El
dilema del PC
Por Juan Pablo
Cárdenas, director de Radio Universidad de Chile
Aunque Camila
Vallejo obtuvo la primera mayoría entre todos los candidatos a la
presidencia de la FECH, los votos de su lista fueron menos que los de
la nómina ganadora que encabezó Gabriel Boric. De esta forma, la
brillante líder de la Federación de Estudiantes de la Universidad
de Chile asumirá ahora solo la vicepresidenta de este
referente estudiantil, luego de un proceso electoral marcado por la
gran concurrencia de votantes, la radicalización y la casi
imperceptible votación de derecha o centro. Casi todos los análisis
de los resultados de esta contienda coinciden en que los votos que le
faltaron a la lista de Camila expresan un desdén a la militancia
comunista de esta destacada dirigenta estudiantil. Es decir,
representarían el repudio de los jóvenes a la actitud actual
de este histórico partido de Izquierda que, después de ser excluido
de los pactos políticos que han administrado el gobierno y el
parlamento chileno del postpinochetismo, finalmente logró un pacto
con la Concertación, cuando se iniciaba la declinación de este
referente de partidos mal avenidos que fue derrotado en la
última elección presidencial. Y que ahora parece obligada a
concordar cualquier fórmula que la libere de un nuevo descalabro
electoral, cuando las encuestas le otorgan tan sólo un 14 por
ciento de apoyo popular.
Difícil resulta
explicarse por qué el Partido Comunista se empeña en alcanzar un
nuevo pacto electoral con la Concertación, cuando en estos
partidos se suceden las desafiliaciones y escisiones luego de 20 años
de gobierno en que el sistema institucional cambió poco o nada de
cómo lo dejara instituido por Pinochet en la espuria Constitución
todavía vigente; cuando los niveles de desigualdad todavía resultan
más oprobiosos que al término del Régimen Militar y luego de
que los gobiernos de este sector fueran corrompiéndose en la
inconsecuencia ideológica y en las prácticas reñidas con la
probidad administrativa, que tanto han afectado el prestigio de toda
la política.
A pesar de la pésima
imagen pública de Piñera, el gobierno de derecha y sus
organizaciones partidistas, la situación de la Democracia Cristiana,
el Partido Socialista, el PPD y del radicalismo todavía es más
precaria. Difícil resulta entender, entonces, que justamente con
éstos los comunistas busquen establecer alianza, renunciando
a buscar alternativa con las numerosas expresiones del vanguardismo
que, pese a su atomización, parecieran tener ahora la oportunidad
de construir opción política al duopolio del oficialismo actual y
de ayer. Cuando centenares de miles de chilenos han irrumpido en las
calles para demandar un cambio político radical en un
país que sienten anquilosado en sus instituciones y completamente
fracasado en el deber que tienen los estados de perseguir
igualdad, justicia social y libertad. Cuando alcanzan hasta un 80 por
ciento de apoyo popular las demandas por una educación pública
de calidad y gratuita, por la renacionalización del cobre, una
Asamblea Constituyente, como por un sistema de salud y de previsión
que les garantice a toda la población acceso a buenos hospitales
y una jubilación digna. O cuando a lo largo de todo el país se
repudia la criminal iniciativa de Hidroaysén, la ominosa
represión a los mapuches y la colusión de las grandes
empresas. Escándalos sucesivos que se demuestran sólo
posibles por la connivencia funesta de los políticos y
gerentes inescrupulosos, cuanto la existencia de un régimen
económico que se nutre del trabajo mal remunerado, de la usura
del crédito, la indefensión de los consumidores y de leyes
laborales contrarias al sindicalismo y la negociación colectiva. En
el marco, además, de un sistema tributario que se funda en esquilmar
los recursos de los más pobres y otorgarle todo tipo de privilegios
al capital foráneo.
Una realidad
nacional de la cual, sin duda, abomina el Partido Comunista y que es
denunciada a diario por sus dirigentes sindicales y estudiantiles.
Cuyo discurso rupturista de repudio al conjunto del sistema
institucional y la clase política fuera expresado
persistentemente en las marchas, protestas y debates públicos que
han dado origen a lo que ya se identifica como la Primavera de Chile.
Donde, por cierto, las personalidades de Camila Vallejo y otros
jóvenes comunistas han jugado un papel relevante.
¿Valdrá la pena
asegurar unas pocas alcaldías y concejales poniéndose de espaldas
a esta explosión social de descontento y posibilidad de un
profundo cambio? ¿Valdrá la pena conservar unos pocos asientos en
la Cámara de Diputados después de que quedara tantas veces
demostrado que, en lo fundamental, oficialismo y
Concertación tienen coincidencias fundamentales? ¿Valdrá la pena
echar por la borda una trayectoria política consistente de servicio
al pueblo para enredarse en las prácticas cupulares del cuoteo
electoral?
¿No le resultará
mejor a los dirigentes del P.C. hacerse eco de la sensibilidad y de
las expresiones de sus jóvenes líderes que, como la inmensa
muchedumbre que sale a las calles prefiere romper con el orden actual
que mantenerse en la ilusión de que los cambios pueden producirse
desde dentro del sistema? Como lo prometieron, en su hora, quienes
que llegaron a La Moneda y el Parlamento para administrar
la herencia institucional del Dictador. A quien, ciertamente, le
garantizaron morir en la impunidad.