencia de quienes se niegan a dejar de luchar por la vida.
Mataron a Floyd para matar a un pueblo, pueblo que un 9 de enero, con la izquierda revolucionaria en primera fila, irrumpió con violencia histórica en el amplio movimiento de los pueblos del mundo contra el imperialismo. Usaron la única arma a su disposición, la violencia reaccionaria, para aniquilar a la generación del 64, para aplastar una verdad soberana que no podía ser negada excepto borrándola de la existencia, para evitar así el desarrollo de la inevitable e imparable violencia revolucionaria. Iniciaron su operación fúnebre contra el pueblo exterminando a sus liderazgos, para posteriormente doblegarlo y someterlo con la represión, coaccionarlo y chantajearlo con las prebendas, engañarlo y manipularlo con las tergiversaciones ideológicas, e hipotecarlo y venderlo a las instituciones financieras internacionales, para finalmente rematarlo con la traición, imponiéndoles unos tratados que esa generación del 64 jamás hubiera aceptado.
Quisieron matar a un pueblo matando a Floyd, pero Floyd vive, porque la lucha continua en el ideario por realizar, que yace dormitando en la profundidad de la memoria colectiva, y que nuestra generación tiene la tarea histórica de revivir organizando la batalla de ideas, disputando sus mentiras con nuestras verdades en todas las trincheras posibles, desde los barrios y comunidades, las escuelas y empresas, universidades y gremios, y hasta las redes digitales y medios de comunicación.
Solo desarrollando la plena conciencia de su verdad, el pueblo reconocerá su destino, y solo la certeza de su destino le infunde el valor para luchar. Los grandes líderes no han sido nunca dueños de esa verdad, sino solo sus intérpretes, siendo quienes poseen la sensibilidad popular para intuir tendencias que trascienden coyunturas, y el valor revolucionario para predicar esa verdad aun a costa de su propia vida con tal de despertar al pueblo de su largo sueño inducido. Por ello, nuestros grandes líderes no eran meramente hombres o mujeres, eran pueblos portadores de una idea que vive en las grandes luchas libertadores. Floyd es ahora hombre hecho pueblo, idea hecha lucha.
Como ayer dijo Floyd sobre Polidoro, nosotros decimos hoy sobre Floyd, nuestra juventud debe tener como máxima aspiración, ser como él. Y ser como Floyd es asumir con determinación nuestra posición al lado del pueblo como patriotas y revolucionarios, porque aquella línea trazada con la sangre de nuestros mártires y héroes, nosotros hemos de trazarla hacia el futuro, hacia el cumplimiento del destino histórico presagiado ya por Bolívar y renovado por Floyd, de convertir al Istmo en el campo de batalla decisivo en la guerra a muerte contra nuestros enemigos imperiales-oligárquicos, por lo que no está lejano el día en que haremos del Canal la tumba del imperialismo norteamericano.
Floyd marco la línea que despunta hacia el alba, dentro de una batalla de la cual no hay camino de regreso, solo quedando marchar hacia adelante hasta el triunfo final, bajo la consigna definitiva de enero del 64: SOBERANÍA O MUERTE.
Por Richard Morales
Palabras de Richar Morales, en representación del FAD, en el acto de homenaje a Floyd Briiton en el aniversario 47 de su asesinato
Por frenadeso
FUENTE: KAOSENLARED

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