Y aquí vamos nuevamente, "el viejo topo de la historia, la lucha de clases..." ataca nuevamente, pobres europeos no saben lo que les espera:
El conflicto de clase que no queremos ver
Patricio Tonelli
Algunos años atrás, recibiendo un título “honoris
causa” en una universidad peruana, contaba Umberto Romagnoli, insigne
profesor italiano de derecho del Trabajo, que sus viajes a América
Latina eran “viajes al futuro”, ya que conociendo el estado de las
democracias latinoamericanas podía experimentar el futuro de Europa en
unos pocos años.
A fines de 2011, estas palabras cobran un
sentido aún más evidente. Es siempre más claro, de hecho, que Chile
representa para Europa el modelo de futuro. En vez de ser nosotros los
que desde el “subdesarrollo” miramos a los países “desarrollados”, son
estos últimos que han emprendido una rápida marcha hacia nuestros
estándares políticos, institucionales, sociales, y económicos.
¿En qué consiste este futuro que Chile está mostrando a Europa? Se
trata de la puesta en escena y del despliegue de algo que no queremos
ver ni tampoco nombrar. Sin embargo, después de años de ficción, de
discursos sobre “el fin de la historia” y “las virtudes del mercado”, se
está aclarando lo que debemos volver a discutir y que representa la
esencia de nuestras desiguales sociedades capitalistas, el conflicto de
clase. Es siempre más evidente que estamos en presencia de un ataque frontal al trabajo subordinado, a su representación colectiva y a su capacidad de redistribuir la riqueza. Mientras
en Chile, dicho ataque fue fulminante y violento a partir de 1973, y
pudo instalarse científicamente y desarrollase hasta el día de hoy, en
Europa el camino ha sido más lento y sólo ahora empezamos a vislumbrar
claros elementos de semejanza y convergencia.
En este marco, lo que está pasando en Italia es profundamente
significativo. Para demostrarlo mostraremos solo algunos acontecimientos
de los últimos días.
Estos acontecimientos, sin embargo, se enmarcan al interior de un conflicto social y político más amplio. El espectro de la crisis económica y del default financiero, de hecho, empujan hacia reformas estructurales del Estado de Bienestar italiano que apuntan a rediseñar el sistema de derechos sociales históricamente logrado a lo largo del siglo XX y con eso redimensionar el rol de los trabajadores y de sus organizaciones en la redistribución de la riqueza social.
21 noviembre: Fiat, la más importante industria
italiana, anuncia públicamente su decisión unilateral de salir de
Confindustria, la asociación que reúne a los empresarios italianos, y de
anular, para sus plantas, la aplicación del Contrato Colectivo Nacional
de Trabajo del sector metalmecánico al cual estaba sometida. En Fiat, a
partir del 1 enero de 2012, no se aplicará nunca más el tradicional
instrumento sectorial de regulación de las relaciones laborales,
negociado a nivel nacional por sindicatos y empresarios, más bien se
aplicará un contrato colectivo de empresa, valido sólo para Fiat.
El hecho representa un quiebre histórico para las relaciones
laborales italianas, que a partir del término de la Segunda Guerra
Mundial (1945) habían logrado civilizar el unilateralismo empresarial
propio de las épocas precedentes, e instalar un mecanismo solidario que
reconocía la importancia y centralidad del trabajo para la sociedad y la
economía del país. Solidario era para los trabajadores, ya que el
contrato nacional a nivel de rama o sector garantiza condiciones
mínimas, salariales y normativas, para todos los trabajadores que aquí
laboran. Solidario era para los mismos empresarios, ya que fijando un
piso mínimo común para todos, impedía que la competencia
interempresarial se descargara sin límites a costa de los trabajadores,
comprimiendo salarios y condiciones laborales, permitiendo que esa misma
competencia se desarrollara hacia temas de inversión e innovación.
Gracias a eso Italia logró imponerse como uno de los 7 países más
industrializados del mundo y mejorar la distribución de las riquezas en
la sociedad, abriendo las puertas para ese gran proceso de crecimiento y
transformación económica, cultural, social conocido con el nombre de
“milagro económico”.
La decisión de Fiat, ahora, da el paso para que nuevamente se imponga
la jungla de las relaciones de fuerza y del unilateralismo con efectos
dramáticos para los trabajadores y en perspectiva para la sociedad
entera. La presión de Fiat para implementar sus planes ha sido muy
fuerte, y 3 semanas después va en escena el capítulo final de la
historia:
13 diciembre: Algunos sindicatos del sector aceptan
poner su firma en el nuevo contrato colectivo de empresa válido sólo
para Fiat. Gracias a esas firmas, a partir del 1 enero 2012 Fiat
extenderá a todas sus plantas y a todos sus trabajadores (86.200
personas) el contrato colectivo impuesto el año pasado en las plantas de
Pomigliano y Mirafiori.
Ya hace un año habíamos comentado sus
efectos fuertemente nocivos para las condiciones de trabajo, al imponer
una fuerte flexibilización e intensificación en el uso de la mano de
obra (horarios, ritmos, horas extras). Aquí queremos volver a
destacar los catastróficos efectos para el sistema de relaciones
industriales provocadas por ese “acuerdo”: el “modelo Pomigliano y
Mirafiori” establece que sólo los sindicatos que firmen dicha imposición
tendrán derecho a existir y tener representación en la empresa Fiat.
Eso significa que la FIOM (Federación de Empleados y Obreros
Metalúrgicos), el sindicato más grande y representativo en el sector y
en Fiat, será excluido de la representación en la empresa: al no haber
aceptado y firmado, no podrá tener representantes ni diario mural, no
podrá cobrar las cuotas sindicales ni gozar del resto de prerrogativas
previstas por el Estatuto de los Trabajadores (Ley n. 300, año 1970).
Quién no esté de acuerdo con el patrón no tiene derecho a existir: es
evidente el violento ataque a la libertad sindical, pues los
trabajadores no podrán elegir el sindicato que creen más oportuno,
debiendo escoger, al contrario, entre los preferidos por la empresa. El
peligro de un “efecto de difusión” de esta dinámica, además, es claro y
previsible: “si lo hizo Fiat ¿por qué no puedo hacerlo yo?”, se está
preguntando el resto de los empresarios italianos…
Estos acontecimientos, sin embargo, se enmarcan al interior de un
conflicto social y político más amplio. El espectro de la crisis
económica y del default financiero, de hecho, empujan hacia reformas
estructurales del Estado de Bienestar italiano que apuntan a rediseñar
el sistema de derechos sociales históricamente logrado a lo largo del
siglo XX y con eso redimensionar el rol de los trabajadores y de sus
organizaciones en la redistribución de la riqueza social.
4 diciembre: siguiendo al pie de la letra las recomendaciones del Banco Central Europeo contenidas en una carta secreta enviada en el mes de agosto,
el nuevo gobierno “técnico” de Mario Monti presenta al país un plan de
ajuste presupuestario destinado a, utilizando sus propias palabras,
“salvar Italia”. La ley, que pretende recuperar 30 mil millones de
euros, tiene como punto fundamental, la profunda reforma del sistema de
pensiones.
Concretamente, desde ahora en adelante las italianas e italianos
deberán trabajar más tiempo para poder gozar del merecido descanso.
Aumenta de hecho la edad necesaria para poder jubilar, ya que los
hombres necesitarán cumplir 66 años y las mujeres 62 para acceder a la
pensión, y aumenta el tiempo de cotización necesario para jubilarse con
las llamadas “pensiones de antigüedad”: aún no cumpliendo con el nuevo
umbral etario, de todas formas, para jubilarse los hombres deberán haber
cotizado a lo menos 42 años y las mujeres a lo menos 41 años.
Es el trabajo sin fin, la realización del mito de Sísifo,
el hombre condenado a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una
montaña, que derriba las conquistas logradas por los trabajadores
durante el siglo XX las cuales apuntaban a limitar la colonización absoluta de la vida del trabajador.
Los empresarios italianos juzgan positivamente el plan de ajuste pues no habría ninguna alternativa frente a una situación que plantea la sobrevivencia del euro y de la economía europea.
Al otro lado de la vereda, los sindicatos italianos están desarrollando acciones comunes para manifestar su oposición
a un plan que definen “sin equidad” y que intenta buscar beneficios “a
costa de los pobres del país”. A pesar de los graves problemas
económicos que Italia está atravesando, develan el uso ideológico de la
crisis financiera por el gobierno Monti y sus ministros, al imponer
recortes y sacrificios sólo para los trabajadores. De forma alternativa
proponen una reforma tributaria que impacte en las grandes riquezas
acumuladas en el país, y medidas que solucionen el problema de la
evasión de impuestos que en Italia bordea los 200 mil millones de euros.
En el fondo, los sindicatos italianos sostienen que para enfrentar la
crisis hay que intervenir en la desigual redistribución de las riquezas
y en la injusticia social que en los últimos años se han acumulado en
el país. Ha sido un proceso largo, pero constante, que las estadísticas
documentan de forma precisa. El último informe del OCDE por ejemplo, el mismo que describe a Chile como el país con mayor desigualdad,
informa que en Italia, en los últimos veinte años, la distancia entre
los ingresos ha aumentado de forma consistente y que ahora el sueldo
promedio del 10% más rico supera en más de 10 veces el ingreso del 10%
más pobre. Además, la cuota de renta nacional total capturada por el 1% más rico en los últimos 20 años ha pasado de un 7% a un 10%.
Las cifras todavía no muestran una situación tan grave como la que vive
Chile, sin embargo, revelan una preocupante dinámica que ha marcado
profundamente los procesos sociales y políticos de los últimos 30 años
en Italia y Europa, y que Rossana Rossanda, intelectual de prestigio y
figura fundamental para la izquierda italiana y europea del siglo XX,
resume de forma clara:
Escribe Rossanda que la
explicitación del conflicto social a fines de los años 60 había hecho
de Europa, a fines de los años 70, la región del mundo menos
desequilibrada entre ricos y pobres, al repartirse el PIB por casi tres
cuartos al trabajo y por un cuarto a ganancias y rentas. En el año 2000
la cuota de los salarios había descendido de diez puntos porcentuales,
al 65%, y desde esa época nunca volvió a subir. El crecimiento de los
ingresos se concentró progresivamente en las manos del 10% más rico y,
entre los ricos, en el 1% de los más ricos.
Chile representa una realidad en la cual estos procesos se han
desplegado completamente. Con sindicatos y negociación colectiva
encerrados en la empresa y por eso ineficaces, con una inexistente redistribución de las riquezas, con 4.500 familias que lo tienen secuestrado
muestra entonces claramente el futuro para Europa al seguir el camino
emprendido. Al mismo tiempo, sin embargo, muestra cuál es el problema
común que, fuera de retóricas postmodernas y falsamente pacificadas, se
llama conflicto de clase. En los últimos 30-40 años una sola de las dos
clases supo jugar activamente y de forma eficaz, mientras que la otra,
los trabajadores y sus representaciones, se movieron con dificultad, sin
un proyecto claro ni acciones capaces de contrarrestar los procesos en
acto. Para poner en discusión las profundas desigualdades sociales es
necesario entonces volver a utilizar las palabras correctas, llamando
las cosas con su nombre, y actuar de consecuencia poniendo en marcha una
estrategia y acción sindical a la altura de los tiempos.
Tomado de: El Mostrador
Radio Popular Enrique Torres
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