Es evidente que no será por puras ganas de fastidiarle la paciencia al chavismo que alguien, no digamos de izquierda revolucionaria, sino incluso del pueblo trabajador en general, pudiera preguntarse, si se supone que desde hace años en el país se han extendido por doquier organismos de poder popular, ¿cómo es que hoy estamos sometidos a una situación que castiga brutalmente y sin piedad nuestras condiciones de vida, sin que tengamos “poder” para revertirla, o por lo menos detenerla?
Una situación agobiante
Descenso estrepitoso y veloz del poder de compra del salario (de su valor, pues). Angustia y via crucis diarios para conseguir productos básicos. Cantidades de hogares en los que se comienza a no comer tres veces al día, sino “dos buenas comidas”. Drama y desespero para conseguir medicamentos que curen o frenen el desarrollo de una enfermedad cualquiera. Miles de familias que, por si no bastara la vorágine inflacionaria, ya no tendrán salario, porque miles de despidos las dejan en la calle.
Definitivamente no es ocioso preguntarnos, ¿dónde se supone que está escondido u ocupado en otra cosa el “poder popular” del que tanto habló Chávez y ahora Maduro?
Es una cuestión de primer orden, porque cuando la cosa no se trata de discursos y frases, sino de cómo poder combatir de verdad las miserias y golpes reales a que nos somete el capitalismo y sus crisis, es necesario –como decíamos en un artículo pasado– hablar de poder popular en serio.
¿Qué es tener “poder”? ¿Para qué se supone que serviría?
No hay que dar tantas vueltas al asunto, cuando hablamos de poder social o político en una sociedad dividida en clases, tener poder es tener la capacidad de ejercer la voluntad e intereses propios, aún si chocan con los de las demás clases sociales. Por ejemplo, que la clase capitalista pueda garantizar sus ganancias elevando los precios de los productos, aún si eso afecta la alimentación y salud de millones de miembros de la clase trabajadora. Que los empresarios impongan la rentabilidad de sus negocios reduciendo personal, aún si eso implica que cientos de familias obreras vayan al desespero por quedarse sin trabajo. Que banqueros, empresarios y burócratas puedan llevarse miles o millones de dólares del país, aún si eso es contrario a las necesidades de las escuelas y hospitales públicos que usa la mayoría del pueblo trabajador y pobre. O, por ejemplo, que el gobierno pueda acabar una huelga de trabajadores o una protesta barrial con la fuerza de la represión, aún cuando la voluntad de los obreros o habitantes del barrio era mantener la medida de lucha.
Cualquiera puede darse cuenta que en nuestro país (como en cualquier país capitalista) las decisiones sobre todo lo fundamental que afecta la vida de las mayorías, las toman los empresarios, banqueros y burócratas del gobierno, es en sus oficinas donde se transa y decide, no somos los trabajadores en las fábricas y lugares de trabajo, las sectores populares en el barrio ni los campesinos pobres.
Los empresarios y comerciantes vienen imponiendo su voluntad (su poder real), el gobierno establece con los capitalistas nacionales y extranjeros acuerdos contrarios a los intereses obreros y populares (autorización de aumentos de precios –incluido el transporte público–, exoneración de impuestos, autorización de despidos o inacción consciente, facilitación de dólares, pago de deuda y mayor endeudamiento), y toma sus propias medidas que afectan al pueblo (devaluación, aumento de la gasolina y la electricidad, congelamiento de cientos de contratos colectivos del sector público, miles de despidos –como en Abastos Bicentenario–, enjuiciamiento a trabajadores que luchan, represión a huelgas o protestas de los sectores populares)… ¡todo esto sin que los “consejo comunales”, “consejos de trabajadores” o “milicia obrera” tengan poder alguno para pararle la mano a los empresarios o al gobierno!
Estatización, cooptación, disciplinamiento y división
La historia del movimiento obrero (y también del movimiento campesino) está llena de ejemplos de surgimiento de verdaderos organismos de poder, o de embriones del mismo, desarrollados al calor de la lucha: soviets, consejos, comités, coordinadoras, asambleas, milicias, etc., han surgido en las fábricas, en los barrios obreros y populares (o en los campos) para resistir con determinación las infames imposiciones burguesas (y terratenientes) sobre nuestras condiciones de vida, se han plantado con firmeza y fiereza ocupándoles las fábricas, adueñándose de las calles, poniendo las empresas bajo control de los trabajadores, tomando en sus manos el abastecimiento de alimentos, ocupando tierras, armándose, hasta derrocando gobiernos (como en Bolivia en el ‘52) y en casos estableciendo gobiernos propios de los trabajadores y campesinos pobres (como la revolución Rusa).
Allí estamos hablando de poder obrero y popular en serio. Por supuesto, organismos de esas características no se parecen en nada a lo que Chávez y el chavismo siempre vendieron como “poder popular”. En realidad lo que hizo el gobierno fue, apoyado en las políticas de reducción de la pobreza, ampliación del acceso a la educación, salud y seguridad social, la recuperación de la capacidad de consumo de los trabajadores, reducción del desempleo, y medidas de coacción cada vez que lo necesitó, avanzar en la estatización de lo que una vez fue el movimiento popular, en cooptar y disgregar más aún al movimiento obrero.
Un éxito enorme del chavismo, como régimen de canalización reformista (y no revolucionaria) de las energías desatadas desde el Caracazo en adelante, fue, sin lugar a dudas, lograr encuadrar a cientos de miles de activistas y luchadores populares en el rol de gestores de soluciones ante las oficinas gubernamentales. Pasaron de pensar estrategias de lucha para resolver las necesidades del barrio, el gobierno los puso a elaborar proyectos y estrategias para lograr que se los aprobaran en alguna instancia de gobierno, o para conseguir un crédito. Sin ser pocos los casos en los que el dirigente del consejo comunal es al mismo tiempo funcionario del gobierno.
El movimiento obrero fue un hueso más duro de roer para Chávez, no logró estatizarlo como al movimiento popular, siempre hubo luchas más radicalizadas, sectores que reclamaban autonomía, sin embargo, logró la cooptación de un sector importante de la burocracia sindical (incluyendo cargos de diputados y ministros), así como una mayor división y dispersión de sus fuerzas organizadas (por ejemplo: fundó una nueva central –la Unión Nacional de Trabajadores– al no poder controlar la CTV, pero luego también la boicoteó y dividió cuando no pudo controlarla a su antojo). Así como se encargó de “disciplinar” mediante amenazas directas y también represión, a aquellas luchas que iban más allá de los límites tolerados por el gobierno.
Verdaderas organizaciones de lucha para vencer la parálisis
El resultado de todo esto es una desconcertante ausencia del movimiento obrero y popular como sujetos centrales en la enorme crisis social y política que atraviesa el país ¿No es acaso llamativo –¡alarmante, más bien!– que ante semejantes ataques que recibimos los trabajadores y sectores populares no haya grandes movilizaciones y acciones de lucha de los trabajadores y el pueblo pobre?
El resultado de toda esa farsa de supuesto “poder obrero” o “poder popular”, es la actual parálisis del movimiento obrero y popular, y quizá hasta con elementos de desmoralización, porque “sus” organizaciones se dedicaron (¡y aún hoy!) a gestionar los planes gubernamentales y defenderlos, ¡incluso contra las propias luchas obreras! (como la “Central Bolivariana Socialista” que le ofreció al gobierno rompehuelgas contra un paro en SIDOR), siendo hoy totalmente impotentes para reaccionar y poner en pie de lucha la potencialmente poderosa fuerza de la clase obrera y el pueblo pobre.
Esta ausencia y parálisis facilita no solo que estemos pagando la crisis de la manera en que lo estamos haciendo, facilita, sino también el camino a que sean la derecha y las Fuerzas Armadas quienes se postulen como alternativa de recambio o de “orden” ante la debacle del chavismo.
Por supuesto que nuestra clase necesita, junto al conjunto del pueblo trabajador y pobre, hoy con más urgencia que nunca, organismos a través de los cuales hacer valer nuestra voluntad e intereses contra los de los capitalistas y cualquier gobierno que defienda esta sociedad de explotación y opresión. Para tomar en nuestras manos la solución de los problemas más urgentes que atravesamos, como el abastecimiento, el control de los precios, los despidos y las represalias judiciales a los que luchan.
Retomar y mejorar la experiencia propia
Será al calor de poner en pie verdaderas organizaciones de lucha en las fábricas, lugares de trabajo y comunidades como podrían sentarse las bases para el desarrollo de un verdadero poder de los trabajadores y el pueblo pobre. Recuperando y desarrollando en mayor escala y profundidad experiencias que ha dado nuestra clase en batallas recientes: el ejemplar comité de fábrica que garantizó el control obrero de la producción en Sanitarios Maracay cuando el patrón quiso cerrar la fábrica, las asambleas de base y movilizaciones que desbordaban a la burocracia del sindicato e hicieron torcer el brazo al propio Chávez en la lucha por el contrato colectivo y la re-nacionalización de SIDOR, el control obrero de la producción petrolera en las refinerías de Puerto La Cruz y El Palito cuando la gerencia golpista lanzó el sabotaje petrolero, la movilización obrera y popular en Anaco que, durante el paro-sabotaje, tomó en sus manos la producción y distribución del gas, evitando que se bloqueara el suministro de este hacia todas las empresas básicas, la refinería de San Roque y la red doméstica. El gobierno jamás buscó desarrollar ni generalizar ninguna de estas experiencias, al contrario, las desarticuló apenas estabilizó las situaciones, o las combatió.
Junto a estos ejemplos, hoy necesitamos comités de trabajadores y comunidades para controlar realmente los precios y para tomar en nuestras propias manos el abastecimiento y la distribución de alimentos, desplazando las mafias de empresarios-comerciantes-“bachaqueros”-policías y guardias nacionales. El gobierno es totalmente incapaz, cuando no cómplice.
Las batallas de nuestra clase y los sectores populares en nuestro país en todos estos años muestran lo que es capaz de hacer la iniciativa obrera y popular, pero la experiencia no puede ser en vano: la condición para un posible desarrollo masivo y como órganos de poder real de organismos de este tipo, es que su constitución sea verdaderamente democrática, sin imposiciones burocráticas de ningún tipo (ni del PSUV ni ningún partido de gobierno, menos de la derecha), que sean responsables ante las bases obreras y populares, quienes puedan revocarlos en asamblea en cualquier momento. Sin ninguna tutela del Estado que venga a maniatar sus iniciativas, que sean totalmente independientes del gobierno, los patronos y la derecha. Que lejos de quedar aislados en cada fábrica o barrio, se coordinen por sector y territorialmente, hasta conformar órganos regionales y, en perspectiva, instancias nacionales. Que desafíen y puedan pararle la mano a las represalias de los capitalistas, el gobierno y sus fuerzas represivas.
Es en esta perspectiva en la que podemos hablar de luchar por un poder obrero y popular de verdad.
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